Viaje al cerebro de la m¨¢quina
Viajar por los aeropuertos del mundo con gente famosa es un placer. O al menos esto es lo que deduzco de la ¨²nica experiencia de esta naturaleza que he tenido, cuando acompa?¨¦ a Rafael Nadal y su equipo en un vuelo de Doha (Catar) a Melbourne (Australia), en enero de este a?o. En Doha, el resto de los pasajeros ten¨ªan que subirse a un autob¨²s para llegar al avi¨®n; a nosotros nos pusieron una limusina. Pero lo mejor fue lo del control de pasaportes en Melbourne. S¨¦, por experiencia previa, que los australianos son tan complicados como los estadounidenses a la hora de permitir la entrada de no residentes a su pa¨ªs. Nosotros pasamos r¨¢pidamente sin hacer cola alguna a un puesto donde nos esperaban seis agentes de migraci¨®n, tres hombres y tres mujeres. Decir que babeaban ser¨ªa una leve exageraci¨®n, pero ten¨ªan los ojos como platos y emanaban la excitaci¨®n palpitante de ni?os chicos haciendo cola para sentarse en las faldas de Pap¨¢ Noel. Result¨® que de los cinco en nuestro grupo, uno no hab¨ªa rellenado y enviado por Internet el formulario que es el requisito burocr¨¢tico no negociable, en condiciones normales, para poder entrar como extranjero en Australia. El que hab¨ªa fallado era Rafa. Present¨ª que habr¨ªa un drama. No me pod¨ªa haber equivocado m¨¢s. "Oh, no problem. Absolutely no problem, Mr. Nadal!", chorreaban los agentes uniformados, sonriendo de oreja a oreja, encantados de tener la oportunidad de tomarse la peque?a molestia que les permitir¨ªa tener al gran tenista cautivo, poder inhalar su aura, un par de minutos m¨¢s.
Boris Becker: "Gente a la que no necesariamente le gusta el tenis ama a Nadal"
Nadal intenta sumergir sus debilidades e inseguridades en una especie de autohipnosis
"S¨¦ que cuando mi carrera acabe no ser¨¦ feliz. Quiero aprovecharla al m¨¢ximo"
"El deporte profesional no es bueno para la salud. Casi siempre siento dolor"
"Cuando juego, levanto una muralla a mi alrededor con el cemento de la familia"
Ya sab¨ªa, antes de emprender el proyecto de un libro con Rafael Nadal, que su rostro era reconocido en todos los rincones del mundo, pero no llegu¨¦ a apreciar la dimensi¨®n de la fascinaci¨®n que ejerce, la enormidad de su legi¨®n de fans, hasta que viaj¨¦ con ¨¦l y empec¨¦ a dedicarme a tiempo completo a observar el fen¨®meno planetario en el que se ha convertido el chico nacido hace 25 a?os en Mallorca, en la peque?a ciudad de Manacor. En Catar, se?ores y ni?os vestidos con t¨²nicas blancas impecablemente planchadas (aunque no las mujeres, vestidas de negro) hac¨ªan cola para pedirle aut¨®grafos o hacerse fotos con ¨¦l; en Australia, chillidos cada vez que emerg¨ªa de su cueva, su refugio en todos los lugares a los que viaja, la habitaci¨®n de hotel donde se ve obligado a pasar la mayor parte de sus ratos libres durante los torneos, transform¨¢ndole a ¨¦l mismo en un cautivo, prisionero de su fama, del agobio que representa salir a la calle a la luz del d¨ªa.
En Nueva York durante el US Open y en Londres durante Wimbledon, fotos de cuatro pisos de altura de su cara y su musculoso cuerpo se imponen sobre las calles principales, anunciando zapatillas deportivas o calzoncillos o autom¨®viles coreanos. Lo sorprendente es que el sex appeal de Nadal llega m¨¢s all¨¢ de las grandes metr¨®polis o de los pa¨ªses ricos. El tenis, ya se sabe, no tiene el alcance del f¨²tbol. Es un deporte de las clases medias. O eso hab¨ªa entendido hasta que me present¨¦ una vez (antes de que surgiera la idea del libro) en un pueblo terriblemente pobre al norte de Sud¨¢frica, en la frontera con Zimbabue, donde hab¨ªa unos campos de f¨²tbol donados por almas caritativas hechos de tierra roja batida. Los ni?os de la zona los hab¨ªan bautizado como "los campos Rafa Nadal".
Est¨¢ claro que el atractivo de Nadal rebasa su propio deporte, por m¨¢s torneos Grand Slam que haya ganado (10) y por m¨¢s que haya estado en la cima del tenis, ocupando el puesto n¨²mero uno o el dos en el ranking mundial, desde que cumpli¨® los 19 a?os. A esto se refer¨ªa Boris Becker, el gran campe¨®n alem¨¢n de los a?os ochenta y noventa, ganador de seis Grand Slams, cuando le preguntaron el mes pasado qu¨¦ jugador actual le hubiera gustado haber sido. Respondi¨® que una mezcla de los tres grandes: Roger Federer, Novak Djokovic y Rafael Nadal. Presionado para que eligiera uno, confes¨® que tendr¨ªa que ser Nadal. ?Por qu¨¦? "Porque Nadal es el m¨¢s carism¨¢tico. Gente a la que no necesariamente le gusta el tenis ama a Nadal".
