'Mylfs' y 'cougars'
O¨ª por primera vez la palabra mylf en labios del hijo de una querida amiga, atractiva viuda pr¨®xima a cumplir los 60 que ha llenado su vida de est¨ªmulos intelectuales y cuidados corporales. La escena suced¨ªa en la cocina de un piso de Par¨ªs, aun no siendo ninguno de los presentes estrictamente franc¨¦s; el hijo, un estudiante de periodismo, nos hac¨ªa a mi amiga y a m¨ª la revelaci¨®n de que un compa?ero de similar edad a la suya (veintipocos) hab¨ªa pronunciado en voz baja ese acr¨®nimo de origen norteamericano al conocer a esta hermosa madre, una madre con la que uno querr¨ªa fornicar (mothers you'd like to fuck). El chico lo contaba en la cocina -donde hab¨ªa un perro muy atento a las incidencias de los humanos- sin sombra de reproche; m¨¢s bien con un asomo de vanidad filial.
Tambi¨¦n es integrismo considerar como un atropello criminal cualquier intercambio sexual negociado
Poco tiempo despu¨¦s alguien me inform¨® de la existencia de otro t¨¦rmino igualmente asociado a la mujer y a la sexualidad, cougar, que, menos expl¨ªcito que el primero, tal vez contenga una mezcla de prestigio y desdoro, ya que una cougar (puma en ingl¨¦s) es la mujer mayor que se tira -como las panteras se tiran en la maleza sobre su presa- a hombres mucho m¨¢s j¨®venes que ella. Entiendo que esta nomenclatura figurada, no siendo las actividades a las que se refiere totalmente novedosas, supone, en su creciente uso, un formidable avance: el reconocimiento de que, por perogrullesco que resulte lo que voy a decir, las mujeres tambi¨¦n pueden, como los hombres que gustan de hacer el amor con chicas que podr¨ªan ser amigas de sus hijas, sentir y cumplir sus deseos fuera del cauce marcado por la edad y las conveniencias sociales.
Nadie ignora, sin embargo, que la fenomenolog¨ªa del viejo verde ha sido, desde el tiempo de la comedia grecolatina, una fuente de bromas y burlas. El teatro, la ¨®pera, la poes¨ªa sat¨ªrica, el cine y en menor medida la novela seria han tomado con invariable frecuencia el prototipo del anciano rijoso que, tras mil a?agazas y estando por medio a menudo el monto de una herencia o una fortuna fabulosa, obtiene su castigo en el desenlace, quedando con el rabo entre las piernas, despose¨ªdo del dinero y viendo con rechinar de dientes c¨®mo las parejas adecuadamente j¨®venes triunfan en el amor, en el altar y en el aplauso de los espectadores. Tampoco me siento original (aunque ah¨ª sean muchos los discrepantes) al afirmar que una parte considerable del odio suscitado por DSK ten¨ªa que ver con el hecho de que el titular de este nombreacr¨®nimo es un viejo salido millonario.
Me asombra a¨²n hoy que, en esa cause c¨¦l¨¨bre, tanta y tan respetable opini¨®n p¨²blica y escrita aceptase de entrada, sin asomo de duda, la versi¨®n victimaria de la limpiadora guineana, neg¨¢ndose en todo momento a reconocer que Strauss-Kahn ha sido la ¨²nica v¨ªctima probada del caso, puesto que desde el primer instante de la sospecha fue detenido, sacado a la fuerza de un avi¨®n, esposado, maltratado, fotografiado en comisar¨ªa de frente y de perfil, encarcelado, despose¨ªdo de sus cargos p¨²blicos, eliminado de la carrera pol¨ªtica a la que leg¨ªtimamente aspiraba, y, siempre como figura de escarnio o desprecio, prejuzgado por el testimonio de una persona tan l¨¢bil y falible como cualquier otra y por la evidencia de unas manchas en el suelo alfombrado de un hotel de lujo. Que su riqueza y sobre todo la de su esposa Anne Sinclair le permitiera capear con comodidad ese c¨²mulo de desgracias, la mayor¨ªa de ellas irreversibles, no altera la condici¨®n de chivo (o macho cabr¨ªo) expiatorio de DSK. Respecto a la evidencia recogida en la suite neoyorquina del Sofitel, se supo despu¨¦s, demasiado tarde, que, si la mentirosa Nafissatou Diallo ment¨ªa tambi¨¦n en eso, los restos org¨¢nicos bien pod¨ªan deberse a una eyaculaci¨®n pactada por ambas partes.
