La sombra misteriosa
El vigilante del parking p¨²blico de mi calle es un tipo bajito y con gafas, ecuatoriano. Debe rondar los 45, viste camisa azul claro con el escudo de su empresa de seguridad y tiene turno de madrugada. A veces, cuando llego tarde, le encuentro escuchando bachatas en su garita del s¨®tano 1. En otras ocasiones ve culebrones en un peque?o reproductor de DVD. Siempre me saluda alzando la mano y exclamando: "?Jefe!". Parece bonach¨®n y servicial, no se queja de aburrimiento ni sue?o. El otro d¨ªa le pregunt¨¦ por el disco que sonaba y, dentro de una conversaci¨®n interminable, me explic¨® que en Ecuador era polic¨ªa, que su trabajo en el garaje ser¨ªa m¨¢s llevadero si pudiera portar un rev¨®lver. Me narr¨® detenciones a punta de pistola en Guayaquil, su disfrute dando palizas a los maleantes, c¨®mo, con su compa?ero, le arrebataba el bot¨ªn a los cacos para luego repart¨ªrselo entre ellos.
No sabemos qui¨¦nes son los inmigrantes que nos rodean. Un d¨ªa tuvieron un presente diferente
Antes de ayer dej¨¦ el coche a lavar en el parking de un centro comercial. All¨ª convers¨¦ con el argentino encargado del carrito itinerante con el que limpia por dentro y por fuera los veh¨ªculos en la misma plaza de aparcamiento. Y aquel hombre con los dientes manchados y el flequillo irregular me cont¨® que en Buenos Aires era piloto de pruebas. Su pasi¨®n era la velocidad, hab¨ªa estado a punto de matarse varias veces llevando al l¨ªmite b¨®lidos de enorme cilindrada.
No sabemos qui¨¦nes son los inmigrantes que nos rodean. Asumimos que la chica que nos despacha el pan, que el camarero que nos sirve el men¨² o la mujer empujando la silla de ruedas de nuestro anciano vecino siempre hicieron lo mismo. Sin embargo, detr¨¢s de los sudamericanos, los chinos o los rumanos de nuestro entorno existen unas vidas ocultas. Unas profesiones abandonadas, unos sue?os espantados. Todos esos hombres y mujeres un d¨ªa tuvieron un presente diferente, no solo se doraron bajo otros soles o se protegieron de otros fr¨ªos, no solo transitaron otros parajes, otros barrios, vistieron ropas distintas, sino que se concibieron de otra forma. Fueron, realmente, personas distintas, amando cara a cara a sus familiares, comiendo los guisos que crecieron oliendo en los patios. Y, sobre todo, dedic¨¢ndose a tareas donde hallaron su identidad.
Habr¨¢n ganado y habr¨¢n perdido viviendo ahora en Madrid. Desde luego, pocos dejan su hogar, a su gente, por deseo. En cualquier caso, lo realmente fascinante es c¨®mo se han reinventado. Profesores checos de patinaje sobre hielo hoy sirven kebabs, contables venezolanos reparten pizzas a domicilio, mec¨¢nicos marroqu¨ªes limpiando cristales en Azca.
Como si hubiesen cambiado de nombre, de nacionalidad, de color de ojos. Inmigrantes que no solo han de aprender a desenvolverse entre desconocidos, a defenderse en un idioma extra?o y a adaptarse a h¨¢bitos ajenos, sino que, sobre todo, han tenido que acostumbrarse a vivir con ellos mismos. Con ese individuo en el que se han convertido. A reconciliarse con sus nuevas personalidades, a reconocerse en los uniformes que visten, en los espejos donde se contemplan desempe?ando labores inveros¨ªmiles, la mayor parte de ellas menos vocacionales o agradecidas que las practicadas en sus pa¨ªses, en sus primeras vidas.
La crisis tambi¨¦n ha forzado a muchos madrile?os a redise?arse. El paro ha puesto a miles de hombres y mujeres otra vez sobre la l¨ªnea de salida. Por fuerza o por deseo, algunos han decidido desterrar sus antiguas profesiones y dedicarse a una nueva labor. Apostar por sue?os reiteradamente aplazados o, en el peor de los casos, probar empleos m¨¢s b¨¢sicos apremiados por las deudas. As¨ª que, de la misma manera que hoy nos cruzamos con decenas de extranjeros sin comprender que detr¨¢s de sus monos, sus delantales o sus trajes se esconde una identidad prisionera, tambi¨¦n dentro de muchos madrile?os hay una presencia aparcada.
Esta ciudad acogedora y abierta es una enorme comuna de desconocidos. Una capital poblada de extranjeros y madrile?os transitando las calles, trabajando o durmiendo siameses a una misteriosa sombra existencial. No sabemos qui¨¦nes son. Qui¨¦nes han sido, porque el presente es siempre la suma de lo que fuimos y somos. Cambiar de oficio, de casa, de pa¨ªs, de ilusiones, de rutina, de amigos, de peinado, nos amplifica. Aunque cueste renacer, siempre es m¨¢s rico quien ha vivido m¨¢s veces.
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