Toros, pu?os y gazpacho
Si hubiera escrito este articulillo para consumo de la comunidad catalana tendr¨ªa que haberlo titulado: "Correbous y butifarra" o cosa parecida, sin ¨¢nimo de faltar. Para el resto del pa¨ªs ib¨¦rico, o gran parte, vale el asignado sin malicia en la homologaci¨®n gastrotaur¨®fila. Ambas cosas andan de capa ca¨ªda. Hace muchos a?os -siempre que cuento algo me sale la referencia temporal, porque la mayor parte de las cosas que recuerdo sucedieron en tiempos pasados- uno de mis m¨¢s queridos amigos, Manuel Librero Granados, hombre bueno y ejemplar por muchos motivos, se hizo abogado mientras trabajaba en una compa?¨ªa de navegaci¨®n y, en lugar de sembrar la ciza?a, se especializ¨® en derecho mar¨ªtimo alcanzando renombre internacional. Sevillano de Aznalc¨®llar, conserv¨® el acento, el amor por su tierra y la presunci¨®n de hacer el mejor gazpacho del mundo.
C¨®mo me incomoda asistir a una corrida de toros. Lo que menos me agrada es el p¨²blico
"Mu?eca y tiempo" eran la base de su receta y vino a mi casa para demostrarlo. Maj¨® el pan, el ajo, el aceite, el tomate y dem¨¢s durante m¨¢s de una hora, hasta conseguir una pulpa homog¨¦nea y el resultado correspond¨ªa a la expectativa. Riqu¨ªsimo. Hoy, si pretendi¨¦ramos que la esposa o la asistenta hicieran otro tanto nos ver¨ªamos ante los tribunales y rechazados por la sociedad. Si queda gente capaz de aquella tesonera operaci¨®n imagino que la llevar¨¢ a cabo en la clandestinidad y mantendr¨¢, en todo caso, alejados a los menores de la cocina y del repudiable espect¨¢culo de conseguir un sabor especial sin recurrir a los fogones, ahora apagados, de elBulli, si es que conocen la f¨®rmula, algo que pongo en duda. Hoy, el gazpacho se vende envasado en cart¨®n y me ha producido un mareo mar¨ªtimo la visi¨®n de enormes vasijas de acero burbujeantes de engrudo carmes¨ª, vertido, a trav¨¦s de una cadena sin fin, en los tetrabrik que ir¨¢n a parar a los estantes de los almacenes, porque creo que han desaparecido las tiendas de ultramarinos y coloniales donde los espa?oles de antes adquir¨ªan la mayor parte de alimentos, especies y productos transatl¨¢nticos.
Dando un salto narrativo, me voy hasta la ciudad de Vitoria donde pas¨¦ unos d¨ªas, hacia los a?os 1942-43, para resolver la situaci¨®n administrativa de mi poco clara condici¨®n de recluta. Ignoro la raz¨®n, pero all¨ª asist¨ª a la ¨²nica sesi¨®n de boxeo de mi vida, varios combates entre gente joven que parec¨ªa zurrarse de lo lindo. No me gust¨®, aunque confieso que, por televisi¨®n, puedo seguir una pelea, de pesos pesados, entre p¨²giles profesionales y de primera fila. Tiene la belleza que hay que reclamar a toda lucha: la igualdad de posibilidades. Ah¨ª se aprecia el empleo de las piernas, la esquiva, el gancho, la velocidad, la fuerza y la destreza del juego ol¨ªmpico. Poco he tenido que cavilar sobre lo que me desagrada de este deporte, donde excitados espectadores de ambos sexos exigen la defunci¨®n de uno de los combatientes por KO.
C¨®mo me incomoda asistir a una corrida de toros. Sin pretender comprensi¨®n o correspondencia alguna para el boxeo, el f¨²tbol y los toros, lo que menos me agrada es el p¨²blico, el entorno. Mucha gente intenta embozar su asistencia a las corridas por el ambiente, su colorido, el sol partiendo la plaza, los mantones festoneando las talanqueras o como se llamen, el rugido del p¨²blico que desea ver corneado al diestro pero que exhala un grito un¨¢nime de pavor si se produce la cogida o la voltereta. Como cuando el crochet de mand¨ªbula acierta y manda a la lona al p¨²gil.
Esos espect¨¢culos, a los que a?adir el tenis entre primeras figuras y donde el espectador suele ser m¨¢s comedido, aunque aplauda, groseramente, m¨¢s los fallos que los aciertos. Me sobra el ambiente, la asistencia, sin duda indispensable y necesaria. La televisi¨®n me lo da hecho, desmochando lo que menos me atrae y me interesa.
Man¨ªas, sin ¨¢pice de proselitismo y cierta melancol¨ªa por ese paso atr¨¢s de la civilizaci¨®n occidental que supone el gazpacho enlatado y la glorificaci¨®n de Rat¨®n que, poco a poco, empata la quiniela sanguinaria. Nunca sabremos si el d¨ªa que hayan muerto tantos lidiadores como toros estar¨¢n ¨ªntimamente satisfechos algunos antitaurinos estad¨ªsticos. Un viejo y deleznable chiste de jud¨ªos contaba el enriquecimiento de Rub¨¦n al transmitir a la intimidad femenina el sabor a naranja. Tiempo despu¨¦s, Nathan le arrollaba con sus riquezas, por haber descubierto un producto que confer¨ªa a las naranjas el aroma secreto de las mujeres. Sic transit.
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