El gordo y los flacos
Los flacos somos nosotros, los ciudadanos, los curritos, los indignados, cabreados o empanados en harina y huevo. Los ciudadanos en general, pues sospecho que, como en todo momento excepcional de la historia, las consecuencias y los resultados no suelen ser completamente homog¨¦neos. Una de las escas¨ªsimas ventajas que produce la edad es que tenemos m¨¢s tiempo para reflexionar o divagar acerca de nuestro entorno. Me refiero no solo al estado de jubilaci¨®n del que, por ejemplo, no participo, sino a causa de que muchos cuidados, empe?os, placeres o dolores nos llegan mermados, son como las dejadas que hace el tenista Federer y que mortifican a nuestro Nadal. Los franceses llaman a esa jugada amorti, amortiguada, que es como cae la pelota en la pista tras ser rozada con la peor de las intenciones por el jugador. Pues las aristas de la actualidad rabiosa nos llegan como enguatadas, porque nada esperamos que pueda ser peor o m¨¢s irremediable que lo que nos ocurrir¨¢ en plazo corto.
No existe un solo espa?ol que no juegue a la loter¨ªa, al menos una vez, por Navidad
Este juego ha sido un invento parangonable con el fuego, la rueda o el tel¨¦grafo
Las cosas van mal y nuestros dirigentes de toda laya se preocupan de que parezca que discurren peor todav¨ªa, sin el menor esp¨ªritu panglossiano. Por fortuna -y lamento disentir de alguna gente-, el ser humano cuenta, entre sus facultades con el olvido, la desmemoria. Quedamos pocos supervivientes de aquellos duros a?os del hambre de la posguerra que, no lo olvidemos, se engatill¨® con otra mundial durante otros seis a?os, m¨¢s la propina con que los vencedores nos obsequiaron, sellando las fronteras a la ayuda. He de confesar que no tengo la menor memoria de haber pasado necesidades agudas, siendo un sujeto del mont¨®n, pronto casado, con familia y teniendo que ganarme la vida para mantenerla.
En los malos momentos, cuando hasta el ¨²ltimo cr¨¦dito se ha consumido, parece que solo queda el chocolate del loro, que, por otra parte, fue el primer gesto ahorrativo. Se pueden comer boniatos como dieta base, beber almorta tostada como desayuno, mendigar leche maternizada para el beb¨¦ necesitado; es posible cometer fechor¨ªas, incluso indignidades, pero se acaba saliendo. En otras edades, comunidades enteras diezmadas por el c¨®lera transmitieron la semilla y el mundo sigui¨® andando.
Se habla, como al desgaire y con insistencia, de que fuera necesario por el Estado enajenar la explotaci¨®n de la Loter¨ªa Nacional y las otras. Obs¨¦rvese la diferencia entre Gobierno y Estado. Esto ¨²ltimo lo somos todos, queramos o no, con espatadanzaris o chiquets de Valls, con jerez o con sidra, con la catedral de Santiago o la Giralda. La loter¨ªa ha sido un invento parangonable con el fuego, la rueda o el tel¨¦grafo, con ampl¨ªsimo efecto, frote y gimnasia de uno de los est¨ªmulos m¨¢s humanos: la ilusi¨®n. Pienso que es mucho m¨¢s reconfortante recibir el premio gordo que ser nombrado doctor honoris causa de alguna universidad, asunto algo devaluado
Creo que no existe un solo espa?ol que no juegue a la loter¨ªa, al menos una vez, por Navidad o fecha semejante. He visto c¨®mo buenos amigos, banqueros -hay gente decente entre ellos-, personas de ¨®ptima posici¨®n econ¨®mica, guardaban en su agenda, entre docenas de papeles memor¨ªsticos, el d¨¦cimo comprado a la gitana o al limpiabotas habitual. En el env¨¦s, el ama de casa que antes de ir a la compra pasa por el garito de los videojuegos y all¨ª se deja el importe de las vituallas.
?Por qu¨¦ se compra la loter¨ªa, por qu¨¦ empleamos esos necesarios euros en un papel, cuyo 90%, o el porcentaje que sea, va destinado a la basura? Lleva mucho tiempo descubierto, aunque nos d¨¦ rubor repetir lo que dice machaconamente la ONCE: venden ilusiones, provocan un estado de prefelicidad que acompa?a a nuestro sue?o la v¨ªspera del sorteo, fabulamos con la suma, grande o peque?a, que nos liberar¨ªa de la angustia que ti?e la pobreza. Es ut¨®pico, improbable, pero no imposible. Desde que regres¨¦ a las estrecheces econ¨®micas juego con fervor a la loter¨ªa, sin la concupiscencia del premio mayor, solo para salir del paso, y esa sombra de suerte me acompa?a hasta que se celebra el sorteo. Desde hace casi veinte a?os no me toca otra cosa que alg¨²n reintegro.
Ti¨¦ntense la ropa, no cubileteen con ese patrimonio et¨¦reo que es la enso?aci¨®n semanal, vendan antes alg¨²n territorio donde no parezcan contentos con ser compatriotas nuestros, desmonten las autonom¨ªas, protejan a los flacos de bolsillo. Y, en ¨²ltimo caso, juegue el Estado a los euromillones.
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