Gary Oldman resucita con maestr¨ªa al Smiley de John Le Carr¨¦
Quiero pensar que ¨¦ramos infinitos los lectores que compart¨ªamos gozosa adicci¨®n a la literatura de John Le Carr¨¦ centrada en la Guerra Fr¨ªa y que sentimos que faltar¨ªa algo importante en nuestra vida cuando Le Carr¨¦ decidi¨® que el largo y mort¨ªfero juego de ajedrez entre Karla, jefe del KGB, y George Smiley, el habitante m¨¢s reflexivo y triste del circus, hab¨ªa terminado. No ten¨ªa sentido continuar despu¨¦s del bendito derrumbamiento del muro de Berl¨ªn, pero a su enamorado p¨²blico nos hizo la pu?eta.
Cerr¨® la saga cuando Smiley, ese hombre metido hasta el alma en la s¨®rdida oscuridad del espionaje, cuando ¨¦l hubiera querido dedicar su vida al estudio de los poetas alemanes del siglo XVIII, ese tipo introvertido que segu¨ªa considerando a su ad¨²ltera mujer como la ¨²nica ilusi¨®n de un hombre sin ilusiones, lograba destruir a su enemigo ancestral utilizando como cebo a la hija de ¨¦ste, el ¨²nico punto vulnerable en una personalidad acorazada. Le Carr¨¦ sigui¨® escribiendo del horroroso estado de las cosas en tantos lugares del universo y algunas de esas novelas est¨¢n muy bien, pero desapareci¨® para siempre el viejo, inconfundible y admirable aroma que desprend¨ªa el circus.
Tomas Alfredson hace entendible una historia complicada de narrar en imagen
Todd Solondz me irrita menos que en anteriores ocasiones con 'Dark horse'
Antes del tr¨¢gico desenlace las victorias y las derrotas, el macabro juego psicol¨®gico entre Smiley y Karla hab¨ªa estado equilibrado. Para mi gusto el esplendor m¨¢ximo de la batalla entre los servicios secretos de Reino Unido y Rusia alcanza su cumbre en El topo. La BBC adapt¨® esta novela en una espl¨¦ndida serie de televisi¨®n de los a?os setenta. La dirig¨ªa John Irvin y el eternamente mod¨¦lico Alec Guinness encarnaba magistralmente a George Smiley. James Mason tambi¨¦n hab¨ªa sido Smiley en el cine en la apreciable Llamada para el muerto, dirigida por Sidney Lumet. O sea, dos actores legendarios a la altura de personaje tan complejo.
Consecuentemente, mi curiosidad era grande ante una nueva versi¨®n de El topo. Que el propio Le Carr¨¦ haya asumido en ella el papel de productor ejecutivo ofrec¨ªa cierta garant¨ªa sobre el tratamiento que iban a dar a su criatura. Me intrigaba que el director elegido fuera Tomas Alfredson, creador de esa ins¨®lita, perturbadora y hermosa cr¨®nica sobre el desamparo, el insomnio y la soledad de una ni?a vampira titulada D¨¦jame entrar y me mosqueaba que al sobrio y estoico Smiley le diera vida alguien tan vocacionalmente histri¨®nico como Gary Oldman. Mi suspense ante lo que pod¨ªa hacer el sueco Alfredson con el turbio universo del circus, con el retrato de sus sinuosos, burocr¨¢ticos, leales o traidores habitantes, con la atm¨®sfera h¨²meda y gris¨¢cea de Londres, con el retorcimiento profesional que marca las guerras clandestinas, con las trampas, los enga?os, los pactos y la violencia subterr¨¢nea que forman las se?as de identidad del espionaje, est¨¢ m¨¢s que satisfecho.
Alfredson ha captado el esp¨ªritu de Le Carr¨¦, su estilo visual es tenso y pausado, describe los matices y hace entendible una historia complicada de narrar en im¨¢genes. Los flashbacks no chirr¨ªan y tienen sentido. Tambi¨¦n han desaparecido mis prejuicios ante la excelente interpretaci¨®n que hace Gary Oldman de Smiley, ese hombre que habla poco y observa mucho, cuyo poderoso cerebro analiza un mundo en el que resulta muy problem¨¢tico distinguir la verdad de la mentira, las apariencias de la realidad. El topo posee una est¨¦tica que parece de otra ¨¦poca, tiene un tono hipn¨®tico, es transparente su alergia al efectismo. Suplementariamente es un placer ver a Colin Firth, a John Hurt, a Toby Jones, actores todos ellos consagrados, otorgando veracidad y estilo a personajes tan breves como sabrosos. Creo que Le Carr¨¦ se reconocer¨ªa en este espejo de su mundo. Por mi parte, este circus se acerca mucho al que hab¨ªa imaginado leyendo El topo.
Cuenta Todd Solondz en la presentaci¨®n de Dark horse que por primera vez ha intentado comprobar si era capaz de hacer una pel¨ªcula que no tratara del estupro, la pedofilia y la masturbaci¨®n. Lo ha logrado, pero eso no evita que solo pueda entusiasmar a sus admiradores incondicionales, que forman legi¨®n en los festivales de cine. Reconozco haberme irritado menos que otras veces, pero me da igual la torturada relaci¨®n entre los dos friquis que la protagonizan, un treinta?ero que se ha quedado colgado en la infancia e incapaz de abandonar la tutela familiar y una zumbada pasiva aquejada de incurable hepatitis. Solondz aplica su inimitable estilo, supuestamente tan gracioso, transgresor y surrealista, para narrar otra reconocible tonter¨ªa. La ovaci¨®n al final de la pel¨ªcula ha sido interminable. Ellos sabr¨¢n por qu¨¦.
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