Lo m¨ªnimo, lo inmenso
El buen lector es caprichoso, pero tambi¨¦n ecu¨¢nime. Disfruta mucho algo y a continuaci¨®n o simult¨¢neamente disfruta igual lo que parece lo contrario. Disfruta el desvar¨ªo y el rigor de la ficci¨®n y disfruta la sensatez y el caos de los relatos crudos de la vida. Lo que quiz¨¢s nunca haga un lector verdadero es no disfrutar: habiendo tantos libros buenos, qu¨¦ p¨¦rdida de tiempo resignarse a uno malo o mediocre; habiendo obras maestras tan distintas entre s¨ª, qu¨¦ sufrimiento in¨²til empe?arse en remontar alguna que no nos dice nada, o a la que no nos acercamos en el momento adecuado de nuestra vida. No s¨¦ cu¨¢ntas p¨¢ginas llevar¨¦ le¨ªdas en la m¨ªa, pero no creo que haya terminado ni una sola por obligaci¨®n. Ahora estoy leyendo a la vez dos libros que parecer¨ªan antag¨®nicos: uno breve, el otro largu¨ªsimo; uno hecho a base de chispazos lac¨®nicos de inteligencia y poes¨ªa, entrecortado, fragmentario, como escrito sobre la marcha: el otro de una sostenida amplitud que tiene algo de las largu¨ªsimas duraciones morosas de Wagner o de Richard Strauss. Uno lo llevo conmigo en el bolsillo de la americana, o en la peque?a mochila con la que voy ahora a todas partes, y aprovecho para leerlo en la espera en el dentista o en el trayecto en el metro, minutos breves pero suficientes para recibir la urgente descarga el¨¦ctrica de sus iluminaciones; el otro es un volumen macizo, compacto, de m¨¢s de mil p¨¢ginas, y por lo tanto requiere el sedentarismo lector del sill¨®n o la cama, y ser¨¢ una compa?¨ªa excelente en un largo vuelo o en un viaje en tren.
Leo al mismo tiempo La monta?a m¨¢gica y El viajero y su sombra. La prosa de Thomas Mann la disfruto en la traducci¨®n de Isabel Garc¨ªa Ad¨¢nez, aunque el primer impacto de la novela lo recib¨ª cuando era mucho m¨¢s joven en otra edici¨®n de cuya calidad ahora no s¨¦ acordarme; a Nietzsche lo leo en espa?ol gracias a Carlos Vergara. Los dos libros tienen una parte de descubrimiento y otra de regreso. La monta?a m¨¢gica me la recomend¨® el mismo amigo antiguo que en el ¨²ltimo verano de la universidad me descubri¨® tambi¨¦n El gran Gatsby y la primera sinfon¨ªa de Brahms. La hab¨ªa le¨ªdo una sola vez, a los veinticuatro a?os: entonces reson¨® m¨¢s en m¨ª porque como Hans Castorp yo estaba en el umbral de la vida adulta y porque al ingresar en el Ej¨¦rcito me hab¨ªa visto encerrado en un mundo tan autosuficiente y tan ajeno a la realidad exterior como el sanatorio para tuberculosos de Davos. Treinta a?os despu¨¦s, la novela conserva su capacidad de hechizar y su recuerdo resulta ser extremadamente fiel. Me acordaba de todo. Me acordaba muy bien del escenario y de los personajes, y de la somnolencia y la monoton¨ªa del tiempo, pero en la novela hay algunas honduras que solo la experiencia de la edad permite comprender.
