El veneno de la serpiente
Ah¨ª estaba, sobre el tobillo, la marca de la mordedura de la serpiente. Una nube oscureci¨® el sol y un escalofr¨ªo me recorri¨® todo el cuerpo. Antonio y yo nos quedamos mirando su pie y la picadura, justo por encima del borde de la zapatilla deportiva, junto a una venita azul. "Han pasado a?os pero a¨²n sigue visible, uno de los agujeros de los colmillos, el otro ya no se ve".
A Antonio Vi?as le mordi¨® una v¨ªbora en su pueblo, Viladrau, en el Montseny, mientras cortaba el c¨¦sped. Pas¨® una semana en el hospital de Vic y tard¨® dos a?os en curarse de la subsiguiente fobia a las serpientes. Y eso que es un tipo valiente, que hasta corre rallies. A m¨ª nunca me ha picado una serpiente, Dios no lo permita, y sin embargo les tengo mucho miedo, una ofidofobia del carajo. Tambi¨¦n me provocan un extra?o morbo, una insana atracci¨®n.
"El dolor no me subi¨® m¨¢s arriba de la ingle, pero notaba molestias en todo el cuerpo. Me ingresaron y me pusieron suero y el ant¨ªdoto"
Pensaba que lo de las serpientes era agua pasada y que convivir con una de ellas -una inofensiva culebra del maizal americana (Elaphe guttata) que reside en un peque?o terrario en casa como una m¨¢s de la familia comiendo los ratoncitos que le arrojo vivos- me hab¨ªa curado de la obsesi¨®n por esos seres escamosos y reptantes. Pero la pasada semana me encontr¨¦ en el jard¨ªn una sospechosa vomitada de mi gata: entre restos de las caras galletitas de at¨²n que consume se apreciaban fragmentos de una presa. Con unas pinzas, lupa, paciencia y mucho asco conjurado con esp¨ªritu cient¨ªfico y algo de licor pude reconstruirla. Era una culebrita lisa (Coronella girondica) a la que el felino no hab¨ªa hecho remilgos, aunque evidentemente no le hab¨ªa sentado bien. Me qued¨¦ mirando la cabeza seccionada, congelada en una postrera mueca of¨ªdea y me asom¨¦ a las fauces abiertas. Ah¨ª dentro permanec¨ªan intactos todo mi horror y mi fascinaci¨®n.
No ha contribuido a serenarme la lectura este verano de The snake charmer, de Jamie James (Hyperion Books). Es la historia real de un famoso y osado herpet¨®logo californiano, el doctor Joe Slowinski, un apasionado de las serpientes venenosas descubridor de varias nuevas especies como la cobra escupidora de Birmania (Naja mandalayensis), que se las hizo pasar moradas al esputarle aviesamente un chorro de veneno por debajo de las gafas protectoras con punter¨ªa digna de un ranger tejano.
James reconstruye la apasionante biograf¨ªa de Slowinski desde su infancia hasta el abrupto final en 1991 en una remota aldea birmana bajo el monte Hkakabo Razi, en el extremo sur del Himalaya, pasando por incidentes con diversos reptiles y un romance con una ornit¨®loga morena a la que llev¨® a una animada batida de cr¨®talos tras la que pasaron la velada bebiendo vino y visionando La noche de la iguana. Y yo que cre¨ªa que mis planes rom¨¢nticos eran exc¨¦ntricos... Una ma?ana temprano, durante su ¨²ltima expedici¨®n en Birmania, Slowinski meti¨® la mano sin mirar en una bolsa que seg¨²n uno de sus colegas conten¨ªa una serpiente inofensiva reci¨¦n capturada. Al sacarla, llevaba colgando un esp¨¦cimen peque?o y listado con los colmillos aferrados a la base de su dedo medio. "Es un jodido krait", estableci¨® consternado. El krait o b¨²ngaro es una de las serpientes m¨¢s letales del mundo y su veneno, neurot¨®xico, resulta unas 16 veces m¨¢s potente que el de la cobra. Slowinski lo sab¨ªa muy bien, y lo que le esperaba.
James narra sin ahorrar ning¨²n detalle el espanto y la angustia de la situaci¨®n. El cient¨ªfico reuni¨® a su apesadumbrado equipo y les describi¨® pormenorizadamente lo que le iba a pasar a medida que el veneno fundiera su sistema nervioso. Fue tal y como predijo. ?Qu¨¦ terrible saber con todo detalle c¨®mo vas a palmarla! Al cabo de una hora las manos le empezaron a temblar. Luego fue incapaz de alzar los p¨¢rpados (ptosis). Mientras pudo fue rese?ando, en un ejemplar alarde de empirismo, sus impresiones. Cuando dej¨® de ser capaz de hablar, por escrito. A las seis horas ces¨® de respirar y hubo que practicarle ininterrumpidamente, por turnos, la respiraci¨®n boca a boca. Entre espasmos alcanz¨® a garabatear un ¨²ltimo mensaje: "Dejadme morir". Aunque parece que no sufri¨® mucho: ¨¦l mismo hab¨ªa predicho que no habr¨ªa dolor, sino el sentimiento progresivo de desconexi¨®n, por la hipoxia que es la reacci¨®n propia del veneno de los el¨¢pidos. El socorro v¨ªa helic¨®ptero no lleg¨® a tiempo a ese lejano lugar en la jungla, entre otras cosas por la singular circunstancia de que el ataque de la serpiente coincidi¨® con otro mayor que puso el mundo patas arriba: el del 11-S.
