El robo del banco
No se trata, a pesar del t¨ªtulo, de que un banco haya sido asaltado o de que cualquier ciudadano haya sido expoliado por un banco -noticias, ambas, a las que ya estamos acostumbrados-, sino de la desaparici¨®n de un banco de los utilizados por los viandantes para sentarse de vez en cuando. Era un banco de los denominados, creo, rom¨¢nticos, de esos constituidos por tiras de madera, los m¨¢s c¨®modos y sencillos de nuestras v¨ªas p¨²blicas. El banco al que estoy aludiendo hab¨ªa estado, "toda la vida", a un lado de la calzada central de la rambla de Catalunya, una de las calles m¨¢s conocidas de Barcelona y de las m¨¢s concurridas por los paseantes. Se esfum¨®, de la noche a la ma?ana, sin dejar rastro. No puedo asegurar c¨®mo ocurri¨®, pero hay una hip¨®tesis bastante plausible que, m¨¢s o menos, contemplar¨ªa un repetido proceso de transformaci¨®n urbana. A la altura del banco diluido hab¨ªa un conocido local, mitad librer¨ªa y mitad galer¨ªa de arte, en el que se vend¨ªan libros italianos y se enmarcaban primorosamente cuadros. Cuando pas¨® la ¨¦poca en que era necesario enmarcar primorosamente cuadros y vender libros italianos, y se lleg¨® a nuestros d¨ªas, el local ces¨® y, tras un interregno de un par de a?os, se reabri¨® convertido en lo ¨²nico en lo que se convierten casi todos los locales del centro de Barcelona: un restaurante de los llamados "de tapas y platillos", destinado a las muchedumbres tur¨ªsticas, aunque un poco m¨¢s pretencioso de lo corriente. Como es habitual, supongo que con el consentimiento del Ayuntamiento, los promotores del restaurante se apoderaron de unos 100 metros cuadrados de espacio p¨²blico para construir una densa terraza, repleta de mesas y s¨®lidamente vallada por una estructura met¨¢lica que impide el acceso a los que no son clientes y camareros. El pobre banco qued¨® atrapado en el nuevo torbellino de paellas y fritos. Y una noche se desvaneci¨®.
Barcelona -y tambi¨¦n, quiz¨¢, Madrid- da prioridad a los visitantes sobre los habitantes
?Encontrar¨ªa hoy Le Corbusier un banco para sentarse en la Rambla?
Ustedes pueden preguntar: ?qu¨¦ importa un miserable banco? Ya pondremos otro en otro lugar, y basta. No obstante, s¨ª importa. Yo mismo me hab¨ªa sentado en ese banco muchas veces, y ahora lo echo a faltar. Adem¨¢s, recuerdo que mi padre tambi¨¦n se hab¨ªa sentado en el extirpado banco, y no me extra?ar¨ªa que asimismo mi abuelo tuviera esa costumbre. A ellos no les gustar¨ªa ver que el banco ya no est¨¢, y no porque fueran unos nost¨¢lgicos resistentes contra la modernidad sino por la injusticia que significa que un bien p¨²blico sea tranquilamente expoliado, y por la absurdidad de que una ciudad, mientras hace grandes alardes de amor a s¨ª misma, eche por la borda todas sus fuentes de memoria. Cada uno de esos bancos de apariencia tan humilde es un dep¨®sito de milhistorias, algunas de decisiva importancia. A los incr¨¦dulos les recomiendo la lectura del relato Primer amor, de Samuel Beckett para que se hagan una idea de la importancia de los bancos (para sentarse) en el transcurso de la humanidad.
