Tiempo para la palabra
Raimon hab¨ªa cantado a un silencio que no es resignado, "jo vinc d'un silenci, antic i molt llarg, d'un silenci, que no ¨¦s resignat", cuando, Federico Mayor Zaragoza, ex director general de la Unesco, presidente de la fundaci¨®n Cultura de Paz, nos recuerda, en una reciente publicaci¨®n, Delito de silencio, que el tiempo del silencio ha concluido. Hoy ya no se puede, o no se debe, ser espectador impasible. Ha llegado, por fin, el momento en el que los pueblos del mundo entero tomen en sus manos las riendas de su destino y hagan o¨ªr su voz. Ya antes, Martin Luther King hab¨ªa advertido sobre el silencio escandaloso de las buenas personas ante los desequilibrios sociales.
Hoy, los indignados renuevan su esfuerzo, alcanzando a ciudades de Estados Unidos. No son apenas unos cuantos, sino muchos miles; ni antisistema, aun cuando pueda haberlos; ni j¨®venes desorientados, pues saben muy bien hacia d¨®nde no quieren ir. Son j¨®venes preparados, y tambi¨¦n menos preparados, pero igualmente indignados, que se cuestionan sobre un modelo de sociedad que les ofrece pocas alternativas razonables. Empezando por el empleo y siguiendo con la vivienda. El primero, escaso; y la segunda, hipotecados de por vida. Que ¨²nicamente fomenta la competitividad e ignora la solidaridad. Que se desentiende de los necesitados, de los aqu¨ª, de los de all¨¢, y de los de all¨¢ cuando pretenden llegar, o consiguen hacerlo, hasta aqu¨ª. Que agudiza las contradicciones respecto a un modelo de sociedad en el que han crecido y que no les ofrece alternativas para conciliar, en el ¨¢mbito individual, el desarrollo personal con el beneficio social, en el ¨¢mbito empresarial, el excedente econ¨®mico con la responsabilidad corporativa. Piensan, como dijera Kundera, que solo tienen una vida, sin ensayo ni repetici¨®n, y quieren hacer lo posible por arreglarlo.
Ayn Rand, en el a?o 1943, public¨®, El manantial, obra discutible en cuanto a su concepci¨®n del yo como manantial del progreso humano, pero certera en cuanto al modelo de sociedad que describe. Fue llevada al cine, e interpretada por Gary Cooper, en el papel de arquitecto vanguardista (hay quien dice que rememorando a Frank Wright Lloyd) que denuncia, en un contundente mon¨®logo final, c¨®mo el dinero fluye hacia quienes trafican con favores, se enriquecen quienes lo hacen con sobornos, la corrupci¨®n resulta recompensada y las leyes no protegen, suficientemente, al ciudadano. Algo a repensar hoy en d¨ªa. El concepto de Rand resulta, adem¨¢s, interesante en las actuales circunstancias en cuanto a su consideraci¨®n de la libertad y la norma como caras de una misma moneda. As¨ª, los indignados deben observar que cualquier norma democr¨¢tica ofrece cauces de libertad, pues para ello est¨¢. El problema estriba, hoy como entonces, en que los que manden posean la suficiente autoridad moral para gozar del respeto de los que obedecen, como dijo, Lichtenberg. En definitiva, que los pol¨ªticos, democr¨¢ticamente elegidos, tengan suficiente credibilidad social para recoger el sentir popular de sus representados y canalicen sus opiniones, todas, hacia el bienestar social.
Se dice que una sociedad tiene los pol¨ªticos que se merece. Quiz¨¢s lo mismo pudiera expresarse de otra manera. Tiene los pol¨ªticos que se le parecen. As¨ª, en cualquier ¨¢mbito que se considere, no podemos quejarnos de los pol¨ªticos que nos representan pues vienen a ser una muestra suficientemente cualificada de la sociedad que somos. Ni mejor ni peor, sino solo un ejemplo m¨¢s. La responsabilidad de nuestros representantes en las instituciones p¨²blicas alcanza a los electores que nos limitamos a dejar en manos de los elegidos el futuro que a todos corresponde. Estamos pues, invitados a no resignarnos y a romper el silencio. Votar, claro est¨¢; pero tambi¨¦n, opinar con libertad y alzar la voz en favor de una sociedad m¨¢s din¨¢mica y socialmente justa. Como dijo el poeta Blas de Otero, aunque hayamos perdido el tiempo andado entre sombras del silencio, nos queda la palabra.
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