Es verdad. Lo he comprobado con muchas personas con las que he charlado en diferentes lugares del mundo. Yo mismo dej¨¦ de seguir el tenis con mucho inter¨¦s durante un largo rato tras una ¨¦poca, entre los 13 y los 23 a?os, cuando practicaba el deporte casi todos los d¨ªas y me toc¨® durante tres campeonatos de Wimbledon seguidos trabajar como recogebasuras en el venerable recinto, lo cual me daba acceso (curioso gesto democr¨¢tico en un lugar que respira aristocracia) a ver casi todos los partidos que quer¨ªa en la Centre Court y en la pista n¨²mero uno. Esa era la ¨¦poca de John McEnroe y Bjorn Borg. Los que los siguieron, Stefan Edberg, Pete Sampras, Ivan Lendl, incluso Andr¨¦ Agassi, no me ilusionaban. Tampoco, del todo, Roger Federer, por m¨¢s que no dude en reconocer que nunca he visto un tenista que practique el deporte con m¨¢s belleza, elegancia y naturalidad. A m¨ª lo que me despert¨® de mi sue?o, incluso de mi aburrimiento, lo que me hizo volver a enamorarme del tenis fue la irrupci¨®n en escena de Rafa Nadal, y muy particularmente la final de Wimbledon 2008 en la que acab¨® con la larga hegemon¨ªa de Federer. Ese partido me encandil¨®. No solo, con diferencia, fue el mejor partido de tenis que hab¨ªa visto en mi vida (McEnroe, con un pel¨ªn m¨¢s de autoridad que yo, dice lo mismo), sino el mejor partido que he visto en cualquier deporte nunca. Aquel d¨ªa, Nadal me encandil¨®. A m¨ª y a millones m¨¢s. Hay un antes y un despu¨¦s en la trayectoria de Nadal como tenista y como personaje global, y fue esa final de Wimbledon.
?Qu¨¦ fue lo que nos impact¨® tanto? ?Qu¨¦ vimos en ¨¦l? ?Con qu¨¦ nos identificamos? Algo debe de tener que ver con el contraste entre su identidad guerrera en la pista y su dulce e infalible cortes¨ªa fuera de ella; su autosuficiencia casi autista cuando est¨¢ compitiendo y su apego a la familia, su c¨¢lida conexi¨®n con -y dependencia de- sus padres y su hermana y sus t¨ªos. Pero debo confesar que yo solo no di con la pista clave; me la dio un compa?ero periodista. Le¨ª un breve art¨ªculo suyo en el diario As el a?o pasado que me abri¨® los ojos a la gran verdad del fen¨®meno que es Nadal. El periodista es Juanma Trueba, un brillante y perspicaz escritor, y aqu¨ª me permito reproducir algunas de sus palabras:
"Me gustar¨ªa compartir un sentimiento que me asalta cada vez que asisto a un gran partido de Nadal. Llegado el momento y al rato de iniciarse el juego, casi siempre pienso que el otro es mejor, que sus golpes son m¨¢s largos y mort¨ªferos, que su rev¨¦s hace m¨¢s da?o y que su servicio no digamos... En cada caso percibo que Nadal tiene, adem¨¢s de un partido por jugar, un problema por resolver. Como si antes de derrotar al adversario tuviera que vencer su propia debilidad (el saque, la volea, los dolores cr¨®nicos...). El resultado es que cada partido de Nadal incluye, a mi modo de ver, un ejercicio de superaci¨®n. Sus encuentros no est¨¢n planteados desde la superioridad t¨¦cnica (como hace Federer), sino desde el asalto salvaje, desde la inferioridad rebelde. De ah¨ª que la ¨¦pica sea consustancial a sus victorias, porque en esta historia David siempre mata a Goliat. Al margen de la victoria, el placer es observar c¨®mo Nadal tuerce, en cada torneo, el destino que parec¨ªa contrario. Hay una lecci¨®n moral en eso, un mensaje que cala r¨¢pido y que le distingue de otros tenistas, de otras personas. No dar una bola por perdida es un buen consejo para transitar por la vida. Sospecho que por eso nos gusta tanto Nadal. Porque en cada partido nos recuerda el camino".
