Escaparates
Hay mucha gente cuyo futuro es esta misma noche y no va m¨¢s all¨¢ de un horizonte de escaparates, que contienen todos los deseos, productos de belleza, coches, motocicletas, prendas deportivas, ropa sexi, electrodom¨¦sticos, manjares, licores, m¨®viles, videoconsolas, televisores. En las esquinas de la ciudad se hallan los contenedores rebosantes de envases que el consumo excreta. Esos desechos de la fiesta son todo lo que la buena sociedad les tiene reservado a algunas bandas callejeras, compuestas por j¨®venes desarraigados, ellos y ellas, sin m¨¢s porvenir que rascarse el sexo a dos manos. A esta gente le cabe el ¨²nico privilegio de pegar la nariz a los cristales iluminados y so?ar que si poseyeran esas chupas de cuero y esas motos infernales enamorar¨ªan a las chicas m¨¢s adorables y tambi¨¦n las chicas guerreras imaginan que ser¨ªan tan irresistibles como las maniqu¨ªes de los escaparates si pudieran arrebatarles esos vestidos que cubren sus cuerpos de pl¨¢stico. Vuelven de noche siempre derrotados a casa despu¨¦s de o¨ªr por todas partes su condena inapelable: si no puedes comprar, no existes. La desesperaci¨®n que produce esta crisis econ¨®mica, a la que nadie ve salida, est¨¢ liberando en la atm¨®sfera una electricidad est¨¢tica. Basta cualquier chispazo, un triunfo deportivo, una carga desmedida de la polic¨ªa o el simple tedio mortal, para que se desencadene una tempestad.
Puesto que nadie piensa ya en aquel sue?o de la revoluci¨®n que iba a cambiar el mundo, la c¨®lera popular va dirigida a arrojar una piedra, a excitarse con el estallido de los vidrios, a saquear las tiendas y lanzar despu¨¦s en su interior una tea incendiaria para que ese fuego ilumine el futuro de una sola noche y ardan juntos el lujo y sus excrementos. Los desesperados se sienten redimidos por la violencia callejera y se creen h¨¦roes al traspasar el horizonte de unos sue?os al alcance de la mano en los escaparates. El fin de la historia consiste en asaltar grandes almacenes como si fueran el Palacio de Invierno, con el mundo dividido en dos: de un lado los incendiarios del s¨¦ptimo d¨ªa y, de otro, un somat¨¦n planetario. La noche de los cristales rotos que en 1938 marc¨® el poder de los nazis, es ahora una necesidad perentoria de llevarse a casa un televisor de plasma entre las llamas.
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