Viernes de baile en la playa fluvial
La m¨²sica del Madrid Beach atrae a miles de personas dentro y fuera del recinto
Por mucho que se avecinen ex¨¢menes ag¨®nicos, el sol resista cada vez menos tiempo en lo alto y las telara?as se ense?oreen de la cartera, un viernes es un viernes. Aqu¨ª y en la China. Y conviene quemar las naves o, al menos, una parte significativa de la flota. As¨ª lo entendieron las 7.000 personas que llenaron el recinto y otras tantas que se quedaron en los aleda?os de la explanada del Rey para la segunda jornada del festival gratuito Madrid Beach, promovido por esa c¨¦lebre cadena televisiva musical que cada vez programa menos v¨ªdeos musicales. Los valencianos The Casters, los irlandeses Japanese Popstars y los guipuzcoanos Delorean se encargaron de que el personal entrara en calor por el resolutivo m¨¦todo de brincar cuanto le permitieran a cada cual las articulaciones.
Desde que Paco Montesdeoca se acogi¨® a la jubilaci¨®n anticipada en TVE ya no sabe uno bien de qui¨¦n fiarse. Los pron¨®sticos hablaban ayer de fresquete y alg¨²n que otro aguacero junto al curso del Manzanares, pero al final sobraron los chubasqueros e incluso se pod¨ªa prescindir de la chaquetita en la cintura, por aquello de que el baile y la euforia presabatina ayudan bastante a tonificar el cuerpo. En estas fechas de climatolog¨ªa difusa, el estilismo abarca de las bermudas al jersey fino. Salvo en el caso de los m¨¢s peque?ajos, que en el MTV Madrid Beach (y buena cosa es) pueden entrar acompa?ados; ellos nunca tienen fr¨ªo. La mayor aglomeraci¨®n de p¨²blico se registraba pasadas las once, con el grupo vasco Delorean.Esos cuatro chicos de Zarautz viven en permanente estado de gracia internacional desde que publicaron Ayrton Senna y Subiza. Practican una electr¨®nica expansiva y con la parte org¨¢nica del bajo, la guitarra y la bater¨ªa, consiguen pasajes muy euf¨®ricos y contagiosos, por mucho que su cantante y bajista, Ekhi Lopetegi, no se muestre demasiado comunicativo.
Antes hab¨ªa cierta expectaci¨®n por esos tres mozalbetes norirlandeses, Japanese Popstars, que con dos discos en la cartera acreditan ya un amplio curr¨ªculo de conciertos por medio mundo (s¨ª, tambi¨¦n en el lejano Oriente). Y, uhm, puede que sean potables en lo suyo, pero existen pocas cosas m¨¢s aburridas que ver a unos muchachos detr¨¢s de sus mesas de mezclas ajustando botoncitos, quitando y poni¨¦ndose los auriculares, presumiendo de port¨¢tiles con la manzanita en el lomo y balanceando las barbillas a ritmo de dos por cuatro, no vaya a ser que nos desacompasemos. Empezaron animosos, agitaron a las masas y, agotados los recursos, se repitieron. A las 22.42, al echar el freno, la sensaci¨®n fue muy parecida a la que provoca el dentista cuando desactiva el torno.
Con mucha menos parroquia hab¨ªan abierto boca los simp¨¢ticos alborotadores The Casters, cuatro chavalines tan pipiolos que podr¨ªamos encontr¨¢rnoslos en la biblioteca preparando la selectividad. En oto?o publican por fin su primer disco, Once we were, con la producci¨®n de Carlos Jean, pero acumulan el suficiente bagaje festivalero como para que temas como George sean ya muy coreados. Se parecen a veces demasiado a los Arctic Monkeys (aunque pronuncian peor, qu¨¦ man¨ªa de cantar en ingl¨¦s) o a ese rock bailable en falsete con el que ahora triunfan, por ejemplo, los suecos Little Dragon (y quienes hayan escuchado Ritual union comprender¨¢n por qu¨¦). Pero no se les debe quitar m¨¦rito a los antes llamados Fuzzy White Casters, chicos saltarines, bulliciosos. Ah: y con un bater¨ªa, Johnny Bloom, de aspecto liviano y pegada muy fibrosa.
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