?Qu¨¦ bueno que es Trueba! Da en el clavo. Y sospecho que, como en mi caso, fue aquella final de 2008 contra Federer en Wimbledon la que le ilumin¨®. Fuera del Antiguo Testamento, esa metaf¨®rica rivalidad entre David y Goliat pocas veces se habr¨¢ visto en dimensi¨®n m¨¢s ¨¦pica, al menos en el terreno deportivo, que en ese partido, la columna vertebral narrativa del libro que he hecho con Rafael Nadal. Lo vimos todo juntos en v¨ªdeo y ¨¦l me cont¨®, casi punto por punto, lo que pasaba por su cabeza en cada momento, tanto a nivel emocional como a nivel anal¨ªtico y racional. Fue fascinante poder casi vivirlo como lo vivi¨® ¨¦l. Tambi¨¦n lo fue o¨ªrle relatar c¨®mo se prepar¨® para aquel partido; su "ritual", como ¨¦l lo llama; su preparaci¨®n mental, su extraordinario poder de concentraci¨®n, la especie de autohipnosis en la que intenta sumergir sus debilidades e inseguridades humanas con el prop¨®sito, que ¨¦l mismo reconoce como imposible, de convertirse en una m¨¢quina de tenis, en un robot gladiador.
El libro arranca con Nadal relatando en primera persona sus sensaciones -lo que ve, lo que oye, lo que siente, lo que piensa- en los momentos de m¨¢xima tensi¨®n antes del inicio de la final de Wimbledon de 2008 contra Roger Federer.
EL SILENCIO DE LA CENTRE COURT
Lo que llama la atenci¨®n cuando juegas en la pista central de Wimbledon es el silencio. Botas la pelota contra el c¨¦sped y no se oye ning¨²n sonido; la lanzas al aire para sacar; la golpeas y escuchas el eco del golpe. Y despu¨¦s de eso, el eco de cada golpe posterior, los tuyos y los del contrario. Clac... clac, clac clac. La hierba bien cortada, la historia del lugar, la solera del estadio, el uniforme blanco de los jugadores, la multitud respetuosamente callada, la venerable tradici¨®n -no hay a la vista ni una sola valla publicitaria-, todo se combina para encerrarte y aislarte del mundo exterior. Esta sensaci¨®n me viene bien; ese silencio de catedral que reina en la Centre Court le conviene a mi juego. Porque en un partido de tenis, la batalla m¨¢s encarnizada que libro es con las voces que resuenan dentro de mi cabeza: quieres silenciarlo todo dentro de la mente, eliminarlo todo menos la competici¨®n, quieres concentrar cada ¨¢tomo de tu ser en el punto que est¨¢s jugando. Si he cometido un error en el punto anterior, lo olvido; si se insin¨²a en el fondo de mi cabeza la idea de la victoria, la reprimo.
El silencio de la Centre Court se rompe cuando termina la lucha por el punto. Si ha sido un buen punto -los espectadores de Wimbledon conocen la diferencia-, estalla el clamor: aplausos, v¨ªtores, gente que grita tu nombre. Lo oigo, pero como si viniera de un lugar lejano. No soy consciente de que hay quince mil personas a la expectativa en el recinto, siguiendo con la mirada cada movimiento m¨ªo y de mi rival. Estoy tan concentrado que no me entero para nada -no como ahora, cuando recuerdo la final de 2008 contra Roger Federer, el partido m¨¢s grande de mi vida- de que hay millones de personas de todo el mundo mir¨¢ndome.
Siempre hab¨ªa so?ado con jugar en Wimbledon. Mi t¨ªo Toni, que ha sido mi entrenador de toda la vida, me dec¨ªa ya desde el principio que era la competici¨®n m¨¢s importante de todas. Cuando ten¨ªa 14 a?os, mis amigos y yo compart¨ªamos la fantas¨ªa de que un d¨ªa jugar¨ªa aqu¨ª y ganar¨ªa. Sin embargo, hasta este momento hab¨ªa jugado y perdido en dos ocasiones, las dos ante Federer, en la final de 2006 y en la de 2007. La derrota de 2006 no fue tan dura. Aquella vez sal¨ª a la pista con una sensaci¨®n de gratitud y cierta sorpresa por haber llegado tan lejos, ya que acababa de cumplir 20 a?os. Federer me venci¨® con mucha facilidad, m¨¢s que si me hubiera enfrentado a ¨¦l con mayor fe. Pero la derrota de 2007, en cinco sets, me dej¨® totalmente hundido. Sab¨ªa que hab¨ªa podido hacerlo mejor, que lo que hab¨ªa fallado no hab¨ªa sido mi habilidad ni la calidad de mi juego, sino mi cabeza. Y llor¨¦ tras la derrota. Llor¨¦ sin cesar durante media hora en el vestuario. L¨¢grimas de decepci¨®n y autorreproche. Perder siempre duele, pero duele mucho m¨¢s cuando sabes que ten¨ªas posibilidades y las has desaprovechado. Federer me hab¨ªa vencido, pero tambi¨¦n yo, en no menor medida, me hab¨ªa derrotado a m¨ª mismo; me hab¨ªa defraudado y no lo soportaba. Hab¨ªa flaqueado mentalmente, me hab¨ªa permitido distraerme; me hab¨ªa apartado de mi plan de juego. Qu¨¦ est¨²pido, qu¨¦ innecesario. Era m¨¢s que evidente que hab¨ªa hecho precisamente lo que no hay que hacer en un partido importante.
