Operaci¨®n biquini (canceled)
El calor, como un ej¨¦rcito emboscado, ha frustrado la operaci¨®n. La operaci¨®n bikini. En la cola de los comedores de empresa, a la hora de decidirse entre el escu¨¢lido emperador y la tentadora pechuga villaroy, se oyen comentarios sobre el s¨²bito asalto de la can¨ªcula. Este a?o apenas ha dado tiempo a intuir el verano. La primavera ha sido fulgurante, al fr¨ªo indesalojable le ha sucedido la astron¨®mica subida de las temperaturas dej¨¢ndonos sin esa primavera destinada en Madrid a combatir el polen, la desidia laboral y los kilos de m¨¢s.
Hace un mes que abrieron las piscinas municipales de la regi¨®n y poco a poco van llen¨¢ndose las privadas, los oasis de las urbanizaciones y de los chal¨¦s embriagando de cloro las avenidas. Sin tregua para liberar la grasa almacenada a lo largo de un invierno de cocidos y sof¨¢, nos hemos despojado de las camisetas y los pantalones para comprobar c¨®mo las barrigas doblan la goma del ba?ador, c¨®mo los muslos se desmayan l¨ªvidos y sobredimensionados sobre las toallas.
Sin complejos desfilaron torsos esculturales junto a barrigas esf¨¦ricas y culos gran¨ªticos
Durante el invierno el desnudo es invisible incluso para nuestros propios ojos. Nos contemplamos en el espejo del ba?o antes de entrar a la ducha para encontrar un cuerpo en parte ajeno. Esa imagen es ¨²nicamente un boceto, el esqueleto de la verdadera apariencia mostrada al mundo, a los compa?eros de la oficina y los desconocidos de Alberto Aguilera: nuestro yo vestido. El desnudo invernal es tan s¨®lo un suced¨¢neo demacrado e inservible de nosotros mismos, una muestra ¨ªntima y sin inter¨¦s como una radiograf¨ªa. No importa si nuestro aspecto en noviembre es fl¨¢cido y mortecino porque no miramos nuestro perfil con la sensaci¨®n de estar observando el resultado final de nuestra estampa, sino s¨®lo el andamio, el raso maniqu¨ª.
Hoy, sin embargo, ya no sirve la coartada del abrigo, de la camisa, de las faldas. De repente somos un nuevo individuo, un ser forzosamente desenterrado del h¨¢bito, obligado a identificarnos con las cicatrices y los juanetes, con los pliegues y las blandeces, con los pelos en los hombros y los vac¨ªos en las copas de los biquinis. Hay personas cuya aut¨¦ntica versi¨®n es siempre el desnudo. Hombres y mujeres para quienes las prendas son s¨®lo telas velando o resaltando una fisonom¨ªa incondicionalmente presente, reivindicada en sus ademanes y movimientos. Existe la gente que viste el desnudo pero, la mayor¨ªa, lo sepultan.
En estos d¨ªas de fiesta gay en Madrid hemos visto un incansable repertorio de pieles. La orgullosa celebraci¨®n consiste en la defensa de una determinada sexualidad y, por tanto, no puede faltar el exhibicionismo. Sin complejos desfilaron torsos esculturales junto a barrigas esf¨¦ricas, culos gran¨ªticos movi¨¦ndose al ritmo de otros celul¨ªticamente descontrolados. Al contrario que en las numerosas protestas consistentes en quitarse la ropa, el desnudo de las marchas del Orgullo Gay est¨¢ lubricado de erotismo, es intencionado y efectivo porque quienes prescinden de las chaquetas o las blusas se exponen tentadoramente al p¨²blico.
Mientras que la atenci¨®n recibida en la playa proviene de desconocidos, en las piscinas nos mostramos ante el vecindario. Ahora que a¨²n no hemos huido de Madrid en busca del mar, nuestros cuerpos se entregan a la pupila familiar, a la que escudri?a durante el resto de a?o las llaves de casa cuando se coincide en el ascensor. S¨®lo en las piscinas p¨²blicas hallamos cierto anonimato pero, a¨²n as¨ª, no acabamos de liberarnos del recato. Quiz¨¢ porque esos recintos siguen dentro de la ciudad, porque no hemos abandonado del todo el territorio de la vida real, no nos hemos evadido plenamente de nosotros mismos.
S¨®lo se nos hace presente nuestro desnudo frente a otro cuerpo desnudo. Ese es el verdadero espejo. Mientras que la estampa de nuestra figura en el ba?o en s¨®lo una vah¨ªda polaroid, nuestra morfolog¨ªa cobra su verdadera certeza cuando la examina otro cuerpo que, a su vez, sirve de medida al nuestro. Durante el invierno es el encuentro sexual, el cuerpo a cuerpo, lo que nos da consciencia de esa silueta. Sobre el lienzo del colch¨®n se exhiben las anatom¨ªas, se baten los brazos, las piernas, los labios, se argumenta con el lenguaje de la piel acabada en zozobras y milagros. Pero ahora, en este sorpresivo verano, es la org¨ªa visual de las piscinas quien nos enfrenta a nuestro imp¨²dico retrato.
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