?ngela, el petimetre y el diablo
Hay cosas que ocurren una sola vez en la vida. ?ngela pasaba ya los 40 y ten¨ªa un novio de edad parecida que la visitaba cada noche bajo la estricta vigilancia de mi abuelo, la ¨²nica soltera que quedaba rezagada en la casa.
Era un noviazgo que no parec¨ªa ir a ninguna parte, sino hacia la vejez de los enamorados que cuchicheaban en las mecedoras colocadas muy juntas frente a la puerta de la calle. Al dar las nueve, mi abuelo comenzaba a cerrar y a trancar con furia las puertas interiores, se?al de que el tiempo de la visita hab¨ªa expirado. Malquer¨ªa al novio. Lo llamaba petimetre, palabra sacada de las historietas en ocho cuadros que tra¨ªa el Almanaque Bristol, un enfatuado con su apellido pomposo que no iba a casarse con la hija de un m¨²sico pobre. Adem¨¢s, arrastraba como un reguero de azufre por los garitos, los estancos y los burdeles una incontestable fama de libertino.
Las aguas estancadas que no parecen ir hacia ninguna parte mientras el tiempo va tejiendo de menos a m¨¢s sus enjambres de arrugas en la piel de dos novios bajo vigilancia que cuchichean, encuentran siempre un aliviadero, y es el diablo en persona quien lo abre con sus u?as. Y as¨ª pas¨® que mi abuela tuvo una noche un ataque de asma, y el marido se vio convertido en enfermero que no pod¨ªa despegarse de su lado m¨¢s que para asomarse por la puerta del aposento y hacer una r¨¢pida inspecci¨®n de campo de lo que acontec¨ªa en la sala, porque hab¨ªa empezado a llover con furia y el novio ten¨ªa excusa suficiente para no irse como el due?o de casa le orden¨® a la hija, que esa noche se suspendiera la visita.
Se habr¨¢ entre dormido el se?or en alg¨²n momento, ya se sabe que el diablo domina tambi¨¦n las artes del sopor y del sue?o, y como tampoco repara en edades, los novios temerarios, pasando de la premura al arrebato, dejaron las mecedoras y los cuchicheos, y no encontrando otro escondite fueron a ocultarse detr¨¢s del precario refugio de la puerta de la calle donde consumaron, de pie y jadeantes, lo que el diablo quer¨ªa, y de lo que sac¨® tanto gozo como ellos.
Mi t¨ªa era virgen. Como en las radionovelas, bast¨® una ¨²nica vez para resultar pre?ada. El petimetre del almanaque Bristol no quiso casarse con ella, lo que acerc¨® a la tumba a mis abuelos, y termin¨® sus d¨ªas entre v¨®mitos de sangre consecuencia de la cirrosis alcoh¨®lica. El hijo, mi primo Hebert, no pas¨® m¨¢s all¨¢ de los 30 a?os entre rel¨¢mpagos de furia y alucinaciones, acorralado por las voces perentorias de la esquizofrenia. El fin de ella lleg¨® en la sala general de un hospital por causa de un paro cardiaco provocado por el asma, el mal de mi abuela. El diablo, que se sent¨ªa a disgusto en aquella casa desierta, cuando ya no quedaba nadie decidi¨® mudarse. Es lo que hace siempre. A m¨ª me toc¨® derruirla, heredero ¨²nico de todo aquello.
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