Mi t¨ªo Toni, el preparador de tenis m¨¢s inflexible que existe, es por lo general la ¨²ltima persona del mundo en ofrecerme consuelo; me critica incluso cuando gano. Pero aquella vez me vio tan hundido, tan por los suelos, que olvid¨® su antigua costumbre y me dijo que no hab¨ªa motivos para llorar, que habr¨ªa m¨¢s Wimbledons y m¨¢s finales de Wimbledon. Le contest¨¦ que ¨¦l no lo entend¨ªa, que probablemente no volver¨ªa a aquel recinto, que se me hab¨ªa escapado la ¨²ltima oportunidad de ganar. Soy muy consciente de lo breve que es la vida de un deportista profesional y no aguanto la idea de desperdiciar una ocasi¨®n que a lo mejor no vuelve a presentarse nunca m¨¢s. S¨¦ que cuando mi carrera acabe no ser¨¦ un hombre feliz y quiero aprovecharla al m¨¢ximo mientras dure. Cada momento cuenta, por eso me entreno siempre con tanto rigor, pero hay momentos que cuentan m¨¢s que otros y en 2007 hab¨ªa dejado pasar uno de los m¨¢s importantes. Hab¨ªa dejado escapar una oportunidad que tal vez no volviese a tener en la vida; habr¨ªan bastado dos o tres puntos aqu¨ª o all¨ª, un poco m¨¢s de concentraci¨®n. Porque en el tenis la victoria depende del m¨¢s estrecho margen. Yo hab¨ªa perdido el quinto y ¨²ltimo set por 6-2 frente a Federer, pero si hubiera tenido un poco m¨¢s de lucidez cuando ¨ªbamos 4-2 o incluso 5-2; si hubiera aprovechado las cuatro ocasiones de romperle el servicio que se me hab¨ªan presentado al principio del set (en vez de quedarme paralizado, como me ocurri¨®), o si hubiera jugado como si estuvi¨¦ramos en el primer set y no en el ¨²ltimo, habr¨ªa podido ganar.
Nada pod¨ªa hacer Toni para aliviar mi angustia, aunque al final result¨® que ten¨ªa raz¨®n. Lleg¨® otra oportunidad y un a?o despu¨¦s volv¨ªa a pisar la hierba de la misma pista. Hab¨ªa aprendido la lecci¨®n de la derrota de hac¨ªa doce meses y ten¨ªa claro que no me iba a fallar la concentraci¨®n; me podr¨ªa fallar cualquier otra cosa, pero la cabeza no. La mejor se?al de que la ten¨ªa en su sitio era la convicci¨®n de que, por muy nervioso que me pusiera, al final ganar¨ªa (...).
A la una en punto, una hora antes de la se?alada para el comienzo del partido, volvimos al vestuario. Algo curioso que tiene el tenis es que incluso cuando se celebra un torneo importante se comparte el vestuario con el rival. Cuando volv¨ª del comedor, Federer ya estaba all¨ª, sentado en el banco de madera que siempre ocupa. Estamos acostumbrados a esta particularidad y no hubo incomodidad por ninguna parte, al menos no en mi caso. Un rato despu¨¦s estar¨ªamos haciendo todo lo posible por machacarnos en el encuentro m¨¢s importante del a?o, pero ¨¦ramos amigos adem¨¢s de rivales. Otros rivales deportivos pueden odiarse a muerte fuera de la pista; nosotros no. Nos caemos bien. Cuando empiece el partido, o cuando falte muy poco para el inicio, dejaremos a un lado la amistad. No es nada personal. Yo lo hago con todos los que me rodean, incluso con mi familia. Cuando un partido est¨¢ en juego, soy otra persona. Me esfuerzo por convertirme en una m¨¢quina del tenis, aunque en ¨²ltima instancia es un empe?o imposible. No soy un robot; la perfecci¨®n en el tenis es imposible, y el desaf¨ªo consiste en escalar la cumbre de las propias posibilidades. Durante un partido estamos en lucha permanente por mantener a raya las debilidades de la vida cotidiana, por contener las emociones humanas. Cuanto m¨¢s contenidas est¨¦n, m¨¢s posibilidades de ganar habr¨¢, a condici¨®n de que se haya entrenado con el m¨¢ximo rigor y el talento de nuestro rival no sea muy superior al propio. Exist¨ªa cierta diferencia entre el talento de Federer y el m¨ªo, pero no era imposiblemente amplia. Era lo suficientemente estrecha y, aunque ¨¦l jugara mejor sobre hierba, su superficie predilecta, si yo sab¨ªa acallar las dudas y temores que ten¨ªa dentro de mi cabeza, as¨ª como mis expectativas exageradas, y lo hac¨ªa mejor que ¨¦l, entonces pod¨ªa ganarle. Hay que encerrarse tras una armadura protectora, convertirse en un guerrero sin emociones. Es una especie de autosugesti¨®n, un juego al que juega uno solo, con seriedad absoluta, para disimular las propias debilidades ante uno mismo y ante el rival.
