D?A 4
Dan la noticia por la tele, sale en los peri¨®dicos, se comenta en el colegio, en casa, en la calle. Me entero de que en el Mercedes siniestrado viajaban un matrimonio, una ni?a de mi edad y un chico m¨¢s peque?o. Mueren todos menos la ni?a de mi edad. Es un milagro que est¨¦ viva, dicen, aunque grave, en el hospital. Mientras hablan, imagino a la ni?a con la cabeza llena de tubos. He adquirido, para disimular mi condici¨®n de asesino, una suerte de rigidez facial que todav¨ªa conservo. Mi mirada es neutra, mi sonrisa imparcial, no hay forma de deducir de ellas lo que siento. Se sabe ya que alguien arroj¨® un objeto desde el puente, se publica luego que el objeto era una canica de cristal que se deshizo pr¨¢cticamente tras el impacto. Se menciona que hay en los alrededores varios colegios. Un d¨ªa, desde la ventana del aula, en clase de Lengua, veo al director en el patio, hablando con dos se?ores, quiz¨¢ dos polic¨ªas. No soy de esos ni?os que llevan canicas de cristal, no las colecciono, no juego con ellas. La encontr¨¦ en el patio y me la met¨ª en el bolsillo. Tampoco soy un ni?o conflictivo. Un inspector viene y nos da una charla sobre el peligro de arrojar objetos desde el puente, que m¨¢s tarde cubrir¨¢n con una malla. Mientras habla, observa los rostros de los ni?os, tambi¨¦n el m¨ªo. Seguramente es un inspector-psic¨®logo, de modo que acent¨²o la expresi¨®n de neutralidad, el gesto de idiota. El idiota, la novela que le¨ªa mi padre, conozco ya el nombre del autor, Dostoievski. Pasa el tiempo, el cerco comienza a aflojarse.
Mi mirada es neutra, mi sonrisa imparcial, no hay forma de deducir lo que siento
Permanezco el resto de mi vida rodeado de gente normal sin que adviertan que no soy uno de ellos. Si dices que s¨ª a todo, la gente te toma por normal. Abr¨ªgate, que hace fr¨ªo. S¨ª. Del colegio, directo a casa. S¨ª. Es hora de acostarse. S¨ª. No importa lo que pregunten, t¨² di a todo que s¨ª. A veces, para decir s¨ª, conviene decir no. ?Mientes a menudo? No. Ese no es un s¨ª. De un modo misterioso, mi esp¨ªritu se ha contagiado de la imparcialidad impresa en mi rostro. Me convierto en un observador amable. Pero a medida que el cerco se afloja fuera de casa, se estrecha dentro. Un d¨ªa vuelvo la cabeza y descubro que mi madre lleva un rato observ¨¢ndome. Ella, asustada, desv¨ªa la vista. Me doy cuenta de que ata cabos.
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