Cuando Libia se despert¨®
El fin de Gadafi llega despu¨¦s de siete meses de lucha encarnizada que deja un pa¨ªs exhausto
Resultaba emocionante el ansia de los libios por algo tan sencillo como hablar, por relatar lo que hab¨ªan padecido durante 41 a?os de dictadura y las tropel¨ªas perpetradas por el r¨¦gimen. Al extranjero le arrastraban del brazo para que escuchara c¨®mo Muamar el Gadafi, el "hermano l¨ªder", hab¨ªa alienado sus mentes. Mostraban las fotograf¨ªas de sus parientes asesinados, su frustraci¨®n por la absoluta carencia de justicia. "Ese tipo obligaba a las madres a aplaudir la ejecuci¨®n de sus hijos", comentaba un comerciante. Febrero llegaba a su fin y la revuelta contra el dictador hab¨ªa comenzado d¨ªas antes en la oriental Bengasi, una ciudad decr¨¦pita, despreciada por el tirano, con infinidad de calles polvorientas, sin asfaltar, en un pa¨ªs que nada en la abundancia petrolera. La confusi¨®n y la muerte estaban siempre presentes esas fechas. La inmensa mayor¨ªa de los vecinos de la capital del alzamiento, alrededor de un mill¨®n de personas, estaban, pese a todo, exultantes. Cada d¨ªa lo est¨¢n m¨¢s, ahora que concluye otro Ramad¨¢n sangriento. Porque Tr¨ªpoli tambi¨¦n est¨¢ en manos rebeldes.
Los cazas franceses salvaron a la capital de Cirenaica, bombardeada con cohetes y artiller¨ªa, de una matanza cierta
Entre T¨²nez y Egipto, que ya hab¨ªan derrocado a sus aut¨®cratas en enero y febrero, Gadafi se las ve¨ªa venir. Desde 2009, los familiares de las v¨ªctimas de la matanza en la prisi¨®n tripolitana de Abu Salim -1.270 reclusos, la mayor¨ªa disidentes del oriente libio- se manifestaban en silencio, portando fotos de sus parientes ametrallados en el patio de la c¨¢rcel, en junio de 1996.
Se hab¨ªa decidido que el 17 de febrero ser¨ªa el D¨ªa de la ira. Pero Fathi Terbul, abogado de los deudos y hermano de un masacrado, fue detenido en Bengasi dos d¨ªas antes, y unos pocos cientos de personas salieron a la calle a protestar. "La gente no se atrev¨ªa a hablar ni en casa, por temor a que sus hijos pudieran decir algo inconveniente en el colegio que llegara a o¨ªdos de los soplones", se lamentaba el parado Taufik Abdulmunim. Los padres pagaban por la inocencia de sus peque?os. "Hubo 250 detenidos. Pero al d¨ªa siguiente, en la plaza Shasara, est¨¢bamos m¨¢s de 400 abogados, comerciantes, m¨¦dicos, ingenieros... Llegaron los mercenarios con sus cascos de obra amarillos, sus cuchillos y palos. Muchos j¨®venes se sumaron a la protesta, empezaron a ganar terreno y la polic¨ªa dispar¨®.
"El 17 de febrero, tras el entierro de 10 personas, comenz¨® una algarada contra la polic¨ªa", contaba en Bengasi el empresario Fauzi Dihum. Y el r¨¦gimen dijo basta sin asimilar que quienes hab¨ªan dicho "se acab¨®" eran la gran mayor¨ªa de los libios. Y se desat¨® el caos, que hasta hoy perdura. Los hijos de Gadafi, al frente de algunas de las brigadas mejor adiestradas y equipadas, tiraron a matar incluso desde helic¨®pteros contra gente desarmada.
La gran mayor¨ªa de los militares -el Ej¨¦rcito nunca mereci¨® la atenci¨®n del dictador- hab¨ªan desertado. Los cuarteles presentaban un aspecto desolador. En la oriental Cirenaica (Bengasi, Tobruk, Darna, Al Baida) se expuls¨® a los soldados y a los esbirros del r¨¦gimen en pocos d¨ªas. Emergieron las mazmorras de Gadafi -cuentan que a los presos se les obligaba a permanecer d¨ªas enteros de pie, hacinados 15 en una celda ¨ªnfima chapoteando en sus orinas-, al tiempo que las paredes de los edificios de la plaza de los Juzgados de Bengasi se llenaban de fotos de los asesinados y de caricaturas despectivas contra el tirano. "Esto durar¨¢ unos d¨ªas", se o¨ªa decir a muchos. Cauteloso, Mustaf¨¢ Gheriani, portavoz de los sublevados, afirmaba: "Primero hay que liberar Tr¨ªpoli. Creo que la comunidad internacional acabar¨¢ bombardeando Bab el Azizia", el baluarte de Gadafi en la capital del pa¨ªs.
