Santo Domingo, sin pulserita

Como los brit¨¢nicos que llegan a Alicante en avi¨®n y no salen, hasta su regreso, del coto cerrado de Benidorm, muchos espa?oles viajan al Caribe sin pisar las ciudades que no ofrezcan primera l¨ªnea de playa, hoteles all inclusive y el azar del casino o el ligue. Rep¨²blica Dominicana, destino cada vez m¨¢s propuesto por las agencias, tiene, como Jamaica, Cuba o Canc¨²n, sus grandes centros de atracci¨®n, siendo los m¨¢s conocidos los situados al este de la isla, Punta Cana y Playa B¨¢varo, sin olvidar los tambi¨¦n hermosos arenales del norte, Puerto Plata y otros puntos de la llamada Costa del ?mbar, ba?ada por el Atl¨¢ntico. Mi viaje, que tambi¨¦n tuvo playa y una hermosa naturaleza interior, se concentr¨® en tres provincias del centro meridional, Santo Domingo, San Crist¨®bal y Az¨²a, exactamente llamada Az¨²a de Compostela, pese a lo cual sus bellezas no son arquitect¨®nicas sino las de un frondoso paisaje de palmeras cocoteras, mings y flamboyanes, que amenizan con el rojo anaranjado de sus vistosas flores los caminos rurales y r¨ªos practicables que rodean la grata ciudad de San Juan de la Maguana.

Malec¨®n kilom¨¦trico

Santo Domingo es una urbe grande y extensa, con una poblaci¨®n de m¨¢s de dos millones y medio de habitantes, lo que significa que en ella vive casi un tercio de todos los del pa¨ªs. Muy volcada hacia el mar, gracias a su Malec¨®n de m¨¢s de siete kil¨®metros de longitud, tambi¨¦n tiene sus zonas altas humildes y sus barrios residenciales, todos con la abundancia de parques que el clima h¨²medo y estacionalmente lluvioso favorece. Merece una visita la c¨¦ntrica plaza de la Cultura, un amplio espacio abierto y arbolado donde se hallan los edificios de la Biblioteca Nacional, el Teatro Nacional y una variedad de museos, siendo el de mayor inter¨¦s la llamada Galer¨ªa de Arte Moderno, interesante por su edificio y por su colecci¨®n, en la que pueden verse buenos cuadros del pintor espa?ol Vela Zanetti, de quien volveremos a hablar.

Lo m¨¢s destacado de la capital es, por supuesto, su Zona Colonial, declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1990. Bordeada al sur por el puerto y el fin del Malec¨®n, y al este por el r¨ªo Ozama, que parte la ciudad en dos, la Zona Colonial tiene un airoso reducto militar del siglo XVI, la Fortaleza Ozama, aunque lo que da car¨¢cter y encanto a la zona es el trazado de sus calles nobles, y en especial la de las Damas, con una serie casi ininterrumpida de palacetes y casones renacentistas a ambos lados de la calle. La calle de las Damas desemboca al norte en la monumental plaza de Espa?a, donde conviven con las hist¨®ricas Casa de Col¨®n y Real Audiencia (sede del interesante Museo de las Casas Reales) algunas moles trujillistas, nada feas, de inspiraci¨®n tardo-fascista, as¨ª como los restaurantes m¨¢s protot¨ªpicos de la ciudad. Del Santo Domingo colonial vale la pena su catedral, m¨¢s hermosa por fuera que por dentro, aunque su interior ofrezca, al lado de alg¨²n bello sepulcro esculpido, una peculiaridad para m¨ª enteramente nueva: est¨¢ refrigerada, y a una temperatura que puede hacer, si uno no posee el calor interno de la fe, tiritar de fr¨ªo. La catedral ostenta con orgullo el rango de Primada del Nuevo Mundo, y esa primac¨ªa se repite en otras instituciones del pa¨ªs, primero al que lleg¨® en su viaje descubridor Crist¨®bal Col¨®n, bautizando la isla (hoy repartida entre Hait¨ª y la Rep¨²blica Dominicana) como La Hispaniola. Para honrar a Col¨®n, la capital levant¨® un faro gigantesco con dependencias diversas y una potente luz nocturna que no pocas veces, me cuentan, produce apagones en la ciudad. Carece de inter¨¦s, salvo para colombinos ac¨¦rrimos, y puestos a buscar un hito simb¨®lico me quedo con la tambi¨¦n grandiosa estatua a fray Ant¨®n de Montesinos, un dominico espa?ol representado, de modo extraordinariamente elocuente (sobre todo si se ve a una cierta distancia desde el Malec¨®n), en el momento de pronunciar el serm¨®n del cuarto domingo de Adviento del a?o 1511, defendiendo a los nativos indios ta¨ªnos frente al atropello de los conquistadores.

Tenebroso personaje

Las mejores y menos desnaturalizadas playas para una excursi¨®n corta desde Santo Domingo est¨¢n al oeste de la capital, en la provincia lim¨ªtrofe de San Crist¨®bal, que fue el predio del general Rafael Le¨®nidas Trujillo, nacido en la hom¨®nima capital. Trujillo, inmortalizado tenebrosamente en la magn¨ªfica novela de Vargas Llosa La fiesta del chivo, sigue a¨²n latente en el pa¨ªs cincuenta a?os despu¨¦s de su asesinato, ejecutado, por cierto, en el Malec¨®n de Santo Domingo, en un punto que est¨¢ hoy se?alado. Y en su ciudad natal de San Crist¨®bal, mimada durante los treinta a?os de su tir¨¢nico Gobierno (1930-1961), erigi¨® numerosos edificios civiles y religiosos, encomendando grandes conjuntos murales al citado Vela Zanetti, un republicano de tendencia anarquista que, entre otros espa?oles huidos de la Espa?a franquista, hall¨® parad¨®jico refugio en este pa¨ªs caribe?o dominado por quien tan pr¨®ximo estuvo a Franco. En Santo Domingo (llamada en la dictadura Ciudad Trujillo) sigue abierto y haciendo buen caf¨¦, en la c¨¦ntrica calle peatonal de El Conde, La Cafetera, local un tanto triste pero con atm¨®sfera que fue el refugio preferido de nuestros exiliados. Fuera de San Crist¨®bal, y entre las playas de Najayo y Palenque (mi preferida), quedan en estado semi-ruinoso la Casa de Caoba y alg¨²n otro de los picaderos lujosos adonde Trujillo llevaba, seducidas o forzadas, a sus conquistas femeninas.

? Vicente Molina Foix es autor del libro de relatos Con tal de no morir (Anagrama).