Tras una noche infernal, el sistema respiratorio de Slowinski colaps¨®. El hedor de su aliento, por la descomposici¨®n de los tejidos a causa del veneno, era tan fuerte que resultaba un calvario el boca a boca. Muri¨® a mediod¨ªa. Si creen que con esto acaba el horror del relato est¨¢n equivocados. El helic¨®ptero militar se neg¨® a llevarse el cad¨¢ver porque en Birmania da mala suerte transportar a un muerto en cualquier veh¨ªculo. No hubo m¨¢s remedio que inyectarle al cuerpo que ya empezaba a pudrirse el formaldehido que el equipo llevaba para conservar las serpientes...
Tras la muerte del aventurero estudioso, se le puso en su honor su nombre a una nueva especie de serpiente hallada en Arkansas, Elaphe slowinskii: una culebra del maizal... como la m¨ªa. En 2005 bautizaron tambi¨¦n a un krait como Bungarus slowinskii: no s¨¦ si le hubiera hecho tanta gracia.
Para animarme y darme esperanza tras el trance de Slowinski volv¨ª a uno de mis libros favoritos, El club de los supervivientes a las mordeduras de serpiente, de Jeremy Seal (Espasa), el asombroso viaje del autor en pos del testimonio de gente que sali¨® con bien del ataque de algunas de las serpientes m¨¢s venenosas del mundo. Del tesoro de informaci¨®n que encierra ese libro les dir¨¦ solo que documenta la ocasi¨®n en que una mamba verde impidi¨® el despegue de un avi¨®n de pasajeros en Dar es Salaam al enroscarse en el cuello del piloto. No conozco a nadie que haya sido mordido por una mamba, una cobra, una cascabel o una taip¨¢n. No te digo ya que haya sobrevivido. Mi abuelo me habl¨® de un indio pum¨¦ al que vio amputarse a la brava ¨¦l mismo con el machete un pie en la selva tras ser mordido por una mapanare. Pero vete t¨² a buscar ahora en Venezuela a un indio pum¨¦ cojo. As¨ª que ah¨ª estaba yo anteayer en el bar del hotel Bofill, con Antonio Vi?as.
La mordedura de una v¨ªbora ¨¢spid (que aqu¨ª llamamos escur?¨® y es abundante) no es comparable a la de las estrellas del veneno, pero es siempre seria y puede resultar muy peligrosa. Adem¨¢s te puedes topar con uno de esos bichos mientras riegas las hortensias, lo que crea m¨¢s mal rollo, porque dif¨ªcilmente me van a ver el pelo en la jungla de Birmania pero no puedo pasar sin regar las hortensias. Antonio, por tanto, es un miembro con todas las de la ley de ese club de personas que, como dice Seal, han sido tocados (mordidos) por algo oscuro, ex¨®tico y pretenatural, lo que les hace de alguna manera diferentes. He estado tentado de escribir "envidiablemente diferentes", pero me lo he pensado mejor.
"Eran las seis de la tarde, sent¨ª como si me clavaran dos agujas. Pegu¨¦ un salto. Y vi la marca, los dos puntitos. Luego un calambre, como si pudiera dibujar la vena por la que sub¨ªa la sangre". Antonio vio a la serpiente. "Una v¨ªbora, peque?a, la t¨ªpica. Pon que va bien llevarla al hospital". Le mir¨¦ con incredulidad. "Es porque as¨ª saben con certeza qu¨¦ te ha picado, mucha gente se les presenta agobiada y era una zarza". ?l no la llev¨®, lo que ahorr¨® alguna escena como la del avi¨®n de Dar es Salam en versi¨®n ambulatorio, y tuvo que describirla. Su padre lo hab¨ªa trasladado en coche con la natural angustia. "El dolor no me subi¨® m¨¢s arriba de la ingle, pero notaba molestias en todo el cuerpo. Me ingresaron y me pusieron suero y el ant¨ªdoto. Lo peor fue despu¨¦s. El p¨¢nico al caminar por el campo o un jard¨ªn. Sudaba de miedo. Incluso por una lagartija. No era vida. Pens¨¦ que tendr¨ªa que ir a un psic¨®logo y todo. Se me ha pasado completamente, aunque siempre vigilo. Tengo mucho cuidado en la construcci¨®n, porque se meten en los ladrillos y en las tejas viejas".
Antonio es un joven cabal y simp¨¢tico. Pero cuando le pregunto si no guarda rencor a la v¨ªbora, su mirada de natural alegre adquiere la calidad oscura y fr¨ªa del caf¨¦ con hielo que se est¨¢ tomando. "Las mato, siempre que las veo", dice con inesperada fiereza. Y me parece que algo amargo le sube a la boca y comprendo que, superviviente o no, del encuentro con la serpiente nunca sales indemne.
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