Banda sonora del descontento
Los barrios brit¨¢nicos escenarios de los disturbios son un vivero de m¨²sicas de est¨¦tica nihilista - Surgen para retratar la frustraci¨®n urbana y se exportan a todo el mundo
Una de esas coincidencias demasiado perfectas. Mientras ard¨ªan Londres y otras ciudades, estaba a la venta el ¨²ltimo n¨²mero del semanario New Musical Express, que lleva en portada a The Clash. Recordemos: en 1976, Joe Strummer y Paul Simonon, fundadores del grupo, participaron en las algaradas del carnaval del barrio londinense de Notting Hill, cuya chispa fue el intento policial de detener a un carterista. Al a?o siguiente, ellos invitaban a tomar las calles (White riot); tambi¨¦n grababan Police & thieves, ¨¦xito jamaicano de Junior Murvin y Lee Perry. El Polic¨ªas y ladrones, versi¨®n punki de The Clash, inevitablemente pone fondo sonoro -por lo menos, en los res¨²menes televisivos- a los numerosos disturbios que han vivido los guetos brit¨¢nicos desde entonces. Seg¨²n envejeci¨®, Strummer moder¨® sus afanes incendiarios: aunque no hubiera muerto en 2002, cuesta ahora imaginarle haciendo "turismo revolucionario" por Hackney. Pero nunca faltan los adictos al radical chic: M.I.A., la vocalista de origen tamil, se declara dispuesta a llevar "t¨¦ y barritas de chocolate Mars" a los alborotadores.
Un guerrillero del 'grime' puede pasar de la marginalidad a la industria musical
Posiblemente, M.I.A. ni siquiera est¨¦ en Reino Unido. En los ¨²ltimos tiempos, disfruta de una vida privilegiada, como compa?era de Benjamin Bronfman, heredero de una de las grandes dinast¨ªas norteamericanas (su padre, Edgar Bronfman, es el capo del Warner Music Group). Hace poco, avisaba a un periodista: cuidado con lo que escribes, que ahora me puedo permitir contratar asesinos a sueldo. Fuera de la m¨²sica, toda una descerebrada.
M¨¢s cercano a la realidad est¨¢ Gavin Knight, periodista que convivi¨® con las bandas juveniles para escribir su Hood rat (Rata de barrio). Nos hace este repaso del consumo cultural de gente similar a la que estos d¨ªas sale a las calles: "En los barrios desgraciados de esta Inglaterra dividida, la m¨²sica que se escucha es el grime, el dubstep y el rap estadounidense. No se leen demasiados libros y se emplea el tiempo en videojuegos como Call of Duty y en ver programas de telerrealidad".
Dan Hancox, cr¨ªtico musical del diario The Guardian, que identific¨® en el tema Pow, del m¨²sico de grime Lethal Bizzle, el himno de las recientes protestas estudiantiles, explica que esa clase de ritmos proviene de "partes deprimidas de la ciudad, y es inevitablemente en esos barrios donde los disturbios han estallado".
Tambi¨¦n recuerda que algunos de los practicantes de estos estilos se han mostrado muy preocupados ante la devastaci¨®n de los barrios: los mensajes en Twitter de Mz. Bratt, Black The Ripper, Jamakabi y otros son contundentes en ese sentido. Lo que no ha impedido las jeremiadas del Daily Mirror, donde Paul Routledge proclama: "yo culpo al rap, que glorifica la violencia y el odio a la autoridad, exalta el materialismo m¨¢s barato y delira con las drogas".
Son sentimientos que seguramente comparte el actual primer ministro, que ya en 2006 arremet¨ªa contra "el hip-hop que programa la BBC", haciendo un batiburrillo de causas y efectos, perpetradores y cronistas.
En realidad, Cameron tambi¨¦n pod¨ªa alabar a los creadores de las variedades inglesas de la urban music, por su inventiva a la hora de lanzar microg¨¦neros que se prueban en discotecas punteras y contribuyen a las exportaciones de Reino Unido en cuesti¨®n de m¨²sica popular.
Londres y otras ciudades brit¨¢nicas son verdaderos laboratorios de experimentaci¨®n r¨ªtmica, donde los productores trabajan con m¨¢quinas y, con frecuencia, suman las aportaciones verbales de MCs (literalmente, maestros de ceremonias, aunque los profanos los describir¨ªan como raperos). Debido a la fuerte presencia de inmigrantes caribe?os, en muchos de esos trabajos se detecta un ADN jamaicano, desde la alucinaci¨®n sonora del dub al frenes¨ª del dancehall. Cada equis tiempo, se aglutinan en un movimiento que llega al gran p¨²blico: hardcore, jungle, UK funky, grime o -menos difundido, por su austeridad instrumental- dubstep.
Son obra de empresarios audaces, que controlan los medios de producci¨®n (estudios caseros) y comienzan por la autoedici¨®n. Se saltan, eso s¨ª, la legislaci¨®n cuando animan o apoyan las radios piratas, aunque algunos libertarios de la derecha radical aplauden esos desaf¨ªos al poder regulador del Estado.
Todo este proceso puede sonarnos demasiado underground, pero no se puede minusvalorar el inmenso poder de la m¨¢quina de vender pop que funciona en Londres.
Un guerrillero del grime como Dizzee Rascal puede pasar, en dos a?os, de la marginalidad al centro mismo de la industria musical, con ventas millonarias y todo lo que eso conlleva: premios prestigiosos, cabecera de cartel en grandes festivales, respetuosas entrevistas en televisi¨®n.
Respecto a su carga subversiva, est¨¢ muy exagerada. Kieran Yates, periodista freelance, menciona a Giggs, rapero de Peckham que compara las calles del barrio con el Vietnam en guerra (por decirlo suavemente, una licencia po¨¦tica). Las letras suelen ser ininteligibles o limitarse a invitaciones al sexo y la fiesta.
Los intentos de desarrollar un equivalente brit¨¢nico del gansta rap tienden a ser cortados de ra¨ªz. So Solid Crew, colectivo pionero del grime, sufri¨® la presi¨®n policial y tajantes condenas en tribunales: Carl Morgan, productor del grupo, est¨¢ cumpliendo una condena a cadena perpetua por matar a un rival amoroso.
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