Una comparaci¨®n entre dos depresiones
Despu¨¦s de la bancarrota de varios gigantes financieros, tanto Bush como Obama rescataron a los grandes bancos. Roosevelt, en cambio, decidi¨® que el desempleo masivo era el problema m¨¢s importante a resolver
A lo largo de mi vida ha habido dos ocasiones (1929-1938 y 2007-?) en las que el mundo capitalista democr¨¢tico ha sufrido una crisis econ¨®mica catastr¨®fica, acompa?ada de mucho sufrimiento y una inmensa incertidumbre sobre el futuro de las sociedades que disfrutaban de una democracia pol¨ªtica (aunque no social). Durante la primera de esas dos depresiones, yo era adolescente, y recuerdo o¨ªr en la mesa las discusiones entre mi padre, socialista, y mi hermano mayor, comunista, en una ¨¦poca en la que yo empezaba a leer los peri¨®dicos. La depresi¨®n actual, de momento, ha ido de mis 86 a mis 90 a?os. En estos cuatro a?os, he le¨ªdo mucha m¨¢s literatura econ¨®mica y me he sentido mucho m¨¢s deprimido que nunca por la constante autodestrucci¨®n del mundo capitalista democr¨¢tico que floreci¨® en la segunda mitad del siglo XX.
Con el 'New Deal', Roosevelt mejor¨® la calidad del debate pol¨ªtico en EE UU
Los defensores del capitalismo destacan la necesidad de la confianza. Yo a?adir¨ªa "merecida"
En sus cuatro a?os de presidencia (1929-1933), el republicano moderado Herbert Hoover y su esposa orquestaron y dieron a conocer numerosos esfuerzos privados de ayuda. Cre¨® la Corporaci¨®n Financiera para la Reconstrucci¨®n con el fin de poner dinero a disposici¨®n de los bancos para que ellos, a su vez, pudieran hacer pr¨¦stamos sustanciales a las empresas privadas y, de esa forma, ayudarles a superar la depresi¨®n.
Cuando la empresa privada no bast¨® para resolver la crisis de empleo, puso en marcha varios proyectos importantes de obras p¨²blicas como el puente del Golden Gate en San Francisco y la presa Hoover en Colorado. Pero ten¨ªa una forma de ser que le impidi¨® conectar bien con la poblaci¨®n. Hablaba de la importancia de la "confianza", promet¨ªa a las familias golpeadas por la pobreza "un pollo en cada cazuela" y, de vez en cuando, dec¨ªa que la prosperidad estaba "a la vuelta de la esquina". Sin embargo, tres a?os despu¨¦s del derrumbe de la Bolsa en octubre de 1929, el paro era m¨¢s alto que nunca, y, en las elecciones de noviembre de 1932, Franklin Roosevelt le derrot¨® por una mayor¨ªa abrumadora.
La diferencia inmediata y decisiva entre Hoover y Roosevelt no era ideol¨®gica, sino de personalidad. Roosevelt aunaba un car¨¢cter simp¨¢tico y expresivo con el serio empe?o de resolver los problemas concretos de la depresi¨®n y, adem¨¢s, mejorar las oportunidades econ¨®micas y el posible nivel de vida de las clases medias y trabajadoras. No pretend¨ªa ser experto en nada; empez¨® por decir que iba a probar distintos m¨¦todos y utilizar los que dieran resultados. Ten¨ªa una sonrisa de estrella de Hollywood y un gran sentido del humor que animaba sus explicaciones radiof¨®nicas e imped¨ªa que pareciera condescendiente. Por ejemplo, hac¨ªa referencias ocasionales a los "consejos" que recib¨ªa de su fox terrier, Fala.
Comenz¨® su mandato proclamando una semana seguida de d¨ªas no laborables. En realidad, el p¨¢nico financiero de las ¨²ltimas semanas de la presidencia de Hoover ya hab¨ªa hecho que la mayor¨ªa de los bancos cerraran sus puertas. Pero esos cierres constitu¨ªan la imagen de los fracasos de la Administraci¨®n saliente; Roosevelt, por el contrario, aprovech¨® la oportunidad para transformar el p¨¢nico descontrolado en una iniciativa presidencial. En su discurso de toma de posesi¨®n, afirm¨® que "lo ¨²nico a lo que debemos tener miedo es al propio miedo". Despu¨¦s de proclamar los d¨ªas festivos, se reuni¨® con docenas de responsables bancarios y asesores pol¨ªticos y les pidi¨® que dedicaran su atenci¨®n a crear las condiciones necesarias para engendrar una aut¨¦ntica recuperaci¨®n econ¨®mica. La primera ley nueva, elaborada durante esos d¨ªas, fue la Ley de Ajuste Agrario, que mejor¨® el acceso al cr¨¦dito y rebaj¨® los intereses hipotecarios para millones de peque?os agricultores.