Bromear o charlar de f¨²tbol con Federer en el vestuario, como habr¨ªamos hecho antes de un partido de exhibici¨®n, habr¨ªa sido una jugada que el otro habr¨ªa detectado enseguida e interpretado como un signo de temor. Lejos de ello, tuvimos el detalle de ser sinceros. Nos dimos la mano, nos saludamos con la cabeza, nos sonre¨ªmos ligeramente y nos dirigimos a las respectivas taquillas, separadas quiz¨¢ unos diez pasos, y desde ese momento nos comportamos como si el otro no estuviera all¨ª. No es que necesitara fingirlo: yo estaba en aquel vestuario y no estaba. Me hab¨ªa retirado a un lugar profundo de mi ser, y mis movimientos eran cada vez m¨¢s programados, m¨¢s autom¨¢ticos.
Cuarenta y cinco minutos antes de la hora oficial del comienzo me di una ducha de agua fr¨ªa. De agua helada. Lo hago antes de cada encuentro. Es el punto anterior al punto de inflexi¨®n; el primer paso de la ¨²ltima fase de lo que yo llamo el ritual anterior al juego. Bajo el agua fr¨ªa entro en un espacio distinto en el que siento crecer mi fuerza y mi resistencia. Cuando salgo soy otro. Me siento activado. Estoy "en estado de flujo", o "de fluir", como los psic¨®logos deportivos llaman al estado de concentraci¨®n y alerta en el que el cuerpo se mueve por puro instinto, como un pez en un r¨ªo. En ese estado no existe nada m¨¢s que la batalla que nos espera.
Y menos mal, porque lo siguiente que me tocaba hacer era algo que en circunstancias normales no aceptar¨ªa con calma. Baj¨¦ al botiqu¨ªn para que mi m¨¦dico de siempre, ?ngel Ruiz Cotorro, me pusiera una inyecci¨®n calmante en la planta del pie izquierdo. Desde la tercera ronda me hab¨ªa salido una ampolla y una hinchaz¨®n alrededor de un hueso del metatarso. Ten¨ªan que dormirme esa zona, de lo contrario no podr¨ªa jugar, pues el dolor hubiera sido excesivo.
Luego volv¨ª al vestuario y reanud¨¦ mi ritual. Me puse los cascos para escuchar m¨²sica. Eso es algo que me agudiza la sensaci¨®n de "fluir", me a¨ªsla a¨²n m¨¢s de mi entorno. Tit¨ªn me vend¨® el pie izquierdo. Mientras lo hac¨ªa, puse los grips, las cintas adhesivas, a las empu?aduras de las raquetas, a las seis con que salgo a la pista. Siempre lo hago. Vienen con una cinta previa de color negro; yo pongo una cinta blanca encima de la negra, le doy vueltas y m¨¢s vueltas en sentido diagonal. No necesito pensar en lo que hago, simplemente lo hago. Como si estuviera en trance.
Luego me tiendo en la camilla de masaje y Tit¨ªn me pone un par de vendas en las piernas, por debajo de las rodillas. Ah¨ª tambi¨¦n me duele y las vendas impiden las irritaciones y calman el dolor si aparece.
Hacer deporte es saludable para las personas normales, pero el deporte a nivel profesional no es bueno para la salud. Hace que tu cuerpo alcance l¨ªmites para los que los seres humanos no est¨¢n, de forma natural, preparados. Ese es el motivo por el que casi todos los grandes deportistas profesionales sufren lesiones que en ocasiones acaban con su carrera. En mi trayectoria hubo un momento en que me pregunt¨¦ seriamente si iba a ser capaz de seguir compitiendo al m¨¢ximo nivel. La mayor parte del tiempo siento dolor cuando juego, pero creo que eso les ocurre a todos los que se dedican a los deportes de ¨¦lite. A todos menos a Federer. Yo he tenido que esforzarme para acostumbrarme al dolor, para soportar la tensi¨®n muscular de car¨¢cter repetitivo que impone el tenis, pero ¨¦l parece haber nacido para jugar al tenis. Su anatom¨ªa y su fisiolog¨ªa -su ADN- parecen estar totalmente adaptadas al deporte, lo vuelven inmune a las lesiones que los dem¨¢s mortales estamos condenados a padecer. Me han contado que no entrena con la misma dureza que yo. No s¨¦ si ser¨¢ cierto, pero no me extra?ar¨ªa. Tambi¨¦n en otros deportes se dan otros benditos fen¨®menos de la naturaleza. Al resto de los mortales nos toca aprender a vivir con dolor y a estar alejados del deporte durante largas temporadas, porque un pie, un hombro o una pierna han lanzado un grito de alarma al cerebro, exigi¨¦ndole que pare. Por eso es necesario que me venden tanto antes de un partido, y por eso es tambi¨¦n una parte tan importante de mis preparativos.
