?Anda con La Zaranda!
La Zaranda, Teatro Inestable de Andaluc¨ªa La Baja, cultiva mil variedades de lo mismo. Sus espect¨¢culos no enga?an: uno ya sabe lo que va a ver, y que va a escuchar la melod¨ªa sincopada habitual, con otra letra. Eusebio Calonge, su autor, dibuja al aguafuerte personajes gutierrezsolanescos y umbrosos que Gaspar Campuzano, Francisco S¨¢nchez y Enrique Bustos encarnan con grotesco aliento tr¨¢gico, acentuado por una luz crepuscular. Parecen tres bufones abandonados por su monarca tras una sorpresiva reinstauraci¨®n de la Rep¨²blica, proclamando su asfixia entre el polvo de recuerdos apergaminados.
A trav¨¦s de ellos, La Zaranda parodia la modorra de la Espa?a eterna periclitada, la nostalgia del poder imperial que un d¨ªa tuvo y la pervivencia gen¨¦tica del antiguo r¨¦gimen y de privilegios arcaicos encriptados en la sociedad actual: "?Si aqu¨ª no entra el aire... Hay que estirar el cuerpo para que corra la sangre!", exclama uno de los personajes de Nadie lo quiere creer, mientras otro alardea de la antig¨¹edad de su estirpe, como si tal cosa le importara m¨¢s que el desmoronamiento vertiginoso de su caser¨®n blasonado y las disputas continuas de sus presuntos herederos.
NADIE LO QUIERE CREER
Autor: Eusebio Calonge. Int¨¦rpretes. Gaspar Campuzano, Francisco S¨¢nchez y Enrique Bustos. Luz: E. Calonge. Direcci¨®n: Paco de La Zaranda. Teatro Espa?ol. Hasta el 26 de junio.
Por la polisemia de su lenguaje, lo que La Zaranda nos cuenta puede leerse como una parodia de costumbres patrias llevada a las fronteras de lo esperp¨¦ntico, como un drama simbolista y metaf¨ªsico al estilo de Los ciegos de Maeterlinck, o como un retrato sociol¨®gico distorsionado por la ¨®ptica de la c¨¢mara y el tiempo de sobreexposici¨®n, a la manera de los de Romero Esteo. Las criaturas de ¨¦ste, las de Nieva y las de Eusebio Calonge tienen un celt¨ªbero aire de familia, la tez m¨®rbida y una textura espectral.
Hay que loar el trabajo de equipo de la compa?¨ªa jerezana, la entrega de todos, el modo en que sus actores hacen cuerpo con sus grotescos personajes m¨¢scara, labrados a la manera en que Grock y Charlie Rivel labraban los suyos, y la facilidad con que Calonge desgrana paradojas poderosas: "Toda la vida so?ando con morirse, y se muri¨® so?ando". Resulta curioso constatar que, sin haberse movido de su lugar art¨ªstico, este grupo, cuya audiencia era minoritaria hasta no hace mucho, llena hoy el Teatro Espa?ol con un p¨²blico normal que celebra sin reservas sus tics de estilo, alguno rayano en el manierismo.
En Nadie lo quiere creer nos reencontramos con recursos tales como el uso expresivo de objetos kantorianos (una caja de reloj de p¨¦ndulo transmutada en ata¨²d), la repetici¨®n exhaustiva de una pregunta y de una respuesta insatisfactoria, con efectos c¨®micos, y los desfiles corales al ritmo de una marcha procesional, sin que todo ello alcance esta vez la calidad ritual de otras. Dentro de la buena interpretaci¨®n del tr¨ªo, destacan el grosor del travestismo bufo de Gaspar Campuzano, y el c¨®mico duelo de achaques que mantienen T¨ªa Jacinta, su personaje, y Purificaci¨®n Mart¨ªnez de Trastamara, la protagonista, encarnada por Francisco S¨¢nchez, alias Paco de La Zaranda, cuya tendencia (muy Lindsay Kemp) a adjudicarse el papel central de sus espect¨¢culos y el lugar cenital de la escena no siempre va a favor del resultado.
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