Gloria y desaparici¨®n del diccionario en la era digital
Los diccionarios son uno de los muchos objetos que han desaparecido de la mesa de trabajo de escritores, estudiantes, investigadores..., junto con bol¨ªgrafos, cuadernos y tablas de logaritmos, sustituidos todos por un rect¨¢ngulo iluminado provisto de teclado. No es que hayan perdido su utilidad, sino que las funciones que cumpl¨ªan las cubren ahora un conjunto de programas y sitios web.
Los diccionarios han servido para saber el significado de una palabra, c¨®mo se integraba en una frase (los de construcci¨®n), con qu¨¦ otras pod¨ªa ir (combinatorios), para buscarla en otro idioma (biling¨¹es), localizar equivalentes (de sin¨®nimos), comprobar su escritura (ortogr¨¢ficos), para buscar rimas (inversos), o resolver problemas (de dudas). Tambi¨¦n han informado no sobre la lengua, sino sobre el mundo (enciclop¨¦dicos). A estas categor¨ªas hist¨®ricas habr¨ªa que a?adir una nueva: las obras en colaboraci¨®n, cuya m¨¢xima expresi¨®n son la enciclopedia Wikipedia, que ahora cumple diez a?os, y el diccionario Wikcionario, que han abierto una nueva era de autor¨ªa colectiva.
En el momento en el que los diccionarios se integren del todo en los navegadores, habr¨¢n conseguido su finalidad pero tambi¨¦n habr¨¢ desaparecido su autor¨ªa
En el contexto digital no hay ni que conocer el orden alfab¨¦tico: basta pulsar unas teclas, o pronunciar en voz alta en un tel¨¦fono la palabra buscada para que aparezca su definici¨®n. Numerosas aplicaciones permiten consultar una palabra haciendo clic sobre ella, o toc¨¢ndola con el dedo (en programas de lectura como Instapaper o traductores en navegadores web). Tambi¨¦n se puede muchas veces acceder a una palabra desde cualquiera de sus formas, acabando con la tradicional queja de extranjeros y (malos) estudiantes: "?En este diccionario no viene conduje!". E incluso o¨ªr como se pronuncia.
Una funci¨®n que anta?o correspond¨ªa a los diccionarios, pero que ahora se oculta en los c¨®digos del tel¨¦fono m¨®vil o del procesador de textos, es la comprobaci¨®n de la escritura (?ah¨ªnco o ha¨ªnco?) o de la construcci¨®n (?te prevengo que o te prevengo de que?). Aunque esta revisi¨®n se vuelve molesta cuando el dispositivo las aplica a la redacci¨®n de un texto informal, como un SMS. Precisamente una tarea pendiente de estas ¨²tiles ayudas digitales es modular su presencia seg¨²n el tipo de texto.
Cuando s¨®lo exist¨ªa como libro, el diccionario nada m¨¢s pod¨ªa consultarse por la palabra de acceso, pero es absurdo que esto siga ocurriendo en Internet. El diccionario de la Real Academia permite leer sus definiciones en l¨ªnea, pero no buscar en su interior, aunque esto puede facilitar ciertas consultas: ?c¨®mo se llama un reloj con m¨²sica?, ?y la cadena del reloj de bolsillo? Si pudi¨¦ramos ver en qu¨¦ entradas est¨¢ presente reloj llegar¨ªamos con facilidad a "carill¨®n" y a "leontina". Por fortuna, ha aparecido el sitio Dirae, que permite hacer estas b¨²squedas en el diccionario acad¨¦mico. En otra obra en l¨ªnea, Clave, s¨ª que se puede buscar dentro de las definiciones, o ver qu¨¦ palabras terminan igual que otra dada (para reloj: boj y troj). Ni en Clave ni en el DRAE en Internet se puede buscar conduje.
Pero muchas personas que hoy crean o leen textos lo hacen digitalmente, conectados a Internet, y no s¨®lo usan obras de consulta incluidas en programas, o diccionarios en l¨ªnea, sino que han aprendido a sacar partido a los buscadores. Los diccionarios escolares ilustraban palabras infrecuentes, pero hoy los estudiantes saben que para ver c¨®mo es una babirusa basta escribir su nombre en un buscador. Igual que los nombres propios: muchos correctores los incorporan, aunque siempre se puede resolver una duda mediante un "plebiscito Google". ?Se escribe Gutenberg o Gutemberg?: ?gana la primera por 26 millones de apariciones frente a 7!
Por lo general los diccionarios tienen una s¨®lida identidad: est¨¢ "el de la Academia", "el de Seco", etc¨¦tera, pero ?sabemos qu¨¦ diccionario nos ayudar¨¢ al hacer clic en un ordenador o tel¨¦fono? Muchas veces no. Ser¨¢ el que juzga conveniente el creador del programa, o el m¨¢s barato... Por otra parte, a¨²n quedan importantes diccionarios que no est¨¢n en soporte electr¨®nico (el del Espa?ol actual, de Manuel Seco, o Redes, de Ignacio Bosque), y otros existen solamente en papel o CD-ROM (como el Oxford English Dictionary). Un estudioso puede acabar con dos o tres tomos abiertos junto al ordenador m¨¢s un CD en el lector.
El diccionario del futuro desarrollar¨¢ interfaces de consulta combinadas con an¨¢lisis contextuales. Habr¨¢, por ejemplo, men¨²s con sin¨®nimos ordenados seg¨²n aceptabilidad. Haciendo clic sobre harto se desplegar¨¢ cansado, hasta las narices (marcado como vulgar) y en rojo otras menos aceptables. La aplicaci¨®n habr¨¢ descartado, para ese texto concreto, harto como equivalente a saciado.
Tambi¨¦n podr¨¢ alertarnos sobre peculiaridades regionales. A un mexicano que escriba un correo a una direcci¨®n espa?ola se le propondr¨¢ que sustituya profesionista por profesional, y a un espa?ol escribiendo a Argentina se le ofrecer¨¢n alternativas al verbo coger. El t¨ªpico caso en el que el hablante no encuentra una palabra se resolver¨¢ sobre la marcha: escribiendo "querr¨ªa * una cita" se nos propondr¨¢ acordar, concertar...
En el momento en el que los diccionarios se integren del todo en los procesadores y navegadores, olvidando sus antepasados en papel, habr¨¢n conseguido su finalidad: ayudar a las personas con dificultades en su lengua o en una ajena. Pero tambi¨¦n habr¨¢ desaparecido su individualidad, su autor¨ªa (corporativa o individual), que figurar¨¢, en el mejor de los casos, en la letra peque?a del Aviso Legal de un programa. El usuario que escribe o lee en un tel¨¦fono o en un ordenador tendr¨¢ una comod¨ªsima ayuda para construir una frase, para entender un texto, pero puede que nunca llegue a saber con la autoridad de qui¨¦n se le brinda, ni cu¨¢ntas horas de trabajo cost¨®, ni mucho menos a qui¨¦n agradecer el esfuerzo...
jamillan.com
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