La derrota se llama Afganist¨¢n
Un reportero de El PA?S empotrado en el ej¨¦rcito de EE UU comprueba el fracaso en la reconstrucci¨®n de un pa¨ªs devastado
Martes, una de la tarde. Polvo y r¨¢fagas de calor asfixiante barren Kabul. El teniente de la Guardia Nacional Michael Orourke se re¨²ne con un destacamento de sus hombres para salir a pie, con un int¨¦rprete, a Udkhel, una aldea aleda?a a la base regional de Camp Phoenix. Es una misi¨®n militar, pero su objetivo y sus medios son muy distintos a lo que cualquier soldado pudiera esperar en un pa¨ªs que ya lleva 10 a?os en guerra.
La finalidad de la misi¨®n de Orourke es que sus hombres le protejan mientras se sienta a dialogar con un l¨ªder tribal. "Normalmente llegamos a la aldea un peque?o grupo y el int¨¦rprete", explica el teniente. "Nos sentamos con el l¨ªder tribal. Dialogamos con ¨¦l. Tratamos de darle un empuj¨®n para que mantenga sus infraestructuras, sin prometerle demasiado. Es un peque?o tira y afloja".
"Nosotros debemos ganar el 100% de las veces. Al enemigo solo le basta con una", explica el teniente Gay
Esto no es Irak, donde hab¨ªa sociedad civil antes de la invasi¨®n. Aqu¨ª sigue sin asfaltar el 78% de las carreteras
Esa es la nueva estrategia b¨¦lica de Estados Unidos en Afganist¨¢n, sobre todo en zonas relativamente seguras como Kabul. Por necesidad, ante la inminente retirada, la artiller¨ªa pesada ha dejado paso al intento de construir una naci¨®n desde cero. El trabajo es dif¨ªcil. Para muchos, de hecho, es imposible.
Una d¨¦cada y 33.000 muertos despu¨¦s, el frente afgano es un lugar arrasado, hostil e ingobernable. M¨¢s all¨¢ de las barricadas de la zona verde de Kabul, donde viven los diplom¨¢ticos, solo hay vida decente en bases como esta. Aqu¨ª hay aire acondicionado en los barracones, y hasta tiendas y cafeter¨ªas. Afuera solo hay miseria. En los m¨¢rgenes de la carretera, lo ¨²nico que se ve son ni?os entre las escombreras y caminos a ning¨²n lado. Es aqu¨ª donde salen regularmente estos soldados a pie, a encontrarse con los l¨ªderes tribales.
Reiteran estas tropas que Kabul es una zona segura. "No hay una insurgencia en Kabul. Hay delincuencia, como en todos los lados. Y de eso ahora se encarga la Polic¨ªa Nacional Afgana, que est¨¢ mejorando", explica el sargento Travis Senseny, que coordina los puntos de acceso de autom¨®viles a la base y que ha prestado servicio en nueve provincias del pa¨ªs. "Eso no es el este o el sur, m¨¢s hostil. Esta zona puede ser amistosa".
A pesar de ello, esto es la guerra. Todo soldado que sale de la base lo hace armado hasta los dientes: rifle, munici¨®n, chaleco antibalas y casco. M¨¢s de 30 kilos de peso en un d¨ªa como este, a 35 grados. En estas misiones, el principal obst¨¢culo son los ni?os, que, a centenares, piden cualquier cosa que les caiga a las manos. De la aldea, a veces, cae alguna pedrada. Otras, el mayor impedimento es atravesar un arroyo de agua putrefacta.
Afuera de las 11 bases que los aliados tienen en la provincia de Kabul no hay desag¨¹es. Esto no es Irak, donde hab¨ªa sociedad civil antes de la invasi¨®n. Afganist¨¢n lleva siendo arrasado, una y otra vez, desde 1978. En todo el pa¨ªs solo hay una v¨ªa ferroviaria: mide 200 metros y sirve para que paren los trenes que vienen de Uzbekist¨¢n. Un 78% de las carreteras no est¨¢n asfaltadas, a pesar de una inversi¨®n occidental de mil millones de euros para ello.
La carretera que conduce desde el aeropuerto hasta aqu¨ª -de las m¨¢s usadas de la zona y el inicio del camino al basti¨®n talib¨¢n de Jalalabad- es un tramo plagado de baches. Junto a Udkhel hay cementerios improvisados, y junto a ellos, grandes bloques de hormig¨®n. Son fragmentos inacabados de infraestructuras abandonadas. Hay muchas. Dinero occidental tirado en la cuneta. Aqu¨ª, la lealtad es algo muy vol¨¢til. La determinaci¨®n de construir y mantener instalaciones tan elementales como un dep¨®sito de agua, tambi¨¦n.
