El 'Rubalmessi vulpes'
Tienen gran facilidad para escurrirse de las muchas trampas que les tienden, pero a veces les hace perder pie una excesiva autosuficiencia
Los Rubalmessis vulpes siempre se escapan. Les ponen cepos, les disparan, les echan a cinco ga?anes para que les agarren por las corvas o, en su defecto, les sepulten bajo cientos de kilos de carne endurecida; y nada. Se escurren, se escabullen, se escapan, se fugan. Se evaporan. Estaban y ya no est¨¢n. Les agarran con las dos manos, tenaza invencible -o eso creen- alrededor del cuello, y zas. Por arriba o por abajo, que no sabr¨ªan decirlo, el bicho ha huido para seguir, tan telendo, en la misma direcci¨®n que tra¨ªa. Los ru-balmessis, en sus noches en solitario, a?oran la secreci¨®n mucosa de la anguila, pero no la necesitan. Es que siempre quieren m¨¢s.
Hace 80 millones de a?os, los velocirraptores supl¨ªan con su vertiginosa rapidez, cual artefacto supers¨®nico, las carencias que les proporcionaba su escaso tama?o frente a fieras de mayor envergadura o condici¨®n. Nos lo cont¨® Michael Crichton y nos lo mostr¨® Steven Spielberg. Casi igual de al¨ªgeros se muestran los Rubalmessis vulpes. Incluso a alguno de sus ejemplares m¨¢s conocidos se le ha cronometrado: 11,2 segundos tard¨® ese rubalmessi en vencer 100 metros en el a?o 1975. Otros cient¨ªficos (Castells y Mayo, 1993) indican que pueden alcanzar hasta los 55 kil¨®metros por hora en velocidad punta. Capaces, pues, de competir de igual a igual con el m¨ªtico Geococcys californianus, m¨¢s conocido como el Correcaminos. (V¨¦ase Chuck Jones y Warner Brothers. Hay tambi¨¦n abundante literatura).
Dec¨ªamos antes que tienen tendencia a la soledad. Esta clase de Vulpes vulpes ataca a sus v¨ªctimas en solitario, que no es amigo de manadas. Es de natural curioso y se le adjudica gran agudeza. Pero su car¨¢cter t¨ªmido, muy t¨ªmido, les fuerza a buscar caminos poco concurridos. Tienen, en general, pocos amigos. Y dado que nunca van a necesitar un compadre para sus episodios de caza, no les importa reconocer el m¨¦rito de los otros, aun cuando no sean miembros de propia camada. Es capaz, incluso, de mostrar su admiraci¨®n a quien le ha arrancado el triunfo de la mejor gallina, el mejor conejo o la mejor Copa de Europa.
Pero no todos los individuos de la especie muestran su car¨¢cter de la misma manera. Astutos siempre, eligen el disfraz que mejor les conviene. A los m¨¢s t¨ªmidos les puede su tendencia a aislarse: miran de soslayo y se quedan en las esquinas, mejor si est¨¢n en claroscuro. Estos espec¨ªmenes son poco sociables, no les importa aparecer algo toscos, pero todas sus excepcionales habilidades las guardan para el momento de correr por el campo. Y es ah¨ª, en la cacer¨ªa, donde estos ejemplares despliegan el prodigioso espect¨¢culo de sus capacidades. La desma?a en el gesto se transforma en expresividad plena, y donde solo hab¨ªa impericia todos descubren el fulgor de una habilidad extrema.
Otros, por el contrario, quiz¨¢ porque hayan recibido distinta alimentaci¨®n, posiblemente de frutas, que les gustan sobremanera las uvas, no ocultan e incluso hacen gala de las cualidades que les han hecho famosos. Son sagaces, silenciosos y discretos. Lo dicen los tratados: "Estas condiciones se revelan en todos los actos de su vida y les han permitido sobrevivir a los continuos ataques y persecuci¨®n sin tregua de que vienen siendo objeto", seg¨²n se certific¨® en el proyecto de Sierra de Baza. Dado que su f¨ªsico es cualquier cosa menos imponente, si no se les deja que te miren fijamente a los ojos, hacer expl¨ªcitas esas cualidades de inteligencia y perspicacia, que hay quien la llama perfidia, se ha convertido en una de sus mejores armas defensivas. As¨ª que expulsan sapos y culebras por su fino hocico, en el entendimiento de que no hay mejor defensa que un buen ataque. Alg¨²n ejemplar ha hecho famosa en la literatura sobre animales sus dotes de gru?idor y escupidor de venenos m¨¢s o menos dolorosos, pero siempre recibidos por sus antagonistas como dardos malignos, bien por su violencia o el ¨¢nimo mordaz con el que han sido emitidos. Hasta un "sin ti no soy nada", dicho con gesto un punto burl¨®n, afirman que le solt¨® una vez uno de ellos a un contrincante.
