Los escritores delincuentes
Cuando Norman Mailer estaba escribiendo La canci¨®n del verdugo, en la que cuenta la historia de Gary Gilmore, el presidiario que luch¨® para que no le conmutaran la pena de muerte, recibi¨® una carta de otro presidiario, Jack Henry Abbott, quien le ofrec¨ªa ayuda para entender la violencia en las c¨¢rceles estadounidenses. Despu¨¦s de intercambiar algunas cartas, Mailer qued¨® impresionado con la lucidez de Abbott y le apoy¨® para que le publicasen un libro, En el vientre de la bestia, y tambi¨¦n para que le concedieran la libertad condicional. Posiblemente Mailer pens¨® que, aunque su protegido hubiese cometido delitos particularmente violentos, quien es capaz de escribir reflexiones tan atinadas y de pensar con tanta penetraci¨®n sobre s¨ª mismo, no merec¨ªa estar en la c¨¢rcel. Pocas semanas despu¨¦s de obtener la libertad condicional, Abbott mat¨® a un camarero de una cuchillada.
Teniendo una historia tan interesante que escribir, la propia, ?para qu¨¦ buscar m¨¢s lejos?
Muchos tambi¨¦n quieren que los lectores seamos conscientes de nuestras propias culpas, que la sociedad no es menos criminal que ellos
El escritor delincuente que cuenta su experiencia en la c¨¢rcel no solo se evade con sus pensamientos, tambi¨¦n puede buscar una nueva forma de justicia
Es comprensible que Mailer quedase fascinado por Abbott: su prosa es poderosa, cargada de energ¨ªa, sus reflexiones, a menudo inteligentes, poco habituales en alguien que hab¨ªa pasado toda su vida en la c¨¢rcel -desde los doce a?os solo hab¨ªa disfrutado de nueve meses de libertad-, y que se hab¨ªa formado a s¨ª mismo mediante la lectura: en En el vientre de la bestia, Abbott presume de no haber visitado ning¨²n curso para presos porque los consideraba una manera de domesticar al recluso, de ense?arle solo aquello que el sistema desea que conozca. Hab¨ªa conseguido su formaci¨®n intelectual mediante la lectura; para ponerlo en sus propias palabras: "Nunca hab¨ªa o¨ªdo pronunciar las nueve d¨¦cimas partes de mi vocabulario". Esa misma fascinaci¨®n la han sentido numerosos intelectuales que han promovido la libertad de escritores que se encontraban encarcelados: el polaco Segiusz Piasecki, autor de esa hermosa novela que es El enamorado de la Osa Mayor; el dramaturgo -quiz¨¢ justamente olvidado- Alfonso Vidal y Planas; el costarricense Jos¨¦ Le¨®n S¨¢nchez; la chilena Mar¨ªa Luisa Bombal, el autor de novelas negras Massimo Carlotto; todos ellos, y otros muchos, tienen en com¨²n haber salido de prisi¨®n sin cumplir ¨ªntegra su pena gracias a la presi¨®n de intelectuales que admiraban la obra de esos autores. La mayor¨ªa, al contrario que Abbott, no volvi¨® a delinquir.
Quiz¨¢ el atractivo del escritor que ha estado en la c¨¢rcel resida en que le suponemos una vida mucho m¨¢s interesante que la nuestra, de la que queremos que nos haga part¨ªcipes. Conscientes de ese atractivo, incluso hay quienes se inventan un pasado delictivo para seducir a la prensa y al p¨²blico: un caso reciente es el de James Frey; sus libros se convirtieron en superventas tras aparecer en el programa televisivo de Oprah Winfrey y revelar sus delitos... inventados. Otro ejemplo es el de Jean Ray, autor belga de historias fant¨¢sticas y de terror -muy recomendable la novela Malpertuis-; Ray se invent¨® un pasado de contrabandista y una genealog¨ªa que lo hac¨ªa descender de un lobo de mar y de una mestiza sioux. Ese deseo de impresionar mediante el contacto con el mundo carcelario puede llevar a extremos rid¨ªculos, como el del escritor Fr¨¦deric Beigbeder, personaje de la literatura y de las fiestas francesas de famoseo, quien promocionaba su novela m¨¢s reciente explicando con cierta solemnidad c¨®mo le hab¨ªa influido su estancia en prisi¨®n; hab¨ªa pasado nada menos que 48 horas en detenci¨®n provisional.
