Las cegueras voluntarias
Durante las tres semanas transcurridas entre la publicaci¨®n de mi art¨ªculo "La historia doblemente incre¨ªble" y el d¨ªa en que escribo este otro, he recibido cartas y comentarios que oscilaban entre la "indignaci¨®n" (el sustantivo de moda para copiones) y la rega?ina. En aquel texto, como su propio t¨ªtulo indica, se?alaba lo absurdas e inveros¨ªmiles que resultaban las dos versiones que, a retazos e incompletas, nos hab¨ªan llegado a trav¨¦s de la prensa sobre lo sucedido en la suite de un hotel neoyorquino entre Dominique Strauss-Kahn y una camarera o limpiadora, cuyo nombre -me entero hoy- es Mafissatou Diallo. M¨¢s me burlaba de la aparente versi¨®n del pol¨ªtico franc¨¦s, seg¨²n la cual -hab¨ªa de inferirse- una mujer treinta a?os m¨¢s joven que ¨¦l habr¨ªa ca¨ªdo rendida ante sus encantos en plena jornada laboral y sin dinero por medio, que de la de la limpiadora, que simplemente parec¨ªa disparatada y dif¨ªcil de creer. No tomaba partido por ninguno, no daba m¨¢s cr¨¦dito a uno que a otro, admit¨ªa que todo puede ser.
"?Es que una mujer no puede mentir por despecho, af¨¢n de lucro o venganza?"
Como imaginar¨¢n, no me preocupan las discrepancias -ni siquiera la "indignaci¨®n"- con lo que escribo. Son lo normal, faltar¨ªa m¨¢s. M¨¢s me preocupan los no escasos lectores (las cartas a menudo publicadas en El Pa¨ªs Semanal son una prueba) que no leen lo que escribo sino lo que ellos creen o quieren creer o deciden que escribo, o los que se fijan en una sola frase y reaccionan airadamente a partir de ella, sin atender a nada de lo que la rodea, es decir, al resto y por tanto al art¨ªculo mismo. Pero quienes m¨¢s me preocupan son las mujeres (y alg¨²n hombre tambi¨¦n) que, en cualquier asunto relacionado con una o varias de ellas, parten de las siguientes convicciones inamovibles: a) Las mujeres son siempre buenas y desinteresadas; b) nunca mienten cuando acusan, siempre dicen la verdad; c) en todo litigio con ellas, son siempre las v¨ªctimas; d) llevan siempre la raz¨®n; e) la justicia ha de d¨¢rsela, y si no lo hace ser¨¢ corrupta. Todo lo cual conduce a que, si un var¨®n es acusado de abuso, acoso, agresi¨®n sexual o violaci¨®n, numerosas cong¨¦neres de la acusadora consideren culpable en el acto al presunto acosador o violador y no admitan otro desenlace judicial que su condena. Es m¨¢s, si se demuestra su inocencia, es muy probable que dichas cong¨¦neres sigan creyendo en su culpabilidad, en una especie de acto de fe, y atribuyan su absoluci¨®n a la sociedad machista en que vivimos, a que el juez fuera hombre, a una triqui?uela legal o a lo que se les ocurra. Nada ni nadie las mover¨¢ de su convencimiento. Entre las rega?inas que recib¨ª por aquella columna m¨ªa, estaba la de una amiga inteligente y ecu¨¢nime y a la que mucho aprecio: reconoc¨ªa que expon¨ªa bien lo inveros¨ªmil de las dos versiones, la de Strauss-Kahn y la de Diallo tal como nos hab¨ªan sido contadas, pero le "incomodaba" -ese fue el verbo que emple¨®- que yo pudiera poner en duda que la limpiadora hubiera sido violada analmente en la suite de aquel hotel. Claro que se puede violar en y por cualquier parte a una mujer, siempre y cuando el violador tenga un arma (entonces har¨¢ lo que le d¨¦ la gana) o haya recurrido a una violencia previa que amedrente y paralice a la v¨ªctima y la haga obedecer. Pero ninguna de esas cosas hab¨ªa sido mencionada en el asunto Strauss-Kahn. Mi amiga a?ad¨ªa: "Quiz¨¢ me incomoda por ser mujer". Yo le contest¨¦: "?Qu¨¦ tiene eso que ver? ?Es que una mujer no puede mentir? ?Es que no puede inventarse algo, por despecho, trastorno, af¨¢n de lucro o de venganza?" Debo decir que a eso no me respondi¨® (se trataba de una correspondencia escrita).
Entre esta amiga y la remitente de una carta aqu¨ª publicada, que alineaba mi art¨ªculo con otro de defensa a ultranza de Strauss-Kahn a cargo de su amigo Bernard-Henri L¨¦vy, media un abismo de capacidad intelectiva. Pero las dos actitudes adolecen de la misma perspectiva sesgada y manique¨ªsta: las mujeres son veraces, son los hombres quienes mienten. Semejante simplismo es enormemente preocupante, sobre todo porque indica, en los casos extremos, que hay una porci¨®n de la poblaci¨®n femenina mundial a la que le trae sin cuidado la verdad. A la que s¨®lo le importa que en un pleito entre var¨®n y mujer, ¨¦sta lo gane, aunque se trate de una falsaria. Esta ceguera voluntaria y fan¨¢tica se ha dado en otras ocasiones, por razones pol¨ªticas, religiosas o raciales. Cuando se celebr¨® el famoso juicio contra el ex-jugador de f¨²tbol americano O J Simpson por el asesinato de su esposa y del amante de ¨¦sta, muchos negros vitorearon su exoneraci¨®n pese a que todo lo se?alara como culpable. Esa actitud, cada vez m¨¢s extendida, es grave. Pero m¨¢s grave a¨²n me parece cuando ni siquiera hay pol¨ªtica, religi¨®n ni raza por medio, sino s¨®lo diferentes sexos. ?Cu¨¢ndo algunas mujeres empezaron a considerar a los hombres como a extraterrestres, como a seres de otra especie a los que no se sent¨ªan vinculadas?
El d¨ªa que escribo esto la fiscal¨ªa de Nueva York resta credibilidad a la versi¨®n de Mafissatou Diallo, le atribuye contradicciones, revela que no se escondi¨® y luego corri¨® a denunciar los supuestos hechos delictivos sino que antes limpi¨® otra habitaci¨®n y regres¨® a hacer lo propio con la pecaminosa suite 2806, y que al d¨ªa siguiente de la detenci¨®n del pol¨ªtico franc¨¦s habl¨® por tel¨¦fono con su novio presidiario sobre el posible provecho de mantener su acusaci¨®n de violaci¨®n. Aun as¨ª, no descarto que el antip¨¢tico Strauss-Kahn sea culpable. Nunca lo descart¨¦. Como tampoco descarto que la limpiadora haya levantado un falso testimonio, a diferencia de sus obcecadas cong¨¦neres que cada d¨ªa abundan m¨¢s y que han decidido, extra?amente, no ver en los varones de su especie ni rastro de humanidad.
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