Reinaba la euforia en aquella primera quincena de marzo. Avanzaban fulgurantes los rebeldes, hasta que de pronto la ofensiva gadafista les oblig¨® a retroceder. Se pasaba a la depresi¨®n en cosa de minutos. Y sucedi¨® muchas veces. Los reveses en el campo de batalla situaron Bengasi al borde de una matanza. "Palmo a palmo, casa a casa, callej¨®n a callej¨®n...", Gadafi hab¨ªa prometido el 8 de marzo matar a las "ratas", como ha tildado siempre a los sublevados. Se palpaba el miedo. Los tanques del s¨¢trapa llegaron a tres kil¨®metros de las puertas de la ciudad. Corr¨ªa el 19 de marzo, y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ya hab¨ªa aprobado las resoluciones que impon¨ªan la zona de exclusi¨®n a¨¦rea y el deber de proteger a los civiles. Los cazabombarderos franceses salvaron a la capital de Cirenaica, bombardeada con cohetes y artiller¨ªa, de una matanza cierta. La reci¨¦n bautizada plaza Tahrir (la de los Juzgados) comenz¨® a llenarse de banderas francesas, de Catar, de Estados Unidos, Reino Unido, e incluso de Italia, por mucho que la antigua potencia colonial matara a casi la mitad de la poblaci¨®n de Cirenaica. Los shabab (los muchachos) se lanzaban al combate con las armas que hab¨ªan tomado de los cuarteles abandonados. Pero tambi¨¦n con navajas, siempre gritando: "Dios es grande". Y sin nadie al mando, sin estrategia alguna, cientos llenaron los dep¨®sitos de cad¨¢veres de Bengasi. Ca¨ªan como moscas en el camino hacia Sirte -patria chica del autoproclamado rey de reyes-, en las inmediaciones de las instalaciones petroleras de Brega y Ras Lanuf.
Las comunicaciones fueron cortadas; los funcionarios dejaron de percibir sus salarios; los puertos y aeropuertos permanecieron cerrados semanas; se dej¨® de extraer crudo y escaseaba el combustible, que muchos chavales sacaban de los dep¨®sitos de gasolina absorbiendo con tubos de goma. Los contratiempos no importaban. Estall¨® la solidaridad y brotaron los primeros peri¨®dicos no afectos al r¨¦gimen.
Las tropas de Gadafi continuaban su bestial represi¨®n en las ciudades occidentales del pa¨ªs. Aplastaron con tanques la revuelta en Zauiya, a 50 kil¨®metros de Tr¨ªpoli. Nunca pudieron con Misrata, la ciudad mediterr¨¢nea a 200 kil¨®metros al este de la capital, que sufri¨® un asedio de m¨¢s de dos meses, bombardeada a diario por cohetes, asesinados sus ciudadanos por francotiradores que imped¨ªan recoger los cuerpos. En las c¨¢rceles se romp¨ªa los huesos a los rebeldes; se denunciaron fosas comunes. No hab¨ªa vuelta atr¨¢s. Los rebeldes avanzaban en todos los frentes. El cerco a Tr¨ªpoli se estrechaba. Hasta que, el 24 de agosto, Gadafi rindi¨® Bab el Azizia y se convirti¨® en fugitivo.
Mustaf¨¢ Abdul Yalil, exministro de Justicia de Gadafi, un hombre muy respetado, de los pocos que se atrevi¨® a dimitir tres veces del Gobierno del tirano, presidi¨® el Consejo Nacional Transitorio -con personalidades de todo el pa¨ªs, la mayor¨ªa en la clandestinidad- desde los primeros d¨ªas de marzo. Ahora, seis meses despu¨¦s, se traslada a Tr¨ªpoli como Gobierno leg¨ªtimo, una vez que ha logrado el reconocimiento internacional y empieza a llegar una min¨²scula fracci¨®n de los 110.000 millones de d¨®lares que Gadafi y su camarilla conservaba en cuentas en el extranjero que hab¨ªan sido congeladas. El futuro pinta incierto para esta sociedad tan conservadora, tan carente de cultura pol¨ªtica como ignorante de lo que significa la democracia. Su sector petrolero, principal fuente de ingresos del pa¨ªs, est¨¢ hecho cisco.
"Palmo a palmo, callej¨®n a callej¨®n" es el dictador ahora el perseguido. Con esas palabras se ha compuesto un rap que causa furor en Tr¨ªpoli y Bengasi, aunque no tanto como el himno de la Libia mon¨¢rquica anterior al golpe de Estado de Gadafi, en septiembre de 1969. "As¨ª ha terminado Gadafi. Como una rata en un callej¨®n", comentaba el viernes un miliciano en Tr¨ªpoli. Los rebeldes cre¨ªan que se hallaba, ?qu¨¦ paradoja!, en el barrio de Abu Salim, donde se alza la prisi¨®n de la macabra matanza.
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