La mayor¨ªa de los "escritores delincuentes" ha contado su autobiograf¨ªa, m¨¢s o menos novelada. Teniendo una historia tan interesante que escribir, la propia, ?para qu¨¦ buscar m¨¢s lejos? Contar, contarse, justificarse, aportar pruebas de descargo, coartadas, circunstancias atenuantes. El escritor que ha pasado a?os en prisi¨®n usa el libro que escribe como nueva sala del tribunal: en ¨¦l aporta datos, las pruebas que no se tuvieron en cuenta, y el lector se convierte en el juez que debe considerar si la pena impuesta fue justa o no. Pero eso no basta; muchos tambi¨¦n quieren que nosotros, los lectores, seamos conscientes de nuestras propias culpas; la sociedad a la que pertenecemos no es menos criminal que ellos. Ya en el siglo XV, el magn¨ªfico y provocador poeta franc¨¦s Fran?ois Villon, que pas¨® varias temporadas encarcelado y al que solo el exilio salv¨® de la pena de muerte, pon¨ªa en duda las categor¨ªas morales con las que juzgamos los delitos: "?Por qu¨¦ me haces llamar ladr¨®n? / ?Porque se me ve piratear / sobre un peque?o nav¨ªo? / Si como t¨² pudiera hacerme armar / como t¨² emperador ser¨ªa".
El doble objetivo de reivindicarse y de acusar a los dem¨¢s cumplen los dos vol¨²menes autobiogr¨¢ficos de Chester Himes; por un lado Himes reconoce sus delitos, incluso los magnifica, porque no quiere quedar como el delincuente cutre que era, pero no se olvida de acusar tambi¨¦n a la sociedad brutalmente racista que le toc¨® vivir; si ¨¦l es culpable, ?qu¨¦ decir de una sociedad que te niega el trabajo porque eres negro, es m¨¢s, que te puede encarcelar y obligarte a realizar gratis duras faenas porque est¨¢s en paro y eres un maldito negro? Que no le vengan a ¨¦l con culpas.
El otro aspecto que Himes quiere retocar es el de su sexualidad; machista feroz, obsesionado con el sexo interracial, hom¨®fobo que en sus novelas ambientadas en Harlem se ensa?a con travestis y maricas, tiene un pasado que encaja mal con su pose de hombre de una pieza: en una novela de juventud, veladamente autobiogr¨¢fica, el protagonista tiene relaciones homosexuales en la c¨¢rcel. As¨ª que, adem¨¢s de corregir esa novela para dificultar la identificaci¨®n del protagonista con el autor, en su posterior autobiograf¨ªa resalta sus devaneos con prostitutas, cuenta sus relaciones con numerosas mujeres, pero solo dedica unas pocas p¨¢ginas a los ocho a?os que pas¨® en la penitenciaria de Ohio. Pero no nos apresuremos a levantar el dedo acusador: todos ensayamos gestos ante un espejo imaginario para encontrar esa imagen que nos satisface y que es la que deseamos que vean los dem¨¢s.
