Cad¨¢veres sin respuesta
Elena y Esteban fueron asesinados en el atraco a la tienda donde trabajaban. En 17 a?os, la investigaci¨®n no ha progresado nada
Isabel lleva dos pancartas sujetas a los hombros. De lejos parece una mujer anuncio, pero de cerca se ve la cadena que le ancla a la puerta de los juzgados de Lugo. Desde el 6 de mayo acude puntual a las 9.30. Despu¨¦s de dejar a sus dos hijos en el colegio y hasta que cierran los tribunales. Habla del caso con serenidad, pero en su voz se siente la prisa: "Hace 17 a?os que asesinaron a mi hermana y a su compa?ero de trabajo. La investigaci¨®n fue vergonzosa y el silencio de la Polic¨ªa y de la Fiscal¨ªa es insultante. No me mover¨¦ de aqu¨ª hasta que vea que hacen algo".
La vida de Isabel cambi¨® el 30 de abril de 1994, cuando encontr¨® a su hermana Elena L¨®pez Rodr¨ªguez tendida a pocos metros de su compa?ero de trabajo Esteban Carballedo Teijeiro. Hab¨ªa sido una muerte r¨¢pida, disparos certeros. Estaban en el suelo de la nave del mayorista de alimentaci¨®n Cash R¨¦cord, en el pol¨ªgono O Ceao, a las afueras de Lugo. La fuerza del tiro arranc¨® a Elena de la silla donde estaba sentada, cobrando a los clientes. En el primer pasillo a la derecha estaba el cuerpo de Esteban. La sangre se mezclaba con el aceite de una lata de aceitunas atravesada por el primer disparo. Junto al cuerpo, el mando de la televisi¨®n que Esteban sosten¨ªa cuando le mataron. La pantalla segu¨ªa encendida.
La fiscal¨ªa no interrog¨® a los sospechosos y datos claros en las diligencias iniciales se contradicen al final del sumario
Tres balas. Munici¨®n 9 mil¨ªmetros parabellum. Hab¨ªan sido disparadas con arma corta, probablemente una Star modelo BM o SB. La misma que usaba entonces la Guardia Civil. Aunque tambi¨¦n ETA y quienes entrenaban al tiro ol¨ªmpico. De la caja de seguridad de la tienda, que ten¨ªa la puerta entreabierta, faltaban 3.777.026 pesetas en efectivo (algo m¨¢s de 22.000 euros) y talones por valor de 542.129 pesetas (unos 3.000 euros) que, seg¨²n la empresa, nunca se llegaron a cobrar. No hubo revuelo, los atacantes huyeron r¨¢pido. Tan r¨¢pido que se dejaron 100.000 pesetas (600 euros) en una ¨²ltima bolsa de pl¨¢stico al fondo de la caja de seguridad. Las prisas apuntan a que su intenci¨®n no era disparar. Algo ocurri¨®: ?reconocieron las v¨ªctimas a los asaltantes?
La investigaci¨®n est¨¢ lejos de dar respuestas y las autoridades se niegan a hacer declaraciones hasta la vista oral. Nadie responde por qu¨¦ en la investigaci¨®n ha colaborado la Polic¨ªa Local, pese a que la resoluci¨®n de homicidios excede a sus competencias. Ni quieren aclarar por qu¨¦ datos que parecen claros en las diligencias iniciales se contradicen p¨¢ginas m¨¢s tarde. O c¨®mo es posible que la fiscal¨ªa no acudiera al interrogatorio de los principales sospechosos.
Faltan solo tres a?os para que prescriban los cr¨ªmenes, y su autor o autores siguen impunes. Las familias sienten que no se ha hecho suficiente. Insin¨²an incluso que se est¨¢ encubriendo a alguien. Fuentes cercanas al caso niegan esa teor¨ªa, pero insisten en que la investigaci¨®n fue "poco acertada... Un desastre, vaya".
Las diligencias iniciales se centraron en ex¨¢menes de bal¨ªstica y declaraciones de los ¨²ltimos clientes. Al poco tiempo la investigaci¨®n dio un vuelco: un chivatazo proporcion¨® dos nombres. La Polic¨ªa pinch¨® el tel¨¦fono de la casa de uno de ellos. Las escuchas se prolongaron durante meses, pero no se materializaron en nada. Las mismas personas escuchadas fueron detenidas meses m¨¢s tarde por otros delitos y condenados, pero en el sumario no figura que se les interrogara por los asesinatos.