El viajero y su sombra lo descubr¨ª m¨¢s tarde, despu¨¦s de los treinta a?os. De joven era un lector tan entregado de ficci¨®n que apenas le¨ª nada que no fueran libros de relatos, poemas o novelas. En todo este tiempo el libro siempre ha estado cerca de m¨ª, porque es muy propicio para la lectura a rachas, la pepita de oro encontrada al abrir las p¨¢ginas al azar. Empec¨¦ as¨ª tambi¨¦n esta vez, por puro capricho, porque buscaba algo que no pesara, que cupiera en un bolsillo, eso que un amigo americano llama el quick fix, la dosis r¨¢pida de literatura que equivale casi al tiempo de un poema o de una canci¨®n. Pero esta vez me impresionaban tanto los breves pasajes numerados que iba leyendo que resolv¨ª empezar por el principio, y leer todo seguido. El efecto se ha multiplicado. En vez de rachas de clarividencia, una especie de embriaguez verdadera. No conozco un libro tan lleno de reflexiones infalibles sobre las artes o sobre la literatura, o sobre la serenidad y el gusto de vivir. Por ejemplo: No es ser el primero en ver algo nuevo, sino en ver, como si fueran nuevas, las cosas viejas y conocidas, vistas y revistas por todo el mundo, lo que distingue a los cerebros verdaderamente originales. Por ejemplo: Todas las cosas buenas son en¨¦rgicos estimulantes a favor de la vida; este es incluso el caso de todo buen libro, escrito contra la vida. Y donde hay m¨¢s tristeza, o m¨¢s sabidur¨ªa: Cuando dos viejos amigos vuelven a verse despu¨¦s de una larga separaci¨®n, sucede a menudo que afectan tener inter¨¦s por cosas que les han llegado a ser indiferentes: a veces se dan cuenta de ello los dos y no se atreven a descorrer el velo, a causa de una duda un poco triste. As¨ª es como ciertas conversaciones parecen sostenerse en el reino de los muertos.
Ahora se dice que a causa de las nuevas tecnolog¨ªas ha de prevalecer una escritura de la rapidez, de la fragmentariedad, de lo instant¨¢neo. El presentismo es tan paleto como el localismo o el nacionalismo: es la idea de que el tiempo de uno es el centro y la cima del tiempo, igual que la tierra de uno es el centro del espacio y el lugar supremo. M¨¢s de un siglo antes de Twitter y de los blogs escritores como Baudelaire o Nietzsche hab¨ªan intuido la hermosa libertad de escribir al instante sobre lo que les pasaba por la imaginaci¨®n o lo que ten¨ªan delante de los ojos. Y parece que a Nietzsche la tecnolog¨ªa punta de la m¨¢quina de escribir le afect¨® al estilo tanto como a quien ahora se pasa el d¨ªa mandando mensajes de texto.
Sucede algo equivalente con Thomas Mann. Uno lee por ah¨ª a descubridores del Mediterr¨¢neo que aseguran que solo ellos han tenido la audacia de incluir en sus novelas lo ¨²ltimo de la tecnolog¨ªa, de indagar el modo en que los saberes cient¨ªficos y las revoluciones en la comunicaci¨®n afectan a la conciencia humana y a las formas del relato. Lo que yo aprecio ahora en La monta?a m¨¢gica es, precisamente, la irrupci¨®n en las normas po¨¦ticas de la novela de lo m¨¢s aventurado que en los tiempos de su escritura estaba sucediendo en las ciencias: la descripci¨®n de los huesos fantasmales de una mano visto a trav¨¦s de los rayos X; el v¨¦rtigo de la imaginaci¨®n al enfrentarse a los hallazgos de la biolog¨ªa molecular y de la f¨ªsica cu¨¢ntica. En su cama de enfermo Hans Castorp se interroga sobre lo que en 1924, el a?o de publicaci¨®n de la novela, estaba a¨²n muy lejos de ser comprendido, el salto de lo inorg¨¢nico a lo org¨¢nico, de los compuestos qu¨ªmicos inanimados a la vida. Los ojos de un enamorado quieren ir m¨¢s all¨¢ de las fronteras de la sensualidad situadas en la piel: ahondan en la fisiolog¨ªa de los tejidos, en el flujo de la sangre, en los g¨¦rmenes de muerte inoculados por la enfermedad.
Con Nietzsche voy por mi ciudad y mi presente, en la mesa de un caf¨¦, en el vag¨®n del metro. Con Thomas Mann me quedo duraderamente a vivir en una novela tan cerrada como un sanatorio. En cada libro intuyo una parte del secreto del otro.
La monta?a m¨¢gica. Thomas Mann. Traducci¨®n de Isabel Garc¨ªa Ad¨¢nez. Edhasa, 2009. C¨ªrculo de Lectores, 2006. El viajero y su sombra. Friedrich Wilhelm Nietzsche. Traducci¨®n de Carlos Vergara. Edaf, 1999. antoniomu?ozmolina.es
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