El camino de la soledad
Niebla en Buenos Aires la semana en que Ernesto Sabato hubiera cumplido cien a?os.
A ¨¦l le gustaban los d¨ªas soleados. Le dijo un d¨ªa a Elvira Gonz¨¢lez Fraga: "?C¨®mo te puede gustar el oto?o!".
Y, sin embargo, parec¨ªa que Sabato, el autor apesadumbrado de Sobre h¨¦roes y tumbas, era, iba a ser, un hombre para el oto?o, o para el m¨¢s oscuro invierno. Para los d¨ªas grises que hay ahora sobre Buenos Aires, donde muri¨® poco antes de ser centenario, el ¨²ltimo 30 de abril.
Un hombre de oto?o, o de invierno. En su autobiograf¨ªa, Antes del fin, que apareci¨® a finales de los a?os ochenta, Ernesto Sabato escribi¨®: "De alguna manera, nunca dej¨¦ de ser el ni?o solitario que se sinti¨® abandonado, por lo que he vivido bajo una angustia semejante a la de Pessoa: 'Ser¨¦ siempre el que esper¨® a que le abrieran la puerta, junto a un muro sin puerta".
"Esa necesidad casi pat¨®logica de ternura hace que comprenda y sienta de tal manera a los desvalidos y desamparados"
?Era, tan solo, ese ser de oto?o? No, ni mucho menos. Elvira, que lo conoci¨® en 1962 y que luego tom¨® contacto m¨¢s continuado con ¨¦l a partir de 1982, hasta que se convirti¨® en su compa?era infatigable, tiene esa imagen del hombre apesadumbrado, pero tambi¨¦n la evidencia de que Sabato apostaba por la vida, "disfrutaba de los gozos peque?os, aunque hubiera sombras grandes".
Pero en los libros, en las apariciones p¨²blicas, en lo que la gente ve¨ªa del Sabato p¨²blico persiste esa imagen del hombre verdaderamente abrumado por el desastre del mundo, que ¨¦l abord¨® en sus libros, en sus discursos y en sus cuadros. Dej¨® de escribir, y empez¨® a dictar, en torno a 2004, aunque dej¨® de publicar novelas a partir de Abadd¨®n el exterminador, que apareci¨® en 1974, y ya no pint¨® m¨¢s desde 2008, dos a?os antes de su muerte.
Hay un momento preciso en que dej¨® de sentirse capaz de competir, desde su edad, con los que eran m¨¢s j¨®venes. Fue en Lanzarote, adonde fue a visitar, con Elvira, a sus amigos Jos¨¦ Saramago y Pilar del R¨ªo, en 2002, en uno de sus m¨¢s largos viajes por Espa?a. Vio entonces a Saramago en plenitud, y ¨¦l mismo se vio disminuido, acariciado ya por las temibles heridas de la edad. Desde ese momento ya Sabato dej¨® de ser para s¨ª mismo el que hab¨ªa sido. Ya estaba junto a un muro sin puerta, verdaderamente.
Aun as¨ª, sigui¨® pidiendo colores, y Elvira se los sigui¨® dando, para pintar, que fue la ocupaci¨®n m¨¢s duradera entre las que animaron su vida. "?l apretaba el tubo de pintura, y que saliera el color ya era para ¨¦l una fiesta". Sigui¨® buscando lectura, y ella le ley¨®, "sin que ¨¦l me lo pidiera", libros suyos, El t¨²nel, Sobre h¨¦roes y tumbas, pero tambi¨¦n algunos textos de sus autores favoritos: Juan Rulfo, Flaubert, Kafka, Stendhal, Dostoievski... En un tiempo hab¨ªa descubierto la actuaci¨®n como una de las bellas artes que le animaban, "y hac¨ªa un espl¨¦ndido Pedro P¨¢ramo, bordaba esa obra de Rulfo, le gustaba decirla, era Pedro P¨¢ramo en persona, brutal, no te lo pod¨¦s creer...". Y hac¨ªa tambi¨¦n de borracho, "hac¨ªa de Quijote, y de Sancho... Le fascinaba el final del Quijote, cuando Sancho Panza le explica al caballero que todo aquello por lo que luchaba no era la utop¨ªa sino la realidad".
?Y cuando ella le le¨ªa sus textos qu¨¦ pasaba? "Ah, se quedaba mirando, pensativo, mirando hacia la nada. Era la actitud de un chico extasiado ante un pensamiento que no dominaba, o quiz¨¢ ten¨ªa el semblante de un herido de guerra".