Un d¨ªa le pregunt¨¦ por el banco al que me pareci¨® el encargado del restaurante, aunque tambi¨¦n pod¨ªa ser el portero. El hombre me mir¨® con una mirada que se ha transformado en normal en nuestras relaciones sociales, y que viene a ser un combinado con varios ingredientes: "?por qu¨¦ tengo que contestarle?"; "?a qui¨¦n le importa el maldito banco?"; "?para qu¨¦ sirve lo que no me sirve a m¨ª?". Era evidente que el tipo no ofrec¨ªa demasiadas facilidades. Ese mismo d¨ªa, preocupado por el banco errante, me encontr¨¦, acontecimiento bien extra?o, con un polic¨ªa municipal. Pens¨¦ que era el interlocutor adecuado para reclamar el mueble urbano desaparecido, pero desist¨ª al comprobar que era el mismo agente con el que, un a?o atr¨¢s, en la misma calle hab¨ªa tenido una conversaci¨®n digna de aparecer en un libro de G¨®gol.
En aquella ocasi¨®n el polic¨ªa y yo nos hall¨¢bamos, esperando que cambiara el color de un sem¨¢foro, junto a una gran se?al reci¨¦n pintada en la calzada en la que se recog¨ªa la prohibici¨®n de circular bicicletas. Mientras, las bicicletas y alguna que otra moto, circulaban a gran velocidad, precisamente por encima de la se?al. Indagu¨¦ la opini¨®n del guardia urbano sobre aquella circunstancia y el hombre me explic¨® pacientemente que, si bien aquella era la se?al de prohibici¨®n, ¨¦l no pod¨ªa actuar con respeto a la misma pues, en realidad, era ilegal pintar se?ales en el suelo y, en consecuencia, si ¨¦l proced¨ªa contra los transgresores pod¨ªa, con posterioridad, ser acusado de prevaricaci¨®n. El agente hablaba incansablemente, al tiempo que el sem¨¢foro iba cambiando de color y las ruedas infractoras pisaban con fren¨¦tica alegr¨ªa la se?al de prohibici¨®n. Un a?o despu¨¦s no me pareci¨® el confidente m¨¢s id¨®neo para compartir la a?oranza del banco.
De modo que este es un tema de dif¨ªcil soluci¨®n pues ahora sospecho que otros bancos han sido engullidos con igual voracidad en el momento de ceder el espacio p¨²blico al uso privado. No s¨¦ qu¨¦ pensar¨ªa en la actualidad Le Corbusier de una calle como la Rambla de Catalunya que, en su d¨ªa, juzg¨® la mejor del mundo para el disfrute del paseante. De entrada ver¨ªa que el espacio para el paseo ha sido reducido dr¨¢sticamente mientras se multiplicaba el n¨²mero de aspirantes a pasear. Despu¨¦s deber¨ªa sortear los m¨²ltiples artefactos rodantes, desde motos a patinetes, que siembran el p¨¢nico en la calzada. Y a continuaci¨®n tendr¨ªa que taparse los o¨ªdos, para defenderse de los ruidos, y la nariz, para no aspirar el olor a comida barata que lleva ya tiempo venciendo al aroma de los tilos. Por ¨²ltimo, en caso de estar cansado despu¨¦s de la caminata, ?encontrar¨ªa Le Corbusier un banco para sentarse y as¨ª resarcirse de los peligros del paseo?
Desde luego, amamos el progreso y la modernidad, pero esto ?necesariamente significa sancionar el expolio de la memoria? La m¨¢s grave confusi¨®n de Barcelona actualmente -y tambi¨¦n, quiz¨¢, sea el caso de Madrid- es la de dar prioridad a la ciudad de los visitantes sobre la de los habitantes. ?Qu¨¦ magn¨ªfica ciudad para ser un extranjero de visita! Un gran clima, una buena arquitectura, una inigualable oferta en comida y bebida, una tolerancia sin l¨ªmites, una ignorancia completa de las miserias pol¨ªticas locales. El visitante no sabe, ni tiene por qu¨¦ saber, d¨®nde se hallan las fuentes de la memoria. Y, no obstante, para el habitante esas fuentes son imprescindibles. Un cambio de alcalde es un buen momento para pedir, o reclamar: ?Que no nos roben los bancos!
Rafael Argullol es escritor.
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