Nostalgia de lo cursi
Hay quien dice que hemos dejado de ser cursis de puertas adentro, y solo desde fuera interesa el concepto o al menos la palabra. Un infierno para los traductores, que a veces nos preguntan a los nativos y nos obligan a dar rodeos sem¨¢nticos. El adjetivo cursi no se puede traducir, y el destino de las palabras intraducibles es ser eternamente glosadas.
Los diccionarios apenas ayudan. Lo cursi se lleva en el alma o se detecta a flor de piel; nadie aprende a ser cursi, y por eso tampoco nadie posee el vocablo ¨²nico para explicarlo. Mar¨ªa Moliner, en su Diccionario de uso del espa?ol, dice de cursi que es lo que pretendiendo ser refinado resulta rid¨ªculo, y en t¨¦rminos similares se expresa la Real Academia Espa?ola en el suyo, que a?ade, sin embargo, una acepci¨®n literaria: "D¨ªcese de los escritores, o de sus obras, cuando en vano pretenden mostrar refinamiento expresivo o sentimientos elevados".
La decadencia de la cursiler¨ªa ha producido el auge de afectaciones y pretensiones infinitamente peores
G¨®mez de la Serna no es enemigo de la cursiler¨ªa, se burla a veces de ella y otras la ensalza
No es eso, ?verdad?, o no es eso solo. Qu¨¦ l¨¢stima que en el Renacimiento a¨²n nadie fuera cursi, o no se tuviera conciencia de ello, pues nos gustar¨ªa contar con una definici¨®n de cursi en el incomparable Tesoro de la lengua castellana de Covarrubias, publicado en 1611. En su interesante La cultura de la cursiler¨ªa (Antonio Machado Libros, traducci¨®n de Olga Pardo Tor¨ªo, Madrid, 2010), No?l Valis, profesora de literatura espa?ola en Yale, traza el origen de cursi a los a?os centrales del XIX, y lo precisa en C¨¢diz y a partir de la deformaci¨®n un tanto legendaria del nombre de unas hermanas francesas, las Sicur, que iban siempre muy emperifolladas.
Tres o cuatro escritores del siglo XX, valientes ellos, quisieron adentrarse en el galimat¨ªas y nombrarlo. Y sorprender¨¢ a algunos que fuese don Jacinto Benavente, candidato ¨¦l mismo a uno de los tronos de la cursiler¨ªa esc¨¦nica nacional, quien estren¨® en 1901 una obra, Lo cursi, que tiene, como tantas de este autor malquerido por la posteridad, sumo inter¨¦s. Benavente hizo a menudo un teatro de ideas envuelto en los ropajes de la alta comedia, y as¨ª es en Lo cursi, dedicada por cierto a don Benito P¨¦rez Gald¨®s, otro hombre de ideas que cuando escribi¨® teatro expres¨® vanamente sentimientos elevados, siendo por tanto, seg¨²n sentencia la Real Academia, reo de cursiler¨ªa. Los cursis y anticursis de la pieza de Benavente juegan con los significados como con el amor, en un vodevil conceptual sobre la infidelidad conyugal lleno de apotegmas: "Es cursi tener celos", dice Carlos, el personaje m¨¢s fr¨ªvolo. Pero otro de esta misma obra, el sesudo Marqu¨¦s, portavoz yo dir¨ªa que a un 50% de las ideas del autor, se expresa con m¨¢s contundencia al afirmar que la invenci¨®n de la palabra cursicomplic¨® terriblemente la vida de la gente: "Antes exist¨ªa lo bueno y lo malo, lo divertido y lo aburrido, a ello se ajustaba nuestra conducta. Ahora existe lo cursi, que no es lo bueno ni lo malo, ni lo que divierte ni lo que aburre; es... una negaci¨®n".
Ortega y Gasset habl¨® sociol¨®gicamente (en 1929) de la cursiler¨ªa, seg¨²n ¨¦l end¨¦mica en un pa¨ªs pobre y carente de una s¨®lida y asentada burgues¨ªa como era Espa?a. Pero fue G¨®mez de la Serna quien con m¨¢s elocuencia se acerc¨® a lo cursi en su breve ensayo de ese t¨ªtulo, publicado en 1934 y m¨¢s tarde (1943) ampliado para su segunda edici¨®n en libro. Ram¨®n no es enemigo de la cursiler¨ªa; la entiende demasiado bien como para despreciarla y, maestro infalible de la paradoja, se burla a veces de ella y otras la ensalza. As¨ª, en las p¨¢ginas de su ensayo tanto puede leerse que "el repudio de lo cursi es lo que envenena la sociedad", como el silogismo siguiente: "La oratoria, que es lo que m¨¢s mueve al mundo, es cursi. Castelar fue un gran cursi, y por eso llen¨® su ¨¦poca de vibrante repercusi¨®n". Siempre brillante en las greguer¨ªas, Ram¨®n contrapone el snob, "el que pide en un restaurante gallinejas", al cursi, "el que pide caviar en una taberna".