Un hombre acosado que ten¨ªa miedo de su propia alegr¨ªa. Su padre era descendiente de monta?eses sicilianos, "acostumbrados", como explicaba el propio Sabato en sus memorias, "a las asperezas de la vida; en cambio mi madre, que pertenec¨ªa a una antigua familia albanesa debi¨® soportar las carencias con dignidad". Por decirlo r¨¢pido, esa procedencia educ¨® a Sabato en la aspereza y en el rigor. Cuenta Elvira que cuando su novela m¨¢s celebrada, Sobre h¨¦roes y tumbas, apareci¨® en la lengua de los ancestros de su madre, el entonces joven novelista fue con la edici¨®n reciente a la casa de los padres. La madre apart¨® el libro escrito en alban¨¦s y pas¨® a hablarle de los problemas de sus t¨ªos. Y, antes, cuando regresaba del colegio con notas sobresalientes, aquel padre de ascendencia siciliana firmaba sin ver el resultado del esfuerzo de Ernesto.
Matilde Kusminsky-Richter, la esposa de Sabato, madre de sus hijos Jorge (que fue ministro de Educaci¨®n de Alfons¨ªn, y muri¨® en accidente en 1995) y Mario, cineasta, escribi¨® una vez en una carta al escritor Carlos Catania, que la coloc¨® en la introducci¨®n de su libro de conversaciones con Ernesto: "... Sabato es un hombre terriblemente conflictuado, inestable, depresivo, con una l¨²cida conciencia de su valer, influenciable ante lo negativo y tan ansioso de ternura y de cari?o como podr¨ªa serlo un ni?o abandonado. Esta necesidad casi patol¨®gica de ternura hace que comprenda y sienta de tal manera a los desvalidos y desamparados".
En sus libros autobiogr¨¢ficos, incluido el ¨²ltimo, Espa?a en los diarios de mi vejez, que apareci¨® en 2004, el propio Sabato avala lo que Matilde escribe a continuaci¨®n en esa carta a Catania: "Pero tambi¨¦n -y debo subrayar que cada vez menos- es arbitrario y violento, y hasta agresivo, aunque creo que estos defectos son producto de su impaciencia (...). Para escribir, para liberarse de sus obsesiones y traumas necesita verse rodeado de un muro de cari?o, de comprensi¨®n y de ternura (...) ha sido desde ni?o un alma meditativa, un artista".
Ten¨ªa, en efecto, "un interior melanc¨®lico, pero al mismo tiempo rebelde y tumultuoso". Aflora esa intimidad en sus novelas, y en el espacio p¨²blico; pero en la intimidad adoraba la m¨²sica, la perfecci¨®n de la belleza, el vino, las comidas contundentes a las que al final tuvo que renunciar para poder luchar por la vida, que se le prolong¨® casi hasta los cien a?os. Pero en ning¨²n momento renunci¨® a ese sentimiento de urgencia imperativa con la que se condujo ante el arte y ante la vida. "Todo deb¨ªa ser urgente", cuenta Elvira, "hasta un vaso de vino. ?Alc¨¢nzame un vaso de vino, es urgente!".
Como un ni?o junto a un muro sin puerta. Escribi¨® Sabato: "La educaci¨®n que recibimos (¨¦l era el d¨¦cimo de once hermanos) dej¨® huellas tristes y perdurables en mi esp¨ªritu (...) La severidad de mi padre, en ocasiones terrible, motiv¨®, en buena medida, esa nota de fondo de mi esp¨ªritu, tan propenso a la tristeza y a la melancol¨ªa". Pero, como el padre, "debajo de la aspereza en el trato" Sabato mostraba "un coraz¨®n c¨¢ndido y generoso".
Que afloraba cuando no hab¨ªa escritores alrededor. Se distanci¨® de Jorge Luis Borges por motivos pol¨ªticos (y bien que lo sinti¨® Sabato, dice en sus memorias), pero volvieron a verse, espor¨¢dicamente, con distancia, e incluso compartieron un libro de conversaciones; y fue amigo hasta la muerte de Jos¨¦ Saramago, que viaj¨® "como en peregrinaci¨®n" a Santos Lugares, la casa de Ernesto, y este fue con Elvira a verles a Pilar y a Jos¨¦ en Lanzarote... Pero sus afinidades literarias eran cl¨¢sicas y del pasado, y la vida no lo llev¨® por saraos o ferias. Su sentimiento de urgencia no lo convert¨ªan en un asistente c¨®modo a los festejos.
Pero s¨ª se sent¨ªa c¨®modo en los pueblos o en su propia soledad, ante la pintura, con la m¨²sica. Un d¨ªa fue a Londres, una ciudad de Catamarca fundada en 1500. ?C¨®mo puede llamarse Londres un sitio como este, que tiene su propia personalidad?, pregunt¨® Sabato a un campesino que desconoc¨ªa la existencia de Inglaterra. "?Sabe usted, don Ernesto, de alg¨²n otro sitio donde haya londrinos?".
