Miguel ?ngel en Gran V¨ªa
No vamos a quitarle m¨¦rito a Miguel ?ngel por haber pintado la Capilla Sixtina. Pero, para chulo, un madrile?o de pro como Enrique Herreros. Hubo un tiempo en que ¨¦l solito decoraba la Gran V¨ªa.
Lo suyo tambi¨¦n fueron los ¨¢ngeles y los demonios de carne, curva, mirada incitante y dimensiones de dioses griegos. Aquellos que se escond¨ªan tras la pantalla en blanco y negro muchas veces y que ¨¦l luego transfiguraba en tecnicolor al viento con carteles tama?o fachada para adornar los cines.
A este artista de la calle y las revistas se le debe mucho y se le recuerda poco. Javier Rioyo le ha dedicado un documental evocador de sue?os, humo y vida alegre titulado Cuando Hollywood estaba en la Gran V¨ªa, al tiempo que la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de Alcal¨¢ de Henares han editado su Summa Cervantina (Edaf).
Porque este artista monta?ero, de los primeros en coronar el Naranjo de Bulnes en 1933, ha sido el ¨²nico generoso talento que ha ilustrado tres veces el Quijote. Lo hizo con aires de TBO pero tambi¨¦n iluminado por las sombras de Goya o impulsado por las huellas de Picasso en una memorable lectura cubista. Con igual m¨¦rito, profundidad y conocimiento que otros ejemplares hist¨®ricos como el de Dor¨¦.
Herreros fue un tipo inclasificable. Por su astucia y su inquietud. Por su habilidad y su coraje. Abierto y enigm¨¢tico, nadie pudo jam¨¢s encuadrarle dentro de los estrechos esquemas de una ideolog¨ªa precisa. Comprometido con la Rep¨²blica se las apa?¨® para buscarse los garbanzos en la Espa?a de la colmena franquista. Un r¨¢pido vistazo a su biograf¨ªa da idea de que se trataba de un personaje ins¨®lito: pintor, escritor, actor, alpinista y promotor de artistas como Sara Montiel o Nati Mistral, su hijo sigui¨® sus pasos hacia Hollywood, donde trabaj¨® y urdi¨® las estrategias necesarias para que el cine espa?ol lograra alg¨²n que otro oscar en los a?os ochenta.
Este seguidor ac¨¦rrimo de Di Estefano -si alg¨²n carn¨¦ luci¨® a conciencia fue el del madridismo- perteneci¨® a la generaci¨®n enjaulada en la trampa de la historia. La que desarroll¨® su talento en la posguerra desde dentro regateando a la censura y alimentando de humor negro los sue?os torcidos por el hambre y la impotencia de la gente com¨²n. Igual lo hac¨ªan desde las p¨¢ginas de La Codorniz que inventando pel¨ªculas y obras de teatro en las que se manten¨ªa una conexi¨®n con la vanguardia europea y americana. La estirpe a la que Herreros se uni¨® llevaba en sus filas a Miguel Mihura, Edgar Neville, G¨®mez de la Serna, Rafael Azcona, Berlanga, Wenceslao Fern¨¢ndez Fl¨®rez...
Raro y exc¨¦ntrico, vivaracho y locuaz, bebi¨® de fuentes tan diversas como Bu?uel, Dal¨ª, Picasso, Toulouse-Lautrec, el expresionismo alem¨¢n y el Kamasutra. Pero influy¨® tanto en lo que vino despu¨¦s que es dif¨ªcil entender a los grandes dibujantes del presente, desde Forges a El Roto o M¨¢ximo, sin su maestr¨ªa.
Ilustr¨® el glamour de las ¨¦pocas m¨¢s doradas del cine. Con sus legendarios carteles pobl¨® de sue?os palpables las aceras de Madrid al tiempo que esbozaba sus estampas er¨®ticas japonesas y renovaba las pinturas negras y los caprichos de Goya con un aire insobornablemente moderno. Pero tambi¨¦n daba cuenta de la miseria y el desamparo que rodeaban los barrios marginales, los pueblos de callejuela estrecha, vertedero, harapo y lumbre en plena madrugada.
Dominaba tanto los altares de la buena vida en el Madrid que atra¨ªa a Ava Gardner, a Hemingway y a Orson Welles como los territorios perdidos del oso y los lobos en Picos de Europa. All¨ª acud¨ªa a perderse y encontrarse. Entre sus montes lo mismo miraba de frente a un jabal¨ª que trababa amistad con maquis como Juan¨ªn y Bedoya. Por el valle de Li¨¦bana, en Potes, ese lugar ajeno al tiempo pero anclado en el espacio com¨²n del para¨ªso, est¨¢ enterrado.
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