El callej¨®n de atr¨¢s
Estaba tom¨¢ndome un Campari en la galer¨ªa Vittorio Emanuele de la Piazza del Duomo cuando me abord¨® una periodista de rizada cabellera rubia y turbadora sonrisa. Se llamaba Mar, Marejada o Maremoto, "dependiendo de los alquimistas del callej¨®n de atr¨¢s", advirti¨® a modo de cr¨ªptica presentaci¨®n. No era rubia, sino pelirroja. Peligrosamente pelirroja. Se sent¨® a mi lado. No le interesaba el f¨²tbol. Solo sab¨ªa que toda patada requer¨ªa una conjunci¨®n espacio-temporal con la pelota y que, por mucho que se repitiera, nunca lo har¨ªa de la misma manera. Por supuesto, ignoraba qui¨¦n era Mourinho, aunque relacionaba el nombre con esos seres de la mitolog¨ªa gallega llamados mouros que se dedicaban a la extracci¨®n del oro. Quiz¨¢s no anduviera desencaminada. Esgrimi¨® un bol¨ªgrafo, como si fuera a iniciar una entrevista. Pero no formul¨® ninguna pregunta. Se limit¨® a escudri?arme mientras yo la ve¨ªa a ella reflejada en la luna de un escaparate de bolsos y maletas Louis Vuitton.
"Me llamo Helenio Herrera y la gente me conoce por H. H. Mis padres eran andaluces y pobres..."
"De sus escritos deportivos se desprende que el f¨²tbol es una sarta de dimes y diretes, mezquinas rencillas, miserables controversias de reuni¨®n de vecinos donde el m¨¢s tonto siempre tiene la voz cantante", me solt¨® de sopet¨®n. Parec¨ªa el gobernador del Banco de Espa?a, que con tanta impunidad se equivoca y con tanta acritud nos rega?a. Me dispon¨ªa a responder cuando sucedi¨® algo extraordinario. Tras el cristal del escaparate desaparecieron los bolsos y las maletas Louis Vuitton y en su lugar, como por obra y gracia de los alquimistas del callej¨®n de atr¨¢s, surgi¨® una r¨¦plica fantasmal de la galer¨ªa Vittorio Emanuele donde me vi a m¨ª mismo, cuarenta y tantos a?os antes, tomando un Campari con Helenio Herrera. La imagen reflejada de la periodista pelirroja se hab¨ªa esfumado dejando tan solo, como el gato de Cheshire, la huella de su sonrisa en el aire. De lo que deduje que, adem¨¢s de pelirroja, era bruja.
Como en las pel¨ªculas antiguas, sucesivos titulares de prensa desfilaron ante mis ojos: La bomba H H, Dinamita H H, H H como Atila, Napole¨®n H H, H H lecci¨®n de f¨²tbol, El m¨¦todo H H conquista Italia y otros elogios de papel con los que, a la ma?ana siguiente, se envolv¨ªa el pescado (eso, al menos, se dec¨ªa anta?o, antes de que el imperecedero pl¨¢stico sustituyera la toxicidad de la letra impresa y las radiaciones de una pantalla nos chamuscaran las pupilas). Recuerdo aquel d¨ªa. Llov¨ªa en Mil¨¢n y Helenio hab¨ªa empezado a dictarme sus memorias: "Me llamo Helenio Herrera y la gente de prensa me conoce por H H. Vine al mundo en el barrio de Palermo, en Buenos Aires. Mis padres eran andaluces y pobres. Sus tres primeros hijos hab¨ªan muerto de ni?os en Sevilla. Emigraron a Argentina tratando de huir de la miseria y pronto comprendieron que la miseria hab¨ªa viajado con ellos. En la cubierta de un barco me llevaron a Casablanca. Al desembarcar, mi madre, que pesaba cien kilos, se cay¨® al agua. En vez de sacarla, los moros se pusieron a discutir con mi padre el precio. Previo pago, el susto qued¨® en remoj¨®n".
Aquella todav¨ªa no era la m¨ªtica Casablanca de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman y el peque?o Helenio viv¨ªa con sus padres en una barraca sobre palos para que no entraran los alacranes. "Solo ten¨ªa tres a?os cuando cog¨ª la difteria. En un hospital militar me hicieron la traqueotom¨ªa. Contra las ordenanzas, mi madre se neg¨® a separarse de m¨ª. A ella le debo la vida. El tubo por el que respiraba se obstruy¨® y empec¨¦ a asfixiarme. Mi madre, enloquecida, recorri¨® pasillos y escaleras hasta encontrar una enfermera a la que arrastr¨® por la bata. Lleg¨® a tiempo y, desde entonces, la buena estrella de H H no ha dejado de brillar...". La voz y el recuerdo se extinguieron y regres¨¦ a la realidad. Estaba en la galer¨ªa Vittorio Emanuele cuarenta y tantos a?os despu¨¦s. Solo. Continuar¨¢.
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