?Qu¨¦ ser¨ªa hoy cursi, de seguir existiendo entre nosotros esa condici¨®n del alma o el cuerpo? El baremo de los sentimientos lo cambia, como cualquier otro valor inestable, el curso de los tiempos, y actualmente respondemos con una calurosa apreciaci¨®n a lo que en los a?os treinta causaba el ramoniano "escalofr¨ªo cursicional", por ejemplo Charlot, "el genio de lo cursi", la "obra divinamente cursi" de Juan Ram¨®n Jim¨¦nez o Don Quijote, que "plasmado en pintura o escultura es fundamentalmente cursi, h¨¢galo quien lo haga". La coincidencia resulta f¨¢cil, por el contrario, cuando Ram¨®n proclama que "es cursi la Virgen de Lourdes saliendo con t¨²nica celeste claro de una gruta rococ¨®".
Personalmente, y aunque se me ocurre alg¨²n ejemplo reciente de novelas, pel¨ªculas y dramas de consumada cursiler¨ªa, siento nostalgia del tiempo en que lo cursi abrigaba, con su ?o?ez inocua y solo tenuemente espectacular, ofreciendo, como escribe Ram¨®n, un "gran cobijo". Mi recelo es que la decadencia de la cursiler¨ªa ha producido el auge de afectaciones y pretensiones infinitamente peores, unas m¨¢s indignas que otras, pero todas igual de irritantes.
G¨®mez de la Serna, que a fuerza de agudeza tuvo dotes de augur, hac¨ªa en su ensayo citado una anticipaci¨®n asombrosa de nuestro presente ferroviario: "Los primeros vagones de ferrocarril, los que recorrieron las praderas norteamericanas con coches-sal¨®n, eran vagones cursis, y por eso se ve¨ªa mejor el paisaje y no hab¨ªa soledad en el viaje, puesto que se viajaba en el gabinete ¨ªntimo.
(...) Ese fue el encanto de los primeros viajes en tren, encanto que se pierde cuando se construye el vag¨®n profesional, el vag¨®n para viajantes". El p¨¢rrafo deber¨ªa radiarse al inicio de todos los trayectos de la Renfe, en especial los de sus grandes l¨ªneas, sus veloces trenes dominados por la marea ac¨²stica de la l¨ªnea telef¨®nica particular. No solo Ram¨®n. Hasta el remilgado Benavente denuncia por boca de Agust¨ªn, el protagonista de su comedia, "esta ferreter¨ªa progresista tan antip¨¢tica y tan cursi". Pocas cosas tan rid¨ªculas y agresivas hoy como el exhibicionismo vocal del yo a trav¨¦s de los aparatos llamados m¨®viles, que convierte en petimetres y damiselas de una neo-belle ¨¦poque imp¨²dica y maleducada a sus usuarios, incapaces de distinguir las ¨¢reas de descanso entre lo privado y lo p¨²blico. Las cursis de C¨¢diz, y sus espec¨ªmenes posteriores, llevaban tocados inauditos y joyas chabacanas, pero su cursiler¨ªa "se comprend¨ªa -volvemos a Ram¨®n- a la hora de cerrar el land¨®, cuando sobre las bellas primas se cerraba la capota de atr¨¢s contra la de delante y se entraba en una oscuridad de ba¨²l mundo".
Por no hablar del registro chill¨®n del reflejo medi¨¢tico de la actualidad. Cuando en alg¨²n programa de archivo o documental se oyen ahora las voces del NODO, los noticieros cinematogr¨¢ficos franquistas, el engolamiento y la rimbombancia de la locuci¨®n nos hace sonre¨ªr, por mucho que el mensaje impl¨ªcito fuese generalmente tan siniestro. Pero ?qu¨¦ decir de la tendencia de los telediarios actuales de todas las cadenas (a excepci¨®n, y no siempre, de los de TVE), a la adocenada y escandalosa exposici¨®n de los sucesos? La Sexta y la nueva Cuatro, que tan poco tiene que ver, tristemente, con la anterior, se igualan a menudo con las otras cadenas privadas, otorgando a las noticias -no hablo de las tertulias y los programas de cotilleo- el rango de accidentes o cat¨¢strofes. Y as¨ª, la cabecera de esos espacios informativos se deja llevar por el "impulso de la sangre" (lo mismo da que sea b¨¦lica que pasional), el predominio del "efecto" sobre el conflicto, del sensacionalismo sobre el decoro. El reino, pues, del kitsch, seg¨²n la definici¨®n certera y luminosa que, all¨¢ por los a?os 1930, le dio Hermann Broch. La vil ordinariez frente a la pompa fatua de la cursiler¨ªa.
Vicente Molina Foix es escritor.
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