El orgullo de la ficci¨®n
Satisfecha la lectura de Una habitaci¨®n en Holanda, admira la audacia de Pierre Bergounioux (Brive-la-Gaillarde, 1949). Narrar en apenas ochenta p¨¢ginas uno de los momentos seminales de la raz¨®n occidental, nada menos que el nacimiento del sujeto moderno, y hacerlo al tiempo que se perfila un travelling vertiginoso desde los or¨ªgenes de la Europa pol¨ªtica (ergo: Roma) hasta la constituci¨®n de los Pa¨ªses Bajos como asilo del pensamiento libre, no es asunto balad¨ª.
Bergounioux asume semejante riesgo mediante un texto en el que, incorporando lo que la historia del pensamiento supone de conquista intelectual, de antorcha de la raz¨®n y emancipaci¨®n de los viejos ¨ªdolos, convierte a Descartes en maravilloso personaje novelesco, que sin renunciar a los rasgos un tanto antip¨¢ticos con que Hals lo retrat¨® para la posteridad (con su cabello de mosquetero, con su mirada negligente, con esas cejas que parecen expresar un educado hartazgo), lo revela como un viajero contumaz que hizo de la conquista de "una habitaci¨®n propia" (disculpas por el anacronismo) el avatar inexcusable de su vida intelectual.
Una habitaci¨®n en Holanda / B-17G
Pierre Bergounioux
Traducciones de David Stacey /
Paula Cifuentes
Min¨²scula / Alfabia. Barcelona, 2011
91 y 75 p¨¢ginas. 11 y 12,50 euros
Libro deliciosamente "franc¨¦s", en el sentido m¨¢s noble de lo que el adjetivo sugiere, Una habitaci¨®n en Holanda esconde un homenaje muy hondo a cierta tradici¨®n europea de hombres libres, que conquistaron para el continente su bien m¨¢s preciado: la heroica aceptaci¨®n de su destino. Desde esa ¨®ptica, escenas tan memorables como el posible aunque improbable encuentro en la ciudad de Leyden entre el ni?o Spinoza y el futuro mu?idor del Discurso del m¨¦todo, valen por cientos de p¨¢ginas de pesada y asfixiante "novela hist¨®rica". El orgullo de la ficci¨®n, su soberan¨ªa indiscutible, brilla en estas p¨¢ginas eruditas con una profundidad no exenta de delicadeza.
Podr¨ªa pensarse que, tras la lectura de esta quest cartesiana, B-17G resultar¨¢ un fruto menor. Nada menos cierto. Porque Bergounioux brilla tanto en la solemnidad de la Historia como en la intimidad de la an¨¦cdota.
En el p¨¢rrafo final de Todos los pilotos muertos, Faulkner escribe: "Una imagen, unas pocas palabras escritas que cualquier cerilla, una llama menuda e inocua que cualquier ni?o puede producir, es capaz de borrar en un instante. Un palito de una pulgada de madera mojada en azufre es m¨¢s largo que la memoria o el dolor; una llama no mayor que una moneda de seis peniques es m¨¢s feroz que el valor o la desesperaci¨®n".
Es cierto. El impulso de la vida, su vis movendi, ese h¨¢lito abrasador que recorre el paisaje y a quienes lo pueblan, s¨®lo puede ser atrapado en im¨¢genes y expuesto luego, abducido, traducido, interpretado, mediante el expediente de la palabra que nombra, ordena y restituye. La hermen¨¦utica es el destino ¨²ltimo de todo anhelo de conocimiento. Mostrar es a menudo deficiente; hay, adem¨¢s, que decir.
As¨ª lo asume Bergounioux en B-17G, bell¨ªsimo escrutinio acerca de un suceso b¨¦lico, el derribo de una Fortaleza Volante durante la Segunda Guerra Mundial filmado desde el punto de vista de su destructor, un Focke-Wulf alem¨¢n. Admirada la pel¨ªcula, ese chispazo entrevisto de condenaci¨®n y muerte, Bergounioux se obliga a desencadenar el relato que lo habita: qui¨¦n reposa en el vientre de la v¨ªctima, qui¨¦n a los mandos del matador, qu¨¦ poderes posee el lenguaje para desentra?ar la breve y borrosa secuencia que obsesiona al escritor desde muy joven.
El misterio se obra cuando Bergounioux desenreda la madeja. La historia de la guerra en Europa en di¨¢logo con la historia ¨ªntima del escritor; la antigua f¨¢bula sobre el mundo y sus afanes recogida en el esplendor de un pu?ado de escritores (Cervantes, Proust, Kafka) que aplican su lupa sobre sucesos que el hurac¨¢n de la vida, padecido y gozado en primera persona, "no supo en su momento ni comprender ni pensar". Acept¨¦moslo: se escribe siempre despu¨¦s de la alegr¨ªa y del Holocausto.
La imagen, pues, como excusa para el proceso de exhumaci¨®n literaria, esa obra de demolici¨®n, quiz¨¢ no muy distinta al derribo de un gran bombardero, a la que el escritor se aplica sin mejor esperanza que la de arrancar una min¨²scula part¨ªcula de sentido a cuanto carece de ¨¦l. Para ello, toda coartada de la imaginaci¨®n resulta l¨ªcita. Por ejemplo, dotar de nombre, identidad e historia a uno de los viajeros del B-17G, ese gigantesco museo f¨²nebre en el que la muerte viste las galas del metal y del fr¨ªo, los atributos de cierta pesadilla tecnol¨®gica.
Por eso Bergounioux nos habla de un tal Smith, apellido americano por antonomasia, pues todos los pilotos est¨¢n muertos hace tiempo, pues todas las vidas son la vida del posible Smith en alg¨²n momento, el tripulante que antes de morir en la frontera de los veinte a?os sobrevuela un mundo que ni comprende ni es capaz de pensar, un mundo para el cual s¨®lo el rescate de la literatura, la eficaz nodriza que nunca duerme, es factible.
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