Tambi¨¦n Karl May, el prol¨ªfico autor alem¨¢n de novelas de aventuras, padre de Winnetou y de Old Shatterhand, quiso remendar el pasado al final de su vida, cuando se vio acosado por periodistas carro?eros que pretend¨ªan desvelar sus imposturas. May nunca fue un buen escritor, a pesar de ser un gran creador de personajes y de ficciones, no tanto en la literatura como en la vida real; ya de joven hab¨ªa realizado estafas asumiendo una identidad que no era la suya, llegando a hacerse pasar por inspector de polic¨ªa y, una vez detenido, por rico propietario de plantaciones en Martinica. Pero su personaje m¨¢s logrado fue el del escritor Karl May: aunque nunca hab¨ªa puesto un pie fuera de Europa, empez¨® a alimentar la leyenda de que ¨¦l era en realidad Old Shatterhand y hab¨ªa estado al mando de una tribu de apaches, se fotografiaba ataviado con sombrero de ala ancha, botas altas, collar de "dientes de oso" y pistola al cinto; su casa estaba llena de trofeos de caza supuestamente abatida por ¨¦l; presum¨ªa de hablar m¨¢s de cuarenta idiomas, aunque tan solo chapurreaba franc¨¦s e ingl¨¦s. Y el p¨²blico decidi¨® creer que lo que May contaba en sus novelas eran historias reales, aspiraci¨®n desconcertante en quien abre un libro de ficci¨®n. Cuando sus imposturas empezaron a ser reveladas, May fue cambiando la versi¨®n de su historia, escribi¨® una autobiograf¨ªa mucho m¨¢s realista, pero en la que silenciaba o pasaba de puntillas por aquellos detalles que precisamente quiso hacer olvidar con el personaje que hab¨ªa construido: la miseria de los primeros a?os, el padre alcoh¨®lico y violento, sus robos y sus estafas. El libro deb¨ªa absolverle, demostrar su inocencia.
Alg¨²n escritor ha buscado esa absoluci¨®n de manera m¨¢s sutil, esto es, confesando sus culpas pero present¨¢ndose como una persona nueva, cambiada, reformada. Y si el escritor se ha transformado, se ha convertido en otro, ?no ser¨ªa injusto acusarle de los actos cometidos por su antiguo yo? Maurice Sachs desarroll¨® esta t¨¦cnica hasta la perfecci¨®n. Amigo de Cocteau, Gide, Max Jacob, sablista, estafador, ladr¨®n; creo que revela bastante sobre su personalidad saber que Sachs era un jud¨ªo que se convirti¨® al cristianismo y despu¨¦s se hizo protestante, siempre por razones que no ten¨ªan que ver con la religi¨®n sino con el inter¨¦s. A pesar de todo, no es f¨¢cil asomarse a la profundidad de sus contradicciones: adopt¨® a un ni?o y lo abandon¨® a los pocos meses, y aunque hab¨ªa escrito furiosas diatribas contra el antisemitismo de sus contempor¨¢neos, se convirti¨® en esp¨ªa para la Gestapo y despu¨¦s en delator de los compa?eros que estaban encarcelados con ¨¦l; si sol¨ªa salirse con la suya en sus chanchullos es porque Maurice Sachs era una persona con tanto encanto que pod¨ªa seducir a hombres que nunca hab¨ªan mantenido una relaci¨®n homosexual y recuperar una y otra vez la confianza de aquellos a los que robaba.
De joven se hab¨ªa jurado ser un gran hombre o nada, disyuntiva particularmente peligrosa. Cuando termin¨® su primera novela se la envi¨® a Cocteau, quien sentenci¨®: "Maurice, t¨² podr¨¢s hacer todo lo que quieras menos una cosa: ser escritor". Y m¨¢s tarde tambi¨¦n dir¨ªan de ¨¦l que su mejor libro era su conversaci¨®n. Pero eso no impidi¨® que publicara varios libros autobiogr¨¢ficos, unos m¨¢s novelados que otros, en los que contaba con descaro sus piller¨ªas, disimulaba sus delitos, engatusaba al lector para que le concediese su perd¨®n: ?acaso no tiene m¨¢s merito quien sale de la abyecci¨®n que quien no ha sufrido nunca la tentaci¨®n de caer en ella?