Cuando Tit¨ªn acaba con mis rodillas, me levanto, me visto, me acerco al lavabo y me mojo el pelo con agua. Luego me pongo el pa?uelo en la frente. Es otro movimiento que no requiere ninguna clase de reflexi¨®n, pero que realizo despacio y con cuidado, hasta que me lo ato detr¨¢s de la cabeza con fuerza, lentamente. Hay una finalidad pr¨¢ctica en esto: impedir que el pelo me caiga sobre los ojos. Pero adem¨¢s es otro momento del ritual, otro momento de inflexi¨®n decisivo, como la ducha fr¨ªa, para que se agudice mi conciencia de que pronto me lanzar¨¦ a la batalla.
Ya casi era la hora de salir a la pista. La adrenalina que hab¨ªa estado segregando todo el d¨ªa inundaba mi sistema nervioso. Respiraba con fuerza, para liberar energ¨ªa, aunque a¨²n ten¨ªa que permanecer inm¨®vil otro rato mientras Tit¨ªn me vendaba los dedos de la mano izquierda, la mano con la que juego; sus movimientos eran tan mec¨¢nicos y silenciosos como los m¨ªos cuando refuerzo la empu?adura de las raquetas. No hay nada est¨¦tico en esto. Sin las vendas, la piel de los dedos se me cortar¨ªa y desgarrar¨ªa durante el juego.
Me puse de pie y realic¨¦ una serie de ejercicios violentos para activar mi explosividad, como dice Tit¨ªn. Toni estaba mir¨¢ndome, sin hablar apenas. No s¨¦ si tambi¨¦n Federer me miraba. Solo s¨¦ que antes de un partido no est¨¢ tan atareado como yo en el vestuario. Yo saltaba, corr¨ªa sprints de un extremo a otro del reducido espacio, de no m¨¢s de seis metros. Me deten¨ªa en seco, giraba la cabeza y las mu?ecas, hac¨ªa torsiones con los hombros, me agachaba, flexionaba las rodillas. Luego m¨¢s saltos, m¨¢s minisprints, como si estuviera solo, en el gimnasio de mi casa. Siempre con los cascos puestos, con la m¨²sica bombarde¨¢ndome la cabeza. Me fui a hacer pis (poco antes de un partido hago pis muchas veces, son reacciones nerviosas, a veces cinco o seis en esa hora final). Cuando volv¨ª, me puse a girar los brazos en sentido vertical, para adelante y para atr¨¢s, con fuerza.
Toni me hizo una se?al y me quit¨¦ los cascos. Dijo que se hab¨ªa producido un retraso por culpa de la lluvia, pero que pensaban que no ser¨ªan m¨¢s de quince minutos. No me inmut¨¦. Estaba preparado para aquello. La lluvia afectar¨ªa a Federer igual que a m¨ª. No romper¨ªa el equilibrio. Me sent¨¦ y comprob¨¦ las raquetas, su peso, su estabilidad; me sub¨ª los calcetines, procurando que los dos estuvieran a la misma altura de la pierna. Toni se acerc¨® a m¨ª.
"No pierdas de vista el plan de juego", me record¨®. "Haz lo que tienes que hacer".
Yo escuchaba y no escuchaba. En esos momentos s¨¦ lo que tengo que hacer. Mi concentraci¨®n es buena. Mi aguante tambi¨¦n. Aguantar: he ah¨ª la clave. Aguantar f¨ªsicamente, no rendirme en ning¨²n momento, afrontar todo lo que me salga al paso, no permitir que lo bueno ni lo malo -ni los golpes maestros ni los golpes flojos, ni la buena ni la mala suerte- me desv¨ªen de mi camino. Tengo que estar centrado, sin distracciones, hacer lo que tengo que hacer en cada momento. Si tengo que golpear la pelota 20 veces al rev¨¦s de Federer, lo har¨¦ 20 veces, no 19. Si para encontrar la ocasi¨®n propicia tengo que prolongar el peloteo a 10 golpes, a 12 o a 15, lo prolongar¨¦. Hay momentos en que aparece la ocasi¨®n de conectar una derecha ganadora, pero tienes el 70% de probabilidades de que salga bien; esperas otros cinco golpes y entonces las probabilidades aumentan al 85%. Hay que estar alerta, ser paciente, no precipitarse.
Si subo a la red, es para lanz¨¢rsela a su rev¨¦s, no a su derecha, que es su golpe m¨¢s fuerte. Pierdes la concentraci¨®n, por ejemplo, cuando vas a la red para envi¨¢rsela a su derecha o cuando en un servicio olvidas que tienes que sacar buscando el rev¨¦s del rival -siempre para forzar su rev¨¦s-, o cuando vas en busca del golpe ganador cuando no toca. Estar concentrado significa hacer en todo momento lo que sabes que tienes que hacer, no cambiar nunca tu plan, a menos que las circunstancias del peloteo o del juego cambien de un modo tan excepcional que justifiquen la aparici¨®n de una sorpresa. Pero en t¨¦rminos generales significa disciplina, significa contenerte cuando surge la tentaci¨®n de jug¨¢rtela. Luchar contra esa tentaci¨®n significa tener la impaciencia o la frustraci¨®n bajo control.
