Las multitudes peregrinas
Nunca he sido muy aficionado a las multitudes, me dan claustrofobia y no me siento a gusto. Ni siquiera en las multitudes de gentes afines a mis ideas. O a las otras, que he ido a todas. Fui alguna vez a la Plaza de Oriente, cuando Franco, mucho menos apretada de gente aquella hermosa plaza de lo que aparentaba en las fotos tomadas en horizontal. Estuve en multitudes muy diversas. He tratado de cumplir con mi presencia en las citas que consider¨¦ necesarias, como el Prestige o la guerra de Irak, pero nunca muy a gusto. Soy persona de soledades y emboscadas, me gusta tener la iniciativa de la situaci¨®n y las multitudes me matan.
Ya ten¨ªa una sensaci¨®n similar all¨¢ por los primeros A?os Santos que conoc¨ª en mi pueblo (1954, 1965...) y en los posteriores. Recuerdo vivamente en alg¨²n a?o de aquellos a una peque?a multitud de la Mocidade Portuguesa de Salazar desfilando religiosamente por la R¨²a do Vilar, y lo poco atractivo que me result¨® aquel culto paramilitar de un reba?o abigarrado de ni?os y mozos pastoreado por gentes de aquella cosa y ocupando la estrecha calzada. Yo hubiera salido corriendo de aquella peque?a masa de emocionados peregrinos.
Los bosques siguen ardiendo, el litoral destruy¨¦ndose y las r¨ªas contamin¨¢ndose
Uno de los ¨²ltimos a?os en los que yo a¨²n andaba con frecuencia por Santiago, otro A?o Santo, no recuerdo muy bien cu¨¢l, se difundi¨® que el se?or Lacoste, el de los nikis-polo del cocodrilo (crocodilo, en gallego: intent¨¢bamos decirlo bien en una lengua propia que muchos estrenaban llenos de voluntad de cambio, y hasta hoy) llegar¨ªa montado en cocodrilo, cosa bastante incre¨ªble pero que hizo fortuna, difundida e impulsada por nosotros, estudiantes de Santiago, como Lu¨ªs Mari?o o Pepe Caama?o. La gente esper¨® con emoci¨®n que aquello tuviese visos de realidad. Tuvo una gran ocasi¨®n el Se?or Sant-Iago de mostrar su poder, pero no quiso hacerlo, quiz¨¢ porque le espantan tambi¨¦n las multitudes fascinadas en un punto fijo, aunque sea un cocodrilo. O porque su caballo estaba m¨¢s hecho a moros que a cocodrilos, que no lo s¨¦.
Ir en el centro f¨ªsico de las manifestaciones ilegales me hac¨ªa sentir que hab¨ªa sido cazado antes de tiempo, y buscaba los lados, las esquinas, los lugares que me ofrecieran alguna posibilidad de huida en el momento oportuno. No siempre con ¨¦xito.
Sobre las multitudes se han escrito grandes tratados de psicolog¨ªa y sociolog¨ªa y la idea general, simplificando, es que tales multitudes tienen un alma propia que las hace actuar muy coordinadamente, como obedeciendo a esa sola mente/alma que se postula. Debe ser cierto. Y placentero: perder cualquier identidad, incluida la gallega, tan angustiosa a d¨ªa de hoy, es algo relajante y maravilloso. Perder la identidad no es un drama porque la identidad es una gaita que solo nos trae problemas, ya se trate de la identidad propia o la de nuestro pa¨ªs. Esas ideas igualitarias, tan cristianas, o esas otras conservacionistas, tan acad¨¦micas, no nos van a dar nunca la paz. ?Por qu¨¦ nos resistimos tanto a aceptar un grado de indiferencia hacia las personas y las cosas que en absoluto es da?ino? Debe tratarse de alg¨²n atavismo biol¨®gico.
Sentirse parte de un todo en el que uno se robotiza puede ser alienante, como antes se dec¨ªa en los tiempos cr¨ªticos (afortunadamente superados por la nada vigente), pero es acariciante y tranquilizador. Se acaban los problemas y volvemos a la felicidad prenatal, uterina. Si adem¨¢s, de vuelta a casa, quemamos los libros y nos entregamos a uno de esos ejemplares programas de televisi¨®n en los que se debaten cosas de tanto calado a gritos y hasta a golpes, la vida puede ser maravillosa.
Por cierto, las r¨ªas siguen contaminadas, el litoral destruy¨¦ndose, los bosques ardiendo, y as¨ª. Quiz¨¢ es hora de pillar alguna multitud y arrear millas hasta fundirse con el paisaje. Y olvidar.
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