Los mandos militares, miembros del ej¨¦rcito m¨¢s poderoso del mundo, se han dado cuenta de que es imprescindible hacer algo m¨¢s que disparar. Son estos soldados los que ahora han recibido el encargo de erigir desde cero las instituciones e infraestructuras m¨¢s b¨¢sicas. "La parte humanitaria es de las m¨¢s importantes que hacemos en esta base. Nos sentamos a negociar con ellos. Vemos c¨®mo llevan los proyectos pagados con dinero extranjero", explica una portavoz oficial de la brigada Yankee n¨²mero 26 de la Guardia Nacional, que gestiona la base hasta el a?o que viene. "Nuestro lema es prometer demasiado pero luego entregar m¨¢s de la cuenta".
Este es un ej¨¦rcito en retirada. Sus mandos dicen haber aprendido de los errores. "La esencia misma de la contrainsurgencia aqu¨ª es ganarse la confianza de la poblaci¨®n, lo que te otorga informaci¨®n valiosa y una v¨ªa a la victoria final", explica el teniente George Gay. "Si no lo haces, te alejas de la poblaci¨®n, y esta acaba apoyando a la otra parte. Durante todo el tiempo que hemos estado aqu¨ª, no siempre hemos comprendido c¨®mo son las cosas aqu¨ª, y eso ha hecho que muchos civiles acabaran apoyando a los talibanes".
No todos tienen la paciencia que demuestra el teniente Gay. Muchos de los 11.000 soldados que hay en las 11 bases en Kabul no han disparado un solo tiro desde que llegaron aqu¨ª. Las tropas j¨®venes salen en misiones como estas con resignaci¨®n, aunque sus jefes les repiten que son cruciales. Pero el ansia de la guerra no se aparta esquivando una pedrada. Algunos quieren sentir la adrenalina de estar en la l¨ªnea de fuego, en una guerra en la que, ¨²ltimamente, los insurgentes se limitan a perseguir a civiles y se suicidan en esos intentos.
"Me gusta la lucha", explica el soldado Jos¨¦ S¨¢nchez, que ya prest¨® servicio en la Guardia Nacional en Irak en 2009 y que ha venido a Afganist¨¢n este a?o. En EE UU, en su vida civil, se dedica a la pelea en jaulas. Ahora mismo registra camiones que entran a la base. Quiere ir al sur, donde a¨²n hay una l¨ªnea de combate clara. "Para eso me apunt¨¦ en el ej¨¦rcito. Lo veo dif¨ªcil porque la guerra se est¨¢ acabando. Y los enemigos se esconden. No atacan como deben atacar. La situaci¨®n en la que est¨¢ esta guerra es buena para esos soldados que se quieren ir", a?ade. En teor¨ªa, les quedan a¨²n tres a?os aqu¨ª. Este verano se han retirado ya 1.600 soldados de la Guardia Nacional y del Cuerpo de Infanter¨ªa de Marines. No los ha reemplazado nadie. Hay 101.000 tropas de EE UU en esta guerra y se espera que 33.000 est¨¦n de regreso en un a?o. El plazo final para marcharse, marcado por el presidente Barack Obama, vence en 2014. Esa decisi¨®n no es muy popular entre las tropas. Estos hombres no lo dicen abiertamente, pero consideran que el trabajo que queda por hacer aqu¨ª puede durar muchos a?os m¨¢s.
Es un hecho patente que este pa¨ªs no est¨¢ preparado para tomar las riendas de su propia seguridad. Las defecciones -25.000 entre enero y junio- son moneda corriente entre los 300.000 soldados afganos, que se quejan de turnos de trabajo imposibles y pagas miserables. En ocasiones, se al¨ªan mortalmente con el que se supone que es el enemigo. En abril, un soldado afgano abri¨® fuego contra las tropas norteamericanas en la parte militar del aeropuerto de Kabul. Ocho soldados de alto rango murieron.
El gran problema, sin embargo, son los civiles. "El ¨¦xito de los americanos aqu¨ª defendiendo sus posiciones es tal que ha llevado al enemigo a atacar objetivos civiles. Cuando lo hacen, es una gran p¨¦rdida para nosotros, porque se entiende como un fracaso en la defensa de la poblaci¨®n. Y para ellos, sea como sea, siempre es un ¨¦xito, porque demuestra que tienen una gran presencia en zonas urbanas", explica el teniente Gay. "Nosotros debemos ganar el 100% de las veces. A ellos solo les basta con ganar una sola".
El martes, a la una y media, despu¨¦s de que el teniente Orourke repase la ruta y la composici¨®n del escuadr¨®n y establezca las pautas de seguridad para encontrarse con el l¨ªder tribal en Udkhel, las alarmas suenan en Camp Phoenix: "Atenci¨®n Camp Phoenix. Atenci¨®n Camp Phoenix. Ha habido un ataque. Rep¨®rtense a la cadena de mando". En este preciso instante queda patente lo problem¨¢tica que ser¨¢ la retirada norteamericana y lo dificultosa que ser¨¢ la asunci¨®n de responsabilidades por parte de las tropas afganas.
