La vida es siesta
Hay muchas formas de organizarse las vacaciones. Pero conozco a un tipo de mediana edad y buena posici¨®n que se pasa quince d¨ªas sin salir de su casa del Retiro madrile?o. Dice que est¨¢ cansado de casi todo y se ha convertido en un estoico hasta sus ¨²ltimas consecuencias. Ejerce el celibato y solamente entra en su casa diariamente una sirvienta cuyos quehaceres se limitan a llevarle la prensa, prepararle el desayuno, la comida y la cena, hacerle la cama tres veces al d¨ªa y planchar sus pijamas.
Se levanta a las diez, desayuna chocolate con ensaimadas, una copita de orujo blanco y hojea los peri¨®dicos por encima. A continuaci¨®n le entra la depresi¨®n y se mete de nuevo en la cama para olvidar lo que ha le¨ªdo y espantar la tristeza. A eso se le llama la siesta del carnero, tambi¨¦n conocida en algunas regiones como siesta del can¨®nigo. Hacia las dos vuelve a la vida, que consiste en endilgarse un verm¨² con aceitunas antes de que la chica la sirva una abundante comida con vino de Rioja. Despu¨¦s saborea unos sorbitos de Oporto y un copazo de co?ac franc¨¦s, mientras ve con bostezos el telediario. De nuevo le acosa la melancol¨ªa y se mete al catre para disfrutar durante tres o cuatro horas de la tradicional siesta y olvidarse de todo.
Se levanta absolutamente amodorrado. Da un paseito por su terraza en pijama. Bebe un chupito de whisky. Cena pescado y fruta, bosteza de nuevo y aguanta impasible el telediario. Inmediatamente le vuelve la depresi¨®n, se cambia de pijama y se acuesta de nuevo hacia las diez de la noche. Al d¨ªa siguiente, el mismo rito. La asistenta, preocupada, le susurra humildemente: "Se va a morir usted". ?l contesta con bondadoso desd¨¦n: "Se?ora, yo ya estoy muerto hace tiempo".
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