Otros escritores delincuentes, pocos, prefirieron no adornar su propia historia y contarla con un m¨¢ximo de objetividad, sin buscar el perd¨®n o una sentencia absolutoria. Hugh Collins lo hace de manera quiz¨¢ m¨¢s descarnada que ning¨²n otro; Collins lleg¨® a ser considerado el hombre m¨¢s violento de Escocia. Con al menos una muerte a sus espaldas, y una larga historia de alcohol, drogas y cuchilladas, vivi¨® en una guerra perpetua y salvaje contra sus carceleros. Tras participar en un programa de reinserci¨®n en una unidad especial para convictos particularmente violentos, descubri¨® la escultura y la escritura. En sus obras autobiogr¨¢ficas, de las que no hay traducci¨®n al espa?ol, no hace como Sachs ese acto de prestidigitaci¨®n de desdoblarse en dos personas, una culpable y una inocente. No pide disculpas ni enmara?a los hechos, y se atreve a describir sus actos sin ning¨²n tipo de pa?os calientes: "Le agarr¨¦ por detr¨¢s, le cog¨ª por el pelo, tir¨¦ de su cabeza hacia atr¨¢s y le raj¨¦ a lo largo de la mand¨ªbula derecha; la sangre me salpic¨® de repente la cara, el pelo y la camisa en un chorro constante [...] La mayor¨ªa de las autobiograf¨ªas criminales utilizan la amnesia, pasando de puntillas sobre los hechos. Es incre¨ªble cu¨¢ntos asesinos no pueden recordarse matando a una persona. Lo que yo estoy describiendo aqu¨ª es la fealdad de la violencia gratuita. ?Hay alg¨²n otro tipo de violencia?".
Otro autor delincuente que no busca justificarse es Jack Black, cuya autobiograf¨ªa novelada Nunca ganas es una de mis favoritas. Quiz¨¢ sea excesivo considerarlo escritor, ya que su principal obra es esa autobiograf¨ªa para la que adem¨¢s cont¨® con la ayuda de una mujer, Rose Wilder Lane, quien tambi¨¦n ayud¨® a su madre, Laura Ingalls, a escribir la serie autobiogr¨¢fica La casa de la pradera. El libro de Black, aunque pretende ser una advertencia de que la vida delictiva no lleva a ning¨²n sitio, tambi¨¦n es un canto a sus a?os de vagabundeo y robos, a esas d¨¦cadas en las que el salvaje Oeste va civiliz¨¢ndose, entrando en una modernidad quiz¨¢ m¨¢s confortable pero desde luego menos excitante que la etapa vivida por Black durante su juventud; contado con un estilo distante, casi objetivo, el libro cautiva al lector por su descripci¨®n detallada de los robos de Black y sus amigos en Estados Unidos y Canad¨¢, y tambi¨¦n por sus cr¨ªticas al sistema carcelario. Otro de los m¨¦ritos del libro es que sirvi¨® de inspiraci¨®n a William Burroughs, uno de los grandes autores delincuentes. Politoxic¨®mano, hizo de la droga su raz¨®n de ser y el sustrato del que se aliment¨® una escritura al borde de la disoluci¨®n. Homosexual -en una ¨¦poca en que era delito serlo-, drogadicto, homicida, ni siquiera oculta sus fantas¨ªas pederastas. Otro que no pide disculpas ni perd¨®n. Le da igual lo que piense la gente, solo se interesa por las drogas y los efectos en su cuerpo, al que trata como materia inerte, con la frialdad de un cient¨ªfico que experimenta con cobayas. Su delito principal es sobradamente conocido: mat¨® a su mujer de un disparo jugando a Guillermo Tell, aunque lo que ella balanceaba en la cabeza no era una manzana sino, mucho m¨¢s apropiado para la vida de borracheras y cuelgues de ambos, una copa llena de cualquiera que fuese el alcohol que estaba bebiendo. Ese momento no le abandon¨® nunca, como no le abandon¨® su pasi¨®n por las armas, para esc¨¢ndalo de muchos.