Una menci¨®n de algunas de las principales leyes que constituyeron el llamado New Deal dar¨¢ al lector cierta idea de la inmensa variedad de aspectos que preocupaban a Roosevelt. El Cuerpo Civil de Conservaci¨®n pag¨® la manutenci¨®n de miles de j¨®venes sin empleo que se dedicaron a reforestar bosques que las compa?¨ªas madereras hab¨ªan despojado, y luego abandonado, m¨¢s de un siglo antes de la Gran Depresi¨®n. Una nueva Comisi¨®n del Mercado de Valores introdujo algo de transparencia en las operaciones de Bolsa. La Corporaci¨®n Federal de Seguros de Dep¨®sitos garantiz¨®, por primera vez, los ahorros de todos los clientes de los bancos en caso de olas de p¨¢nico como las que se hab¨ªan producido entre 1929 y 1933. La Autoridad del Valle del Tennessee llev¨® electricidad, maquinaria agr¨ªcola, servicios educativos y l¨ªneas de tel¨¦fono a grandes zonas rurales semidesarrolladas en el sur del pa¨ªs. El Organismo de Desarrollo de Obras P¨²blicas dio trabajo a millones de hombres en la construcci¨®n de carreteras, escuelas, oficinas de correos y otros edificios oficiales. La Ley de Recuperaci¨®n Nacional y la Junta Nacional de Relaciones Laborales garantizaron el salario m¨ªnimo y protegieron los derechos de negociaci¨®n de muchos tipos diferentes de trabajadores industriales. La Ley de Normas Justas de Trabajo de 1938 aboli¨® el trabajo infantil en los sectores en los que a¨²n exist¨ªa.
Hab¨ªa muchos obst¨¢culos legales para poner en marcha toda la legislaci¨®n del New Deal, y Roosevelt cometi¨® la imprudencia de querer aumentar el n¨²mero de magistrados en el Tribunal Supremo, cuya mayor¨ªa conservadora estaba declarando ilegales muchas de las nuevas leyes. Sin entrar en detalle sobre la sensatez econ¨®mica y el grado de constitucionalidad de las numerosas normas que compusieron el New Deal, es evidente que, con su actuaci¨®n en¨¦rgica y valiente, y al pensar, adem¨¢s de en la recuperaci¨®n econ¨®mica, en las necesidades educativas, culturales y ecol¨®gicas, Franklin Roosevelt y sus asesores no solo fraguaron la salida de la Gran Depresi¨®n, sino que mejoraron el sentido p¨²blico de la responsabilidad y la calidad del debate pol¨ªtico en Estados Unidos.
Por desgracia, no puedo decir muchas cosas positivas sobre la depresi¨®n que comenz¨® en 2007, y que la mayor¨ªa de los pol¨ªticos y periodistas prefieren llamar "recesi¨®n". En los a?os anteriores hab¨ªamos visto muchas se?ales de alarma. Se estaba desmantelando de forma sistem¨¢tica la regulaci¨®n de los bancos y mercados de valores con la excusa de que el capitalismo se hab¨ªa convertido en un sistema complejo y autorregulado que ten¨ªa m¨¢s dif¨ªcil el ¨¦xito si se produc¨ªan "interferencias burocr¨¢ticas". Hab¨ªa habido varias "burbujas" que hab¨ªan causado da?os considerables en Latinoam¨¦rica, Asia y en Estados Unidos. Los expertos nos hab¨ªan soltado charlas, medio en broma, medio en serio, en las que proclamaban que "la codicia es buena".
En Estados Unidos hubo sobornos y sofisticadas formas de latrocinio en las cajas de ahorros, cuya tarea se supon¨ªa que era, por encima de todo, ayudar a que m¨¢s personas sin demasiados recursos pudieran tener viviendas en propiedad. En la Bolsa se introdujo una t¨¦cnica nueva, la de recurrir a matem¨¢ticos para dar un aire de certeza cient¨ªfica a las especulaciones. Se crearon varios tipos de "obligaciones de deuda garantizada" (CDO) y otros "derivados" para venderlos a unos clientes abrumados por unos intermediarios que, muchas veces, tampoco entend¨ªan las ecuaciones de la operaci¨®n ni si el vocabulario matem¨¢tico garantizaba de verdad algo sobre los posibles beneficios. Despu¨¦s de la bancarrota de varios gigantes financieros que eran "demasiado importantes para quebrar", tanto George W. Bush como Barack Obama se concentraron en rescatar a los grandes bancos y organismos financieros, en vez de seguir el ejemplo de Roosevelt y decidir que el desempleo masivo era el problema m¨¢s importante.
En estas dos depresiones, los principales financieros y empresarios han subrayado la importancia de la "confianza". ?Pero qui¨¦n, en su sano juicio, puede confiar en los miles de agentes responsables de los tejemanejes que menciono m¨¢s arriba? Estoy completamente de acuerdo con los defensores del capitalismo que destacan la necesidad de que haya confianza. Pero creo que es necesario a?adir un adjetivo: confianza "merecida".
Gabriel Jackson es historiador estadounidense. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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