Seis insurgentes han atravesado, disfrazados con burkas, todos los filtros de seguridad en la zona verde de Kabul. Se han atrincherado en un edificio a 300 metros de la embajada norteamericana y est¨¢n atac¨¢ndola con granadas y rifles de asalto. Otro comando ha activado chalecos explosivos contra diversos puestos de la Polic¨ªa Nacional Afgana. Kabul -o mejor dicho, la zona diplom¨¢tica de Kabul, fortificada y segura- entra en un caos que ya es habitual aqu¨ª. Civiles occidentales refugiados en b¨²nkeres. Ciudadanos afganos masacrados. Alarmas que paralizan toda la actividad de una ciudad de la que se dec¨ªa que era segura.
El teniente Orourke manda romper filas. Los hombres se reportan a la cadena de mando. Algunos de ellos se desplazan en convoyes de la Fuerza de Reacci¨®n R¨¢pida hasta la zona verde. All¨ª, de nuevo, son espectadores. Contemplan, listos para pasar a la acci¨®n, c¨®mo las fuerzas afganas despejan el edificio, sembrado de explosivos. Tardan 20 horas en cumplir su misi¨®n. "Si hubi¨¦ramos sido nosotros, eso se hubiera resuelto en cinco minutos", asegura posteriormente, de vuelta a la base, un soldado de la Guardia Nacional, que prefiere no revelar su nombre. "Si todo lo hacen a ese ritmo, no s¨¦ c¨®mo nos vamos a marchar".
Afganist¨¢n, la guerra m¨¢s larga de EE UU, no es Irak, de donde las tropas se marcharon el a?o pasado. Aqu¨ª no hay un Estado, m¨¢s all¨¢ de las pocas manzanas de la zona verde. "Aqu¨ª no hay personas que hayan recibido educaci¨®n secundaria y universitaria, como en Irak. Esa gente puede tomar decisiones que no son las m¨¢s adecuadas", explica el sargento John Fern¨¢ndez, que vino a Afganist¨¢n por primera vez en 2007, a entrenar a la polic¨ªa fronteriza.
"Es el efecto de d¨¦cadas de guerra. Los rusos, los se?ores de la guerra, los talibanes... todo eso ha tenido un impacto. Se ve en el estado en el que se encuentra este pa¨ªs. Debemos solucionar eso en el largo plazo. Y ser¨¢ una tarea larga y compleja. Y el que diga que no, se est¨¢ enga?ando. Podemos irnos de aqu¨ª, pero si lo hacemos, debe ser porque dejamos un pa¨ªs mejor al que nos encontramos. Si no es as¨ª, podr¨ªamos tener que regresar en el largo plazo".
No hace falta m¨¢s que llegar desde esta base hasta la zona verde para darse cuenta de la miseria que hay m¨¢s all¨¢ de la burbuja diplom¨¢tica. Estas calles, sin asfaltar; son un coladero de insurgentes. Estos son capaces de sortear todos los obst¨¢culos y puestos de control para llegar adonde m¨¢s le duele a EE UU: la imagen de que la capital es segura. Porque si en tantos a?os este ej¨¦rcito ni siquiera ha podido asegurar Kabul, una ciudad que siempre fue hostil a los talibanes, poco habr¨¢ logrado en realidad.
El del martes fue uno m¨¢s en una serie de ataques recientes. En junio, el objetivo fue el hotel Intercontinental, un se?orial refugio extranjero aqu¨ª. Las v¨ªctimas fueron 11. En agosto le correspondi¨® a la oficina cultural de la embajada brit¨¢nica. Otros ocho muertos. Estos insurgentes, que se jactan de haber debilitado as¨ª al invasor extranjero, solo han logrado matar a ciudadanos afganos, entre ellos ni?os.
Muchos terroristas llegan de Pakist¨¢n, al este, a trav¨¦s de una frontera casi abandonada. Otros entran por el oeste, desde Ir¨¢n, para comprar y vender armas y opio, con el que financian su campa?a de terror.
All¨ª entren¨® a soldados el sargento Fern¨¢ndez, que en su vida civil sirve tambi¨¦n en la polic¨ªa de frontera norteamericana. "Lo m¨¢s importante es que el soldado no se sienta abandonado, que sus condiciones sean dignas", explica. "Asegurar la frontera, en definitiva, es crucial, porque por ah¨ª llegan insurgentes y dinero".
La porosidad de la frontera oriental es un grave problema para este pa¨ªs. Ha permitido que el centro de la insurgencia, desde el que se planifican estos ataques, se haya trasladado a Pakist¨¢n. Mientras estos soldados pasan sus d¨ªas tratando con civiles, es la CIA la que, desde puestos secretos, lanza misiles no tripulados contra Al Qaeda en el pa¨ªs vecino. As¨ª muri¨® Osama Bin Laden en mayo, y as¨ª cay¨® el nuevo n¨²mero dos de la red terrorista, Atiyah Abd al Rahman, en agosto.
Ese es el problema de esta guerra: que se est¨¢ librando en otro sitio. Y que a un ej¨¦rcito experto en grandes luchas se le ha encargado ahora crear desde cero una sociedad civil que, simplemente, no existe. Unos soldados j¨®venes vienen, armados hasta los dientes, a contemplar con extra?eza una sociedad a la que no comprenden, y a la que otros no la han dejado levantarse sola desde que aqu¨ª se tiene memoria.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.