El espejo libio
Tengo que confesar que, durante muchos a?os, mis conocimientos sobre Libia se reduc¨ªan a la impresi¨®n que me caus¨® El le¨®n del desierto, una superproducci¨®n hollywoodiense de 1979 con Anthony Quinn en uno de sus habituales papeles de noble bruto, cetrino y sin estudios. Ahora s¨¦ que la pel¨ªcula narraba la historia real de Omar Mukhtar, un l¨ªder bereber que luch¨® contra los colonizadores italianos. Financiada en parte por Gadafi (lo que no contribuy¨® a los ingresos de taquilla en EE UU), fue prohibida en Italia "por atentar contra el honor del Ej¨¦rcito" y nunca se proyect¨® comercialmente. Su director, Mustaf¨¢ Akkad, (m¨¢s conocido como el productor de la saga de Halloween) muri¨® en Jordania en 2005 en un atentado de Al Qaeda.
Ahora, al rebufo de lo que pasa (y sobre todo, gracias a un excelente reportaje de Enric Gonz¨¢lez en este peri¨®dico), s¨¦ que Libia existe como tal porque los mismos poderes para los que resulta impensable e indeseable que los pueblos que constituyen una unidad desde hace un par de milenios se consideren una naci¨®n, determinaron, despu¨¦s de la II Guerra Mundial, crear un Estado haciendo un patchwork con tres zonas que quedaban sueltas en el reparto del norte de ?frica y pusieron de rey a uno que andaba por all¨ª. No hab¨ªa escuelas y los graduados universitarios apenas eran 16 (tres abogados y ni un solo m¨¦dico o ingeniero).
De los l¨ªderes ¨¢rabes que intentaron modernizar sus pa¨ªses en los a?os 60, Gadafi era el m¨¢s joven, el m¨¢s inocente y posiblemente el mejor intencionado, virtudes que no siempre aseguran un buen resultado. De hecho, 48 a?os despu¨¦s, adem¨¢s de aspectos anecd¨®ticos -pero reveladores- como que el antiguo revolucionario haya desarrollado un gusto indumentario y un comportamiento err¨¢tico similares al de Michael Jackson, los fr¨ªos datos son que, pese a los ingentes recursos petrol¨ªferos de que dispone, Libia tiene un 30% de paro, m¨¢s del triple de los dem¨¢s pa¨ªses del norte de ?frica, y unos ¨ªndices de alfabetizaci¨®n considerablemente inferiores. Juan Goytisolo observ¨® -con otras palabras- que para el resto de las sociedades del Magreb, los libios son una especie de Paco Mart¨ªnez Soria en La ciudad no es para m¨ª.
En consecuencia, los antigadafistas tampoco tienen una gran conciencia pol¨ªtica o social. Son una mezcla de represaliados con l¨®gicas ansias de venganza, islamistas que esperan llevar el agua a su molino, clanes postergados y sobre todo, gente que sabe que hay mejores sistemas de vida. Habr¨ªan sido masacrados sin el operativo militar occidental, una intervenci¨®n si quieren colonial, y una muestra m¨¢s de que la pol¨ªtica es elegir el mal menor. No deja de ser sorprendente la presteza con la que la izquierda tradicional europea ha elegido la opci¨®n de conservar una sociedad tan desigual, apunt¨¢ndose a la tesis de Franklin Roosevelt sobre el dictador Somoza ("es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta").
Todo lo mucho que ignoro sobre Libia me recuerda, con las diferencias abisales que quieran, a los antecedentes de la situaci¨®n pol¨ªtica y social en Espa?a y en Galicia. Desde la Edad Moderna, aqu¨ª el desarrollo intelectual ha sido m¨ªnimo (como le¨ª en Twitter, existe el mal de Alzheimer y el s¨ªndrome de Asperger, pero no la enfermedad de Garc¨ªa. O la ley de Ohm y el efecto Venturi, pero no el principio de L¨®pez). Los avances educativos e investigadores que se produjeron en la II Rep¨²blica fueron sepultados, con sus promotores, por el franquismo. Espa?a ha sido el Paco Mart¨ªnez Soria de Europa, y Galicia el de la Espa?a urbana. En lo pol¨ªtico, teniendo en cuenta los muy distintos contextos, aqu¨ª hay la misma falta de tradici¨®n democr¨¢tica.
Los que realmente luchaban por la instauraci¨®n de la democracia (del PCE a la extrema izquierda) la consideraban no un objetivo, sino un paso intermedio. En el campo de los dem¨®cratas a secas, salvo excepciones (la mayor¨ªa, nacionalistas) lo que hubo como mucho fueron pronunciamientos ¨¦ticos. Y ni uno s¨®lo de los l¨ªderes del actual centro derecha, por j¨®venes que sean, manifest¨® en su momento la m¨¢s leve incomodidad por vivir en una dictadura, o bajo un sistema autoritario en el que estaba terminantemente prohibido lo pol¨ªtico, desde los partidos a las opiniones. Como mucho alguno sent¨ªa una especie de disgusto indefinido, como un malestar estomacal. Por eso estamos como estamos. Una sociedad que soporta la corrupci¨®n con una indiferencia que buena parte de la clase pol¨ªtica interpreta como una absoluci¨®n. Unos partidos pol¨ªticos mayoritarios que dedican la mayor¨ªa de sus esfuerzos a mantener su cuota de poder, y para ello llegan en algunos casos a boicotear el normal funcionamiento de las instituciones que no controlan, desde ayuntamientos al Tribunal Constitucional. Y un Gobierno aut¨®nomo, como el presente, cuyo m¨¢ximo objetivo es que no lo ocupen los otros y a partir de ah¨ª, lo que manden. F¨ªjense lo libio de la situaci¨®n que hasta echo de menos que al acabar la II Guerra Mundial, en lugar de De Gaulle y Churchill, no gobernasen en Francia y el Reino Unido Sarkozy y Cameron, esos intervencionistas.
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