Pero sea cual sea el estilo del rubalmessi en estudio, todos consiguen hacerse temer antes de hacerse presentes. La fama les precede, por utilizar una frase hecha. As¨ª que sus enemigos se cuidan de sus habilidades, de las que todos los vigilantes de la valla y el portal, los defensores, que se les dice, son conscientes y aguardan, expectantes, que el animal que hoy estudiamos ataque por la izquierda, por el centro o por la derecha, aunque llegado el momento lo m¨¢s probable es que llegue por todas partes. Los contrincantes se tientan la ropa antes del combate, que a nadie le apetece llevarse un sofi¨®n. Porque hay quien dice que no son sagaces, sino marrulleros, y no ingeniosos, sino arteros.
Es conocido tambi¨¦n que todas las especies gallin¨¢ceas o similares ya llevan incorporado en el ADN el temor reverencial a esta especie de vulpes. ?Tambi¨¦n el fais¨¢n?, se preguntan algunos estudiosos. S¨ª, tambi¨¦n el fais¨¢n ha visto c¨®mo sus muchas, much¨ªsimas plumas, de todo estilo y tama?o, no le han servido para evitar que el rubalmessi se lo tragara de una sentada. Entero. Guap. A otra cosa, parec¨ªa decir el glot¨®n cuando acab¨® con la tarea.
Su manera de actuar, sibilina por callada, taimada por astuta, insultante por burlona, exige un notable dominio del arte del disimulo. Dicen cosas y las dejan caer como hac¨ªan las damiselas en el siglo XIX, para que alguien las recoja mientras ellas siguen el paseo ma?anero. Es como si dijeran, por ejemplo, "los espa?oles se merecen un Gobierno que no les mienta". O se van a enterar los banqueros. Y ah¨ª lo dejan, con gesto comedido. Como tienen un gran olfato, pol¨ªtico o de cualquier otro tipo, saben elegir bien el momento de soltar el pa?uelito. Y como adem¨¢s poseen un o¨ªdo de esp¨ªa superdotado, r¨¢pidamente captan la respuesta y as¨ª pueden reaccionar con sorprendente presteza. Han amagado por la derecha y se han colado por la izquierda.
Pero los rubalmessis se han mostrado en ocasiones demasiado vulnerables, que tienen un grav¨ªsimo problema, bien detectado por sus estudiosos: en no pocos lances de la lucha diaria han acabado embrollados, enmara?ados en su propia madeja, regate¨¢ndose a s¨ª mismos, tal es su af¨¢n de demostrar al contrario su superioridad en la finta, el truco y el embeleco. Presuntuosos o atolondrados, tienen un gusto insano por intentar el camino imposible, vadear el r¨ªo por donde es m¨¢s profundo o sortear la valla m¨¢s alta. Bajan el hocico y arremeten. Hay quien dice que obtendr¨ªan mejores piezas en las noches de cacer¨ªa si se conformaran con triunfos nutritivos, s¨ª, pero de menor relumbr¨®n.
Les pasa tambi¨¦n a los trileros en los parques. Mueven manos y vasitos de pl¨¢stico a toda velocidad y el respetable se traga una y otra vez est¨¢ aqu¨ª, no, aqu¨ª. Los m¨¢s avezados de la singular profesi¨®n hacen 10 o 20 jugadas y luego emigran a otros lugares con un p¨²blico distinto, que saben que seguramente siempre va a haber un espectador m¨¢s listo o m¨¢s paciente que los dem¨¢s y les va a pillar el truco. Demasiada presunci¨®n acaba en desastre. Recu¨¦rdese que Johnston McCulley hizo un valiente y bizarro Don Diego Vega, alias El Zorro, pero Los ?ngeles, y por extensi¨®n toda California, se la quedaron los gringos. Que confiar en la astucia est¨¢ muy bien, pero en muchas peleas se necesitan mayores y m¨¢s completas armas. Hay algunos zorros, por ejemplo, que tienen m¨¢s ayuda que otros. Que hay gallinas est¨²pidas como gallinas, pero tambi¨¦n existen conejos listos como conejos.
Y hartos de tanto perder, hay granjeros que han aprendido a colocar los cepos en los lugares id¨®neos. Incluso cazadores que han dejado la humilde escopeta y han apostado por el AK-107 con lanzagranadas. Ahora apuntan con munici¨®n cada vez m¨¢s gruesa. Y les es m¨¢s f¨¢cil acertar. Bum. Pieza cobrada.
As¨ª que a lo mejor hoy perd¨¦is, Rubalmessis vulpes.
So listos. -
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