Seis a?os despu¨¦s, cuando el caso estaba a punto de archivarse, alguien cant¨® de nuevo. El testigo est¨¢ protegido, de ¨¦l solo se sabe que fue detenido por la Polic¨ªa Local en una operaci¨®n antidroga. En su declaraci¨®n afirma que los autores de los cr¨ªmenes en cuesti¨®n fueron otros dos hombres implicados en la trama de venta de drogas. Uno de ellos le ofreci¨® participar en el asalto al Cash R¨¦cord, pero ¨¦l lo rechaz¨®. Ninguno estaba relacionado con los sospechosos a los que se hab¨ªa intervenido el tel¨¦fono a?os antes. En el atraco tambi¨¦n habr¨ªa participado una mujer a la que el testigo sol¨ªa seguir "para evitar que se metiera en problemas". Siempre seg¨²n este testigo, el plan de los atracadores era sencillo: robar y largarse. Algo fall¨®. Esa mujer habr¨ªa sido reconocida por Elena, una de las v¨ªctimas, porque frecuentaba el restaurante en el que trabajaba su marido y el miedo a que los delatase acab¨® en sangre. Tras un breve interrogatorio a los sospechosos y algunas indagaciones, la Polic¨ªa descart¨® la validez del testimonio. Los familiares de las v¨ªctimas insisten en que no se agotaron todas las posibilidades.
El caso se archiv¨® provisionalmente hace 10 a?os. Desde entonces las familias de Elena y Esteban intentaron que se retomara: reunieron firmas, crearon una web. Nada. La respuesta de la Polic¨ªa era siempre la misma: no se reabrir¨ªa mientras no presentaran alg¨²n elemento novedoso. La excusa lleg¨® de la mano de un testigo inesperado.
Isabel llevaba dos d¨ªas en huelga de hambre frente a los juzgados, cuando un se?or ya jubilado se acerc¨® y le dijo que ten¨ªa nuevos datos que podr¨ªan contribuir a la investigaci¨®n. El testimonio no fue esclarecedor, pero bast¨® para retomar la investigaci¨®n y que Isabel abandonara su huelga. Cont¨® que vio a dos hombres y a una mujer junto a un coche que merodeaban sospechosamente cerca del Cash R¨¦cord; ella hizo una llamada desde la cabina telef¨®nica. El pol¨ªgono estaba vac¨ªo. Poco despu¨¦s se cometieron los asesinatos.
En 1994, cuando todav¨ªa recordaba la matr¨ªcula del coche, el testigo no dijo nada a la Polic¨ªa porque un amigo que trabajaba en la investigaci¨®n le persuadi¨® de que la informaci¨®n era inconsistente. Le qued¨® una amargura. "Al ver que las pancartas hablaban del crimen, me alegr¨¦. Al fin acallar¨ªa mi conciencia", dice a EL PA?S.
Ante la apertura de nuevas diligencias, el juez volvi¨® a decretar el secreto del sumario. Tard¨® un a?o en reabrirlo porque olvid¨® revisarlo cada mes como estipula la ley. Es la pescadilla que se muerde la cola: al ser secreto, las familias no sab¨ªan que la investigaci¨®n estaba paralizada y, ahora que est¨¢ abierto, las diligencias siguen estancadas. La Polic¨ªa alega dificultades para elaborar un ¨¢lbum de fotos con posibles sospechosos que el testigo pueda identificar. Y cuando las familias reclaman les responden que el inspector a cargo del caso lleva dos meses de baja.
Isabel amenaza con empezar otra huelga de hambre si la investigaci¨®n no avanza. Sus dos sobrinos, para los que ha sido como una madre, la miran con preocupaci¨®n al o¨ªrla. Los dos estaban con ella cuando encontr¨® los cad¨¢veres, ten¨ªan seis y cuatro a?os. Sin haber visto nada, el mayor lo intu¨ªa todo: "Madrina, creo que no voy a volver a ver a mi mam¨¢". La volvi¨® a ver, al d¨ªa siguiente. Una imagen que arde en su memoria: la cara de Elena, dormida y maquillada, la s¨¢bana al cuello. Un beso fr¨ªo de despedida. Estaba muerta. -
![En el centro Maruja (madre de Elena) sujeta retratos de las v¨ªctimas. Alrededor familiares de ambos, de izquierda a derecha: Isabel (hermana de Elena), Avelina (cu?ada de Esteban), Laura (nuera de Elena), Aurelia (t¨ªa de Elena), Roberto y Rafael (hijos de Elena), ?ngel (ahijado de Elena), Eladio y Jos¨¦ (hermanos de Esteban).](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/SNPMQPNSPXO3325MZZ6GW6FRMU.jpg?auth=dbe89c70c81f8f761dae4031df528e663ff9c285499c52ac8df022fc19d1a636&width=414)
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