La vida literaria fue su objetivo pero tambi¨¦n su horror, la busc¨® y huy¨® de ella con las mismas pasiones, a veces autodestructivas. ?Quem¨® libros? Por lo menos, los descart¨®, no los hizo publicar, los quem¨®, pues, en cierto modo. Dej¨® de escribir novelas cuando su obra Abadd¨®n el exterminador fue recibida con desd¨¦n por la cr¨ªtica. Y el retraimiento lo hizo un hombre feliz con poco, y por tanto hura?o con muchos. Le fascinaban las multitudes que le aclamaban (en Espa?a, por ejemplo) cuando ya era un mito art¨ªstico y pol¨ªtico, sobre todo a ra¨ªz de su trabajo civil al frente de la comisi¨®n que estudi¨® el horror con que los militares argentinos sometieron a este pueblo a un cruento e inolvidable invierno. Pero nunca recuper¨® la ilusi¨®n por el proyecto literario.
Elvira Gonz¨¢lez Fraga dice que era un hombre de proyectos, los buscaba; estar con j¨®venes, ayudarles a salir adelante desde la Fundaci¨®n que ella dirige. Ese era un af¨¢n. ?Los otros? Seguir viviendo. Nunca se dio por vencido, ni cuando empez¨® a padecer la afasia que le dej¨® sin habla dos a?os antes de morir. Sin habla pero con conciencia. Un d¨ªa le pusieron las im¨¢genes de Hait¨ª, aquel horror. Y ¨¦l asisti¨® desde su butaca inm¨®vil, con sus ojos asustados, como si tuviera urgencia por reclamar ayuda ante el desastre.
?Era un hombre apesadumbrado? S¨ª, pero ese no era el ¨²nico Sabato. "?l sent¨ªa que todo el mundo deb¨ªa estar abrumado por lo que ocurr¨ªa en la vida. Pero no estaba tan solo triste. Le gustaba la vida", dice Elvira, "y lo que m¨¢s le gustaba era sentirse en su surco, feliz consigo mismo, y hablando con gente como aquella de Londres".
?l termin¨® la parte m¨¢s rabiosamente autobiogr¨¢fica de Antes del fin con estas palabras: "Quienes han unido a su actitud combatiente una grave preocupaci¨®n espiritual; y, en la b¨²squeda desesperada del sentido, han creado obras cuya desnudez y desgarro es lo que siempre imagin¨¦ como ¨²nica expresi¨®n para la verdad".
Fue su pasi¨®n, conseguir eso. Y aunque parec¨ªa un hombre llorando junto a un muro, la vida era su proyecto. Su amigo canario ?scar Dom¨ªnguez le habl¨® en el Par¨ªs surrealista del suicidio, cuando Sabato aun no hab¨ªa escrito Sobre h¨¦roes y tumbas. Y Ernesto le respondi¨® a ?scar, que finalmente se suicid¨®: "No, ?scar, tengo otros proyectos".
Ese Sabato de los otros proyectos era el que se encerraba en su casa a escribir, a pintar, a escuchar m¨²sica y a esperar que se fuera el oto?o, esa estaci¨®n triste que se parece m¨¢s al semblante de un ni?o junto a un muro sin puerta que al proyecto que animaba al hombre que aquel ni?o hubiera querido ser.
Todos los libros citados de Sabato en este reportaje han sido publicados por Seix Barral.
Cap¨ªtulos e ideas
Sabato quer¨ªa que sus novelas tuvieran un aire sinf¨®nico. Y cuando no lograba ese prop¨®sito las dejaba a un lado. ?Las quemaba? Las descartaba al menos, dice Elvira Gonz¨¢lez Fraga, su compa?era de tantos a?os, a quien le regal¨® algunas partes de La fuente muda. "?l ten¨ªa mucho sentido musical y sus libros fueron sinfon¨ªas que ¨¦l me explicaba muy detenidamente. ?l introdujo Informe sobre ciegos en Sobre h¨¦roes y tumbas porque precisaba ese ritmo para alcanzar lo que ¨¦l cre¨ªa que era el esplendor sinf¨®nico". La fuente muda debe su t¨ªtulo a un verso de Antonio Machado. "Y yo no la vi quemar; en realidad, yo no vi quemar ninguno de sus libros. Como todos los que escribi¨®, esta novela le llev¨® a hacer un trabajo previo muy grande, pero si no alcanzaba esa perfecci¨®n que buscaba las dejaba ah¨ª, nos las segu¨ªa".
Escribi¨® Sabato en Antes del fin: "Por mi propensi¨®n a las llamas, hubo veces en las que me arrepent¨ª; obras que hoy recuerdo con nostalgia, como El hombre de los p¨¢jaros y la novela que escrib¨ª durante mi periodo surrealista, La fuente muda, t¨ªtulo que tom¨¦ de un verso de Antonio Machado, y de la que sobreviven pocos cap¨ªtulos y algunas ideas. Quienes conocen mis reticencias y contradicciones saben lo dif¨ªcil que es soportarme en cualquier empresa. As¨ª lo sufrieron todos los que, desde distintas partes del mundo, me han solicitado autorizaci¨®n para trabajar en mis novelas.
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