Feliz singladura ¨¦pica
Teatro de ideas con puesta en escena de gran espect¨¢culo. En La costa de Utop¨ªa, Tom Stoppard habla de la filosof¨ªa, la literatura, el pensamiento pol¨ªtico y los hitos de una ¨¦poca convulsa a trav¨¦s de un pu?ado de historias de amor y amistad. Los protagonistas de la historia con may¨²sculas aparecen aqu¨ª con toda su humana fragilidad. El joven anarquista Mijail Bakunin anda sableando a los amigos para costearse sus empresas revolucionarias transeuropeas; el fil¨®sofo Nikolai Stankevich predica el amor a la humanidad pero es incapaz de amar a su prometida; Aleks¨¦i Herzen se debate entre su fe en el socialismo ut¨®pico y el fracaso de la Primavera de los Pueblos: "Si hab¨ªa m¨¢s electores pobres que ricos, ?c¨®mo imaginar que esto acabar¨ªa as¨ª?", se pregunta Bakunin al final de Naufragio, segunda parte de la trilog¨ªa, tras la llegada al poder por sufragio universal del pr¨ªncipe Luis Napole¨®n Bonaparte.
LA COSTA DE UTOP?A
Autor: Tom Stoppard.
Producci¨®n: Teatro Acad¨¦mico de la Juventud de Mosc¨². Luz: Andrei Izotov. Vestuario: S. Benediktov, N. Voinova y Olga Polikarpova. Direcci¨®n: Aleks¨¦i Borodin.
Teatro Valle-Incl¨¢n. Madrid. Del 28 de septiembre al 1 de octubre.
En la primera parte, de ambiente chejoviano, Stoppard nos muestra a sus j¨®venes protagonistas con sus ideales intactos: tienen la vida por delante y creen firmemente que la emancipaci¨®n de los pueblos est¨¢ al caer. En la segunda, las revoluciones de 1848 estallan y ellos corren a unirse a la fiesta con una lata de l¨ªquido inflamable bajo el brazo, pero salen chamuscados: "Somos gente de libro con soluciones de libro", se lamenta Herzen.
Aleks¨¦i Borodin imprime a los debates ideol¨®gicos pasi¨®n de enamorado. Es un director al servicio del texto: fidel¨ªsimo siempre, imaginativo donde cabe serlo, lo llena de invenciones a favor; por ejemplo, convierte al mendigo tullido al que Herzen alecciona en un acordeonista callejero, que le responde tocando. En su montaje, ¨ªntimo y coral, hay momentos implosivos estrat¨¦gicamente dispuestos, y breves explosiones de acci¨®n coreografiada con un buen gusto infrecuente.
Stanislav Benediktov ha creado un espacio esc¨¦nico vac¨ªo inmenso sobre tres plataformas a diferente nivel, que muerden las seis primeras filas de butacas del Valle-Incl¨¢n. Por las dimensiones un tanto escasas de este teatro madrile?o, no se pudo instalar una especie de proa de seis metros que, en las representaciones en Mosc¨², penetra la platea y da al escenario aire de nav¨ªo. Sin decorados corp¨®reos, la acci¨®n se traslada ipso facto desde la finca de los Bakunin en Premujino al cuchitril de Belinski en Mosc¨², a las barricadas parisienses o a un calabozo en Dresde... Un coro de actores utilleros (el pueblo llano en cuyo nombre los protagonistas hablan, sin conocerlo) mueve plataformas, convierte las transiciones en s¨ª mismas en un espect¨¢culo y crea las condiciones objetivas para que las ¨¦lites conspiren y filosofen.
En esa escenograf¨ªa hay un abajo y un arriba (un cielo de paneles m¨®viles colgados) que sirven como met¨¢fora de la Rusia zarista, sin clases medias: es un espacio po¨¦tico, en la tradici¨®n de las vanguardias sovi¨¦ticas. El trabajo de los actores respira una teatralidad intensa, y verdad: cuando callan, en el rostro de muchos puede seguirse su mon¨®logo interior. Dentro de una labor de conjunto con empaque orquestal y voces solistas brillantes, destaca la proteica interpretaci¨®n de Ilia Isaev, un Herzen en cuya voz, al final, nos parece estar oyendo la de Stoppard. Fulgurante, el neurast¨¦nico cr¨ªtico literario Belinski de Yevgueni Redko.
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