Aun en el caso de que parezca que hay una oportunidad para presionar y hacerte con la iniciativa, hay que darle a la bola buscando el rev¨¦s del contrario, porque a la larga, en el curso de todo el juego, es lo m¨¢s prudente y lo que da mejores resultados. Ese es el plan. No es complicado. Ni siquiera puede llamarse t¨¢ctica porque es muy sencillo. Yo he de jugar el golpe que me resulte m¨¢s f¨¢cil y el que m¨¢s le cueste al otro, o sea, mi golpe de derecha con la zurda contra su rev¨¦s. Es cuesti¨®n de ce?irse a eso. Hay que presionar a Federer sin pausa para que devuelva de rev¨¦s, obligarlo a que juegue bolas altas, lanzarle la bola a la altura del cuello, someterlo a constante presi¨®n, agotarlo. Abrir grietas en su juego y en su moral. Contrariarlo, empujarlo a la desesperaci¨®n, si puedes. Y cuando le pega bien a la bola, lo que es muy probable que suceda, puesto que no puedes estar poni¨¦ndolo en problemas todo el tiempo, neutraliza cualquier intento suyo de golpe ganador, devu¨¦lvele la bola en profundidad, hazle sentir que tiene que ganar el punto dos, tres, cuatro veces para conseguir el 15-0.
En esto es en lo ¨²nico que pensaba, en el caso de que pensara en algo mientras estaba all¨ª sentado, jugando nerviosamente con las raquetas, estir¨¢ndome los calcetines, ajust¨¢ndome las vendas de los dedos, con la cabeza llena de m¨²sica, en espera de que escampara. Hasta que vino un se?or vestido con blazer y nos dijo que ya era la hora. Me puse en pie de un salto, sacud¨ª los hombros, gir¨¦ la cabeza a un lado y a otro, e hice otro par de carrerillas por el vestuario.
Se supon¨ªa que ahora ten¨ªa que entregar mi bolsa a un asistente de pista para que me la llevara a la silla. Forma parte del protocolo de Wimbledon el d¨ªa de la final. No se hace en ning¨²n otro sitio y no me gusta, rompe con mi rutina. Le tend¨ª la bolsa, pero me qued¨¦ una raqueta. Sal¨ª del vestuario el primero, apretando la raqueta con fuerza, pas¨¦ por pasillos decorados con fotos de los campeones de torneos anteriores y con trofeos expuestos en vitrinas, baj¨¦ unos pelda?os, dobl¨¦ a la izquierda y sal¨ª al aire fresco del julio ingl¨¦s y al verde m¨¢gico de la Centre Court.
Me sent¨¦, me quit¨¦ la chaqueta del ch¨¢ndal y tom¨¦ un sorbo de agua de una botella. Luego, otro de otra botella.
Repito siempre estos movimientos antes de que d¨¦ comienzo el partido y en cada descanso entre juego y juego, hasta que el encuentro finaliza. Un sorbo de una botella, otro sorbo de otra. Luego dejo las dos botellas a mis pies, delante de la silla, a mi izquierda, una detr¨¢s de la otra, en sentido oblicuo al lateral de la pista. Algunos lo llamar¨ªan superstici¨®n, pero no lo es. Si fuera superstici¨®n, ?c¨®mo se explica que haga siempre exactamente lo mismo, gane o pierda? Es una forma de situarme yo en el partido, de poner orden en mi entorno para que se corresponda con el orden que busco en mi cabeza.
Federer y el juez de silla estaban al pie de la silla del juez, esperando para el lanzamiento de la moneda. Me levant¨¦ de un salto, me acerqu¨¦ a la red y me qued¨¦ en el lado opuesto al de Federer. Me puse a saltar. Federer estaba quieto, siempre relajado, mucho m¨¢s que yo, al menos en apariencia.
La ¨²ltima parte del ritual, tan importante como los preparativos anteriores, consist¨ªa en recorrer con la vista las gradas del estadio y buscar a los miembros de mi familia entre el gent¨ªo que atestaba la pista central, para situarlos en las coordenadas que yo hab¨ªa trazado en mi cabeza. En la otra punta del grader¨ªo, a mi izquierda, estaban mi padre, mi madre y mi t¨ªo Toni; detr¨¢s de mi hombro derecho, en diagonal con los primeros, se encontraban mi hermana, tres abuelos, mi padrino y mi madrina, que son tambi¨¦n t¨ªos m¨ªos, y otro t¨ªo. No dejo que interfieran en mis pensamientos durante un partido -ni siquiera me permito sonre¨ªr durante el juego-, pero saber que est¨¢n all¨ª, como siempre, me proporciona la paz en que se apoya mi ¨¦xito como jugador. Cuando juego, levanto una muralla a mi alrededor, pero mi familia es el cemento que consolida la muralla.