Tampoco se disculp¨® Jean Genet, quien hizo del delito una religi¨®n. A ¨¦l le debemos una frase que podr¨ªa aplicarse a tantos de sus compa?eros de escritura y de prisi¨®n: " [...] mi vida debe ser leyenda, es decir, legible, y su lectura dar nacimiento a una emoci¨®n nueva que llamo poes¨ªa: yo ya no soy nada m¨¢s que un pretexto".
Pero ser¨ªa demasiado limitado pensar que los escritores delincuentes escriben solo para hablar de s¨ª mismos. Ni siquiera todos lo hacen, como ?lvaro Mutis; aunque escribi¨® en Diario de Lecumberri sobre su estancia de casi a?o y medio en esa prisi¨®n mexicana, apenas habla de s¨ª mismo y parece mucho m¨¢s concentrado en contar lo que le rodea que en su propia historia, quiz¨¢ porque prefiere hacer olvidar su delito -malversaci¨®n de fondos-, pero quiz¨¢ tambi¨¦n porque cuando lleg¨® a la c¨¢rcel ya era escritor y como tal ten¨ªa intereses lierarios que iban m¨¢s all¨¢ de dar testimonio de s¨ª mismo. Y Anne Perry fue mucho m¨¢s radical: no dedic¨® ni uno solo de los numerosos libros que ha publicado a la propia historia, aunque en este caso sin duda se debe a que durante muchos a?os prefiri¨® ocultar que, cuando era una adolescente, ella y una amiga hab¨ªan asesinado a la madre de esta en un parque machac¨¢ndole el cr¨¢neo con un ladrillo metido en una media. Solo cuando la pel¨ªcula Criaturas celestiales desenterr¨® aquel lejano proceso, se vio obligada a revisitar un pasado que hubiera deseado mantener oculto. Sin embargo, el tema de la culpa y del recuerdo de esa culpa surge una y otra vez, casi involuntariamente, en sus novelas. ?Hasta cu¨¢ndo es alguien culpable? ?Lava el olvido la culpa? ?Debe esta ser expuesta en p¨²blico, no tiene el culpable derecho a la intimidad? Estas preguntas aparecen impl¨ªcitas en su literatura, que se vuelve autobiograf¨ªa clandestina, lamento, contrici¨®n.
Escribir, s¨ª, para contar la propia historia, pero tambi¨¦n porque es una manera de trascender los muros de la prisi¨®n. Sobre todo los escritores que nunca hab¨ªan tenido relaci¨®n con la literatura, algunos casi analfabetos, de repente descubren que la escritura les libera, no solo porque el libro les permite adentrarse en un mundo en el que son ellos los que imponen sus propias reglas, en los que son sus deseos los que cuentan y no las ¨®rdenes de los guardianes; tambi¨¦n porque el libro, una vez publicado, se convierte en un instrumento de rebeli¨®n: la c¨¢rcel hasta hace muy poco, era -y a¨²n lo es en muchos casos- el lugar del silencio, de la sumisi¨®n, donde quedan en suspenso los derechos humanos b¨¢sicos, un sistema totalitario en el que no existe libertad de expresi¨®n y donde el castigo puede imponerse con una severidad desproporcionada. Hablar estaba prohibido en muchas c¨¢rceles; escribir era un delito que pod¨ªa ser castigado con penas corporales. Muchos de quienes han escrito de la c¨¢rcel cuentan c¨®mo un guardi¨¢n les quita las p¨¢ginas escritas, las destruye a veces con placer s¨¢dico. Porque el libro sortea el silencio impuesto; lo que el convicto no puede decirle al guardi¨¢n desde dentro se lo dice desde el exterior: el libro regresa a la c¨¢rcel para hacer justicia, tambi¨¦n como venganza; la literatura creada en prisi¨®n traza una historia del terror en el inframundo carcelario. El escritor delincuente que cuenta su experiencia en la c¨¢rcel no solo se evade con sus pensamientos, tambi¨¦n puede buscar una nueva forma de justicia, e incluso puede obtener un medio de vida alejado del delito al salir de prisi¨®n. Pocas veces podr¨¢ decirse con m¨¢s raz¨®n que la literatura es liberadora.
