"Me pagu¨¦ el fusil con mi dinero"
Cuatro milicianos rebeldes relatan c¨®mo tomaron la capital y expulsaron a las tropas de Muamar el Gadafi de su fort¨ªn de Bab el Azizia y de todo Tr¨ªpoli
Ahmed, Abdelrauf, Adnan y Bashir desconocen el miedo. O, quiz¨¢s, lo conocen a fondo. Han vivido sometidos a un r¨¦gimen opresor como pocos. Ninguno quiere ser soldado del nuevo Ej¨¦rcito. Nunca hab¨ªan tocado un arma. Ahmed es contable en un banco. Abdelrauf conduce camiones. Adnan hace helados. Y Bashir no tiene trabajo. Ellos -tripolitanos, de las monta?as de Nafusa o de la masacrada Misrata- tomaron la capital y expulsaron a las tropas de Muamar el Gadafi de su fort¨ªn de Bab el Azizia y de todo Tr¨ªpoli. Destilan odio y desprecio hacia el dictador. Y llegado el d¨ªa, decidieron que no ten¨ªan nada que perder. "Ganaremos o moriremos", es un lema escrito en las paredes de Bengasi y de Tr¨ªpoli. Lo siguieron al pie de la letra. Y han vencido. Aunque, apunta serpenteando una mano el empleado de banca: "No ser¨¦ totalmente libre hasta que cacemos a esa rata".
"Recibimos la orden de que cada c¨¦lula actuara en su barrio", dice Duebi
Las tropas del coronel estaban dispersas en grupos por toda la ciudad
Las camionetas con las letras pintarrajeadas de Misrata abundan en Tr¨ªpoli desde hace una semana. Son los milicianos de esa ciudad quienes encabezaron el ataque contra el baluarte gadafista en Tr¨ªpoli. "Fuimos los que empezamos a luchar a las ocho de la ma?ana del 22 de agosto en Bab el Azizia. A las tres lleg¨® la gente de Zint¨¢n, Nalut, Yadu y Kikla, desde las monta?as de Nafusa. Pero el primero en morir fue un chico de Tajura, un barrio de Tr¨ªpoli, porque ¨¦l nos ense?¨® el camino hacia Bab el Azizia. Despu¨¦s murieron 17 compa?eros de Misrata. Hab¨ªa francotiradores en el tejado de la mezquita y en todos los edificios. Al d¨ªa siguiente lo ten¨ªamos todo bajo control", relata Adnan Abeidi, heladero pero obseso de la inform¨¢tica, de 25 a?os, que march¨® el mi¨¦rcoles a ver a su familia a Misrata para regresar el jueves. Luce camiseta verde y roja, dos de los colores -falta el negro- de la bandera mon¨¢rquica, la que precedi¨® a la verde impuesta por el coronel, que ahora ondea en toda Libia.
Ahmed Duebi, de 32 a?os, completa el uniforme. Lleva los tres colores, y en orden. El rojo en la boina; la camiseta negra y el pantal¨®n verde. Vigila un hotel, y se esfuerza por ser fotografiado pisando el retrato del tirano, colocado en el suelo a la entrada de muchos edificios, una humillaci¨®n entre los ¨¢rabes cuando los zapatos andan por medio. Ahora est¨¢ deseando prosperar en su profesi¨®n o como cantante de rap. Aunque deseaba entrenar para manejar bater¨ªas antia¨¦reas, a este tripolitano le encomendaron otras misiones. "Empec¨¦ a luchar en abril. Me fui tres d¨ªas a una peque?a granja a 200 kil¨®metros al sur. Mis primos estaban all¨ª y entren¨¦ con mi Kal¨¢shnikov. Poco a poco lleg¨® m¨¢s gente, pero todo hab¨ªa que mantenerlo en secreto", relata Duebi.
La historia de Duebi es similar a la de tantos sublevados. Gente de pocos recursos que gast¨® lo que fuera necesario para sumarse a la rebeli¨®n armada. "Pagu¨¦ 3.000 dinares [1.800 euros] por mi fusil", explica, "pero tambi¨¦n familias ricas dieron dinero a los rebeldes y ayudaron a los huidos de las monta?as de Nafusa hacia T¨²nez. Yo llevaba ese dinero". En la capital se aplast¨® la rebeli¨®n en las primeras semanas de la revuelta. Duebi esper¨®, expectante pero activo, para entrar en combate. "En Tr¨ªpoli", contin¨²a, "reun¨ª a un grupo de amigos clandestinamente. Pero solo ocho pudieron hacerlo porque los dem¨¢s no ten¨ªan dinero para comparar armas. Desde la frontera de T¨²nez nos llamaban los comandantes para que estuvi¨¦ramos preparados. Habl¨¢bamos en clave. D¨ªas antes me avisaron, pero no me dieron la fecha concreta. El s¨¢bado 20, antes del amanecer, me comunicaron que era el d¨ªa". El d¨ªa del asalto a Tr¨ªpoli.
"Las fuerzas de Gadafi estaban por toda la ciudad, pero en grupos peque?os. Solo hab¨ªa muchos soldados en lugares estrat¨¦gicos. En mi c¨¦lula ¨¦ramos nueve y tres de ellos cayeron heridos. Los comandantes nos dieron ¨®rdenes de que cada c¨¦lula solo actuara en su barrio. Conoc¨ªamos perfectamente el terreno. Los soldados de Gadafi, no. Sin embargo, tuvimos un problema grave. Seg¨²n conquist¨¢bamos las ciudades, los partidarios de Gadafi huyeron a Tr¨ªpoli. Nos resultaba f¨¢cil reconocer a los militares, pero no a sus seguidores sin uniforme".
Ahmed Duebi r¨ªe ahora casi tanto como el conductor de camiones barbudo Abdelrauf Misrati, que ha visto much¨ªsimos cad¨¢veres. "No me afeito desde hace seis meses. Pele¨¦ en Misrata y ahora en Bab el Azizia", dec¨ªa ayer bajo el estruendo festivo de los tiros al aire. Fundi¨® sus ahorros. "Me gast¨¦ 1.800 dinares en el fusil, pero semanas despu¨¦s, cuando los cuarteles pasaban a nuestras manos, era mucho m¨¢s sencillo conseguir armas gratis".
Las poderosas brigadas entrenadas por Jamis Gadafi fueron incapaces de mantener a raya a estos rebeldes novatos en la guerra. Sin deserciones, es dif¨ªcil explicar c¨®mo Tr¨ªpoli fue conquistada en menos de una semana. Tuvieron que ser superados en n¨²mero por hombres como Bashir Ibrahim, natural de Kikla, de las monta?as de Nafusa, y desempleado de 27 a?os. Dicen algunos milicianos que es un h¨¦roe, que en su ciudad pele¨® como una fiera. "Mat¨¦ a unos cuantos mercenarios, pero muchas personas murieron porque no ten¨ªamos apenas armas", dice sin inmutarse. Bashir no se arredra ante el peligro. "Estuve desde el primer d¨ªa de la batalla de Tr¨ªpoli, sobre todo en el barrio de Abu Salim. Ah¨ª murieron muchos compa?eros".
Seguramente porque son momentos de euforia, todos niegan que vaya a haber rivalidades regionales o tribales en Libia. "Cuando vimos lo que sucedi¨® en Bengasi en febrero, nos alzamos inmediatamente en Misrata. Y ahora", concluye Abeidi, "estoy en Tr¨ªpoli, nuestra capital".
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