El puritanismo, ajeno a la debida repugnancia que debe suscitar un intento de violaci¨®n en el que casi nadie cree hoy, tiene su abono en esas gotas de semen que un hombre indudablemente pri¨¢pico derram¨® en una alfombra. Tras pagar un dinero, con mucha probabilidad. Se une a ese primer puritanismo de base sobre la lubricidad del vejete, otro integrismo peor, cada vez m¨¢s manifiesto incluso en sociedades y Gobiernos progresistas, el sueco, el espa?ol de Zapatero: el de entender que todo tipo de intercambio sexual negociado es una forma de atropello criminal, no en los flagrantes casos de explotaci¨®n y trata de blancas (o negras), sino en aquellos en que las mujeres y hombres adultos que venden su cuerpo est¨¢n haciendo uso de una prerrogativa que no nos corresponde a los dem¨¢s, bajo ning¨²n concepto, prohibir, vilipendiar, y mucho menos condenar.
De las cosas dichas sobre el affaire DSK (algunas, he de confesar a t¨ªtulo personal, escritas por periodistas espa?olas que admiro profundamente y fueron muy decepcionantes para m¨ª) destaco las que profirieron dos mujeres francesas a ra¨ªz de la liberaci¨®n del antiguo director del Fondo Monetario Internacional. La primera, exministra y diputada comunista cuyo nombre no recuerdo, declar¨® que el sobreseimiento sin cargos del sumario abierto a DSK, y esto s¨ª lo cito literalmente, era "un d¨ªa triste para la justicia y para las mujeres", mientras que la segunda, ni m¨¢s ni menos que Martine Aubry, una de las candidatas socialistas a la presidencia de Francia, manifestaba compartir "la opini¨®n de muchas mujeres sobre el comportamiento de Strauss-Kahn".
Las mujeres, en efecto, han de hacer valer con todo el empuje del mundo sus opiniones y sus reclamaciones, sus indignaciones y el conseguimiento de sus derechos; en cualquier asunto -tambi¨¦n esto es evidente- exceptuando, me atrevo a se?alar, aquellos en los que el reprender o el dictaminar significa ponerse del lado del mismo poder que a ellas secularmente las ha postergado. La lucha femenina es desigual, y su dimensi¨®n distinta. En unos lugares las mujeres tienen a¨²n que bregar por lo b¨¢sico, por lo irrenunciable: no sufrir mutilaciones corporales, no verse obligadas a matrimonios ama?ados contra su voluntad, no someterse al arbitrio del tirano o del patriarca, poder conducir, cantar, pasar la noche solas en un hotel, llevar el pelo suelto sin constre?imiento, ba?arse en la playa como les plazca, casarse o tan solo vivir con el hombre al que aman. En otros, por suerte, han conseguido no ya m¨¢s conciencia sino el modo de expresarla, con una libertad gestual que los estamentos habitualmente sospechosos y muy en especial las iglesias, capitaneadas todas por hombres, tratan de recortar, empleando el mismo af¨¢n justiciero con el que tratan de imponer sus anatemas a ciudadanos y grupos minoritarios enfrentados al monopolio de la moral.
Esa libertad de la mujer, todav¨ªa vista con recelo o violentamente negada, incluye, por supuesto, las distintas formas de la voluptuosidad, una pasi¨®n que malamente admite preceptos, defini¨¦ndose al contrario por su licencia. La de amar o simplemente fornicar con hombres que podr¨ªan, por edad, ser sus hijos, sin que, al hacerlo a las claras, la maquinaria del humor rancio empiece a elaborar chistes hirientes contra las "viejas verdes".
Vicente Molina Foix es escritor.
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