Tambi¨¦n busco entre el gent¨ªo a los miembros de mi equipo, a los profesionales que empleo, grandes amigos todos. Al lado de mis padres y de Toni estaba Carlos Costa, mi agente; Benito P¨¦rez-Barbadillo, mi jefe de prensa; Jordi Robert, a quien llamo Tuts, que es quien gestiona mis contratos con Nike; y Tit¨ªn, que es como un hermano para m¨ª y quien m¨¢s me conoce. Tambi¨¦n ve¨ªa, mentalmente al menos, a mi abuelo paterno y a mi novia, Mar¨ªa Francisca -a quien llamo Mary aunque su nombre lo pronuncio "Meri"-, que me estar¨ªan viendo por la televisi¨®n all¨¢ en Manacor, y a otros dos miembros del equipo que tampoco estaban presentes, pero que no por eso eran menos responsables de mis triunfos: Francis Roig, mi segundo entrenador, un conocedor del tenis tan astuto como Toni pero m¨¢s relajado, y mi brillante preparador f¨ªsico, Joan Forcades, que, al igual que Tit¨ªn, trabaja mi mente tanto como mi cuerpo.
La familia inmediata, la familia extensa y el equipo profesional (que tambi¨¦n es mi familia) forman tres c¨ªrculos conc¨¦ntricos alrededor de m¨ª. No solo me arropan y protegen del peligroso bullicio que distrae y que siempre viene con el dinero y la fama; entre todos crean el entorno de afecto y confianza que necesito para que florezca mi talento. Cada uno complementa a los dem¨¢s y todos desempe?an un papel fundamental a la hora de fortalecer mis puntos d¨¦biles y de hacer que supere mis puntos fuertes. Imaginar que hubiera podido tener tanta suerte y tanto ¨¦xito sin ellos me resulta imposible.
Se lanz¨® la moneda y gan¨® Federer. Eligi¨® sacar. No me import¨®. Me gusta que mi rival saque al comienzo del partido. Si estoy bien de cabeza, si a ¨¦l le asaltan los nervios, s¨¦ que tengo una buena oportunidad de romperle el servicio. Me crezco con la presi¨®n. No me hundo; me vuelvo m¨¢s fuerte. Cuanto m¨¢s cerca estoy del precipicio, m¨¢s exaltado me siento. Naturalmente, me pongo nervioso y, por supuesto, la adrenalina fluye y la sangre me corre a tanta velocidad que la siento desde las sienes hasta los dedos de los pies. Es un estado extremo de alerta f¨ªsica, aunque controlable. Y lo control¨¦. La adrenalina derrot¨® a los nervios. Mis piernas no cedieron. Las sent¨ªa fuertes, dispuestas a correr todo el d¨ªa. Echaba humo. Estaba encerrado en mi solitario mundo, pero jam¨¢s me hab¨ªa sentido m¨¢s vivo.
Ocupamos nuestros puestos en la l¨ªnea de fondo de la pista y empezamos a calentar. Nuevamente el retumbante silencio: clac... clac, clac... clac. En alg¨²n rinc¨®n de mi mente not¨¦, no por primera vez, la fluidez y agilidad de los movimientos de Roger, su naturalidad. Yo soy m¨¢s bien un luchador. Soy m¨¢s defensivo, m¨¢s recuperador, siempre voy a tope. S¨¦ que esa es mi imagen. Me he visto de sobra en los v¨ªdeos. Y es un reflejo fiel de c¨®mo he jugado la mayor parte de mi carrera, sobre todo cuando me he enfrentado con Federer. Pero segu¨ªa teniendo buenas sensaciones. Mis preparativos hab¨ªan funcionado. Las emociones que suelen atacarme y que me habr¨ªan dominado si no hubiera llevado a cabo el ritual, si no me hubiera mentalizado ya por sistema para tener a raya el miedo que generalmente produce la Centre Court, estaban bajo control, aunque no hab¨ªan desaparecido por completo. La muralla que hab¨ªa levantado a mi alrededor conservaba su solidez y su altura. Hab¨ªa conseguido el equilibrio justo entre la tensi¨®n y el dominio, entre el nerviosismo y la convicci¨®n de que pod¨ªa ganar. Golpeaba las bolas con fuerza y punter¨ªa: los rebotes, las voleas, los remates y los saques con que cerramos la sesi¨®n de peloteo previo a que comenzase la verdadera batalla. Volv¨ª a mi silla, me sequ¨¦ los brazos, la cara, di un par de sorbos m¨¢s a las dos botellas de agua. Me vino al recuerdo una imagen de la final del a?o anterior, de aquel mismo momento, antes de que comenzase el partido. Me dije una vez m¨¢s que estaba preparado para afrontar cualquier problema que se presentara y para resolverlo. Porque ganar este partido era el sue?o de mi vida, nunca hab¨ªa estado tan cerca de realizarlo y pod¨ªa ocurrir que no volviera a tener esa oportunidad. Pod¨ªa fallarme cualquier otra cosa, la rodilla o el pie, el rev¨¦s o el saque, pero la cabeza no. Puede que sintiera miedo, que en alg¨²n momento me pudieran los nervios; pero, a la larga, la cabeza no iba a traicionarme esta vez.
'Rafa. Mi historia', por Rafael Nadal y John Carlin, publicado por Indicios (Ediciones Urano), sale a la venta el pr¨®ximo 21 de octubre. La traducci¨®n es de Antonio Prometeo-Moya.
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