Jos¨¦ Ovejero, autor del texto de estas p¨¢ginas, acaba de publicar en la editorial Alfagura 'Escritores delincuentes'. El libro retrata la atracci¨®n por personas fuera de la ley que escriben de su vida, de la culpa, de la capacidad redentora de la literatura, de la verdad en la ficci¨®n.
Escritores
Jean Genet
Franc¨¦s (1910-1986). Vagabundo, ladr¨®n y chapero; exhibi¨® lo m¨¢s descarnado de su deseo carnal homosexual. El autor de 'Diario del ladr¨®n', 'Querelle de Brest', 'Las criadas', 'Un cautivo enamorado' y 'El condenado a muerte' hizo religi¨®n del delito. Tuvo hasta diez condenas consecutivas.
Anne Perry
Inglesa nacida en 1938. Cuando ten¨ªa 16 a?os, plane¨® y ejecut¨® con su amiga Pauline el asesinato de la madre de esta. Le machacaron el cr¨¢neo con un ladrillo. No quiso volver sobre su pasado hasta que la pel¨ªcula 'Criaturas celestiales' (1994), de Peter Jackson, desenterr¨® el lejano y doloroso proceso (sobre estas l¨ªneas, un fotograma).
Jack Henry Abbot
Estadounidense (1944-2002). El mejor ejemplo de la tensi¨®n entre las pulsiones criminales y la capacidad creativa. Autor de 'En el vientre de la bestia'. Cautiv¨® a Norman Mailer, que le ayud¨® a conseguir la libertad condicional. Pero mat¨® a un camarero, volvi¨® a la celda y se suicid¨®.
Hugh Collins
Este escoc¨¦s tuvo un largo historial de alcohol, drogas y cuchilladas, aunque solo se le pudo probar un asesinato. Descubri¨® la escritura y la escultura en un programa de reinserci¨®n, gracias al cual pudo abandonar la prisi¨®n tras 15 a?os encarcelado. Public¨® su primer libro, 'Autobiograf¨ªa de un asesino', en 1998, seis a?os despu¨¦s de haber sido puesto en libertad.
William S. Burroughs
Estadounidense (1914-1997). Uno de los grandes autores que hizo del delito se?a de identidad. Politoxic¨®mano, adicto a la hero¨ªna y las armas, y homosexual
-cuando era delito- que no ocultaba sus fantas¨ªas pederastas. Miembro de la generaci¨®n 'beat' y referente contracultural. Mat¨® a su mujer de un extra?o disparo.
Jack Black
Nacido en Vancouver (Canad¨¢) en 1871; criado en Misuri (EE UU). Muri¨® en 1932, supuestamente se suicid¨®. Otro delincuente escritor que nunca busc¨® justificarse y que nos dej¨® una importante autobiograf¨ªa novelada, 'Nunca ganas'. En ella critica la vida criminal, pero tambi¨¦n el sistema carcelario. Es, ante todo, un canto a la libertad.
Chester Himes
Escritor afroamericano que naci¨® en Misuri en 1909 y muri¨® en Alicante en 1984. Famoso por sus novelas policiacas con el conflicto racial como protagonista. Su vida en el filo del abismo -robos, juegos y homofobia- marc¨® su juventud. Al final ingres¨® en prisi¨®n por robo a mano armada. Las letras le permitieron volar desde la celda.
Frederic Beigbeder
Franc¨¦s nacido en 1965. Representante del escritor que coquetea con el lado oscuro de la vida -oscuro pero 'light'- como promoci¨®n en los medios y las fiestas de famosos. Trabaj¨® en publicidad y ha sabido usar el malditismo como 'marketing'. As¨ª, ha sacado provecho a las 48 horas que pas¨® en prisi¨®n en 2008 por posesi¨®n de coca¨ªna.
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