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Reportaje:

China a la conquista del mundo

El cielo de Jartum (Sud¨¢n del Norte) se descompone en infinitas tonalidades de rojo y violeta cuando el veh¨ªculo avanza en direcci¨®n al Sur, destino a la granja de Fan Hui Fang. Retumban por toda la ciudad los ecos de los muecines llamando a la ¨²ltima oraci¨®n del d¨ªa, mientras el Toyota desvencijado de Awad serpentea por la avenida del Nilo, enclavada entre la orilla del r¨ªo y, del otro lado, los centros de poder de la Rep¨²blica Isl¨¢mica: edificios ministeriales, embajadas, el palacio presidencial y, sobre todo, la sede de la petrolera estatal china Sinopec, considerada por la ¨¦lite local como "la empresa m¨¢s poderosa del pa¨ªs".

En el extrarradio de una ciudad atestada con m¨¢s de cinco millones de habitantes, donde en vez de asfalto y edificios hay solo caminos de tierra y casas de adobe, Fan aparece sonriente para agasajarnos con hospitalidad china a la entrada de su peque?o imperio. En esta finca de cinco hect¨¢reas produce, cada a?o, 1.400 toneladas de verduras chinas que vende a las corporaciones asi¨¢ticas que emplean a miles de chinos en la construcci¨®n de presas sobre el Nilo o en la explotaci¨®n del petr¨®leo. "La idea surgi¨® mientras trabajaba como pe¨®n para Sinopec, en 2003", recuerda.

China va conquistando con silenciosa estrategia mercados y recursos
Con 110.000 millones en cr¨¦ditos, hoy es el mayor prestamista del mundo
El env¨ªo de cientos de miles de obreros chinos por todo el globo es una revoluci¨®n
En pa¨ªses como Laos, Siberia o Argentina, los fajos de yuanes son irresistibles
"Nos sacrificamos m¨¢s. Los occidentales invierten un d¨®lar y quieren ganar dos"
Excepto la tala, los chinos controlan ahora el negocio maderero en Rusia

La experiencia como agricultor en su Shandong natal y un agudo olfato para los negocios -rasgo t¨ªpico del pueblo chino- le sirvieron para identificar el nicho de mercado. En Sud¨¢n hay agua, abundante sol y buena tierra, y sus compatriotas suponen una demanda estable, razona. As¨ª que se lanz¨® a por ello. "Compr¨¦ la parcela e import¨¦ semillas. Hubo dos a?os malos por las plagas y el calor, pero ahora todo va bien. Tengo planes incluso para exportar", se?ala, ante la atenta mirada de su esposa e hija, compa?eras de viaje en su aventura desde el norte de China hasta Jartum.

Las mujeres disponen los preparativos para la cena de bienvenida y sobre una mesa redonda sirven las especialidades sichuanesas, mientras el humo del tabaco comienza a invadirlo todo. Las charlas pronto diluyen la suspicacia de los hu¨¦spedes, en especial la de dos cuadros medios de Sinopec que Fan ha invitado para departir con nosotros sobre la presencia china en el pa¨ªs. Un ¨²ltimo empuj¨®n lo acaba de poner todo en orden: Fan descorcha una botella de licor de arroz con sonrisa p¨ªcara, sabedor de que ese peque?o tesoro est¨¢ fuera de la ley en un pa¨ªs isl¨¢mico como Sud¨¢n. "?Cortes¨ªa de la Embajada china!", exclama, antes de dar inicio a una retah¨ªla de brindis que dan paso a las primeras confidencias de la noche.

"Estoy orgulloso de que China est¨¦ desarrollando Sud¨¢n. Si no estuvi¨¦ramos aqu¨ª, los sudaneses no tendr¨ªan futuro. No ten¨ªan nada hace ocho a?os. Ni carreteras, ni coches. China ha sido decisiva", arroja Fan, buscando la complicidad de Gong, uno de los representantes de la petrolera. Este recoge el guante: "Los sudaneses quer¨ªan desarrollarse y pidieron ayuda a los occidentales, pero se negaron. As¨ª que fuimos nosotros quienes se la dimos. Ahora los occidentales nos tienen envidia al ver los beneficios que estamos obteniendo", se?ala con el rostro todav¨ªa entumecido por el ¨²ltimo latigazo alcoh¨®lico. "Efectivamente, los americanos vinieron aqu¨ª a tirar bombas", apunta Fan, en referencia al ataque con misiles lanzado en 1998 por EE UU contra un laboratorio sudan¨¦s, "mientras nosotros, por el contrario, estamos aqu¨ª para construir carreteras y levantar edificios y hospitales. Hemos venido a traer la felicidad a los sudaneses".

La consultora Consultancy Africa Intelligence lo confirma: antes de la escisi¨®n del pa¨ªs en julio de este a?o, China (1.300 millones de habitantes) era el primer inversor en Sud¨¢n y compraba el 71% de las exportaciones del pa¨ªs africano. Es precisamente haciendo uso de esta silenciosa estrategia, diferenciada del estruendo del poder militar, como China est¨¢ conquistando mercados y accediendo a recursos naturales por todo el mundo en desarrollo. Se trata de una ofensiva que, en Sud¨¢n, ha convertido al gigante asi¨¢tico en el actor dominante de sectores como el del petr¨®leo o la construcci¨®n, al tiempo que se erige necesariamente en c¨®mplice del dictador Omar al Bashir. El vac¨ªo dejado por las desinversiones de las potencias occidentales en la d¨¦cada de los noventa, destinadas a aislar econ¨®micamente al brigadista y a su r¨¦gimen islamista, solo sirvi¨® para echar en brazos de Pek¨ªn a un pa¨ªs rico en recursos.

El empuje del gigante se deja sentir por igual en otros pa¨ªses de ?frica, Asia y Am¨¦rica Latina, donde es ya un socio ineludible. No solo porque abastecer de minerales, soja o madera al pa¨ªs m¨¢s poblado y con mayor ritmo de crecimiento del planeta supone para muchas naciones un ox¨ªgeno vital para su econom¨ªa, sino tambi¨¦n porque la profundidad de sus bolsillos constituye un comod¨ªn ganador en medio de la actual crisis global. De esta forma, sin apenas hacer ruido, China se ha convertido en el mayor prestamista del mundo al conceder 110.000 millones de d¨®lares en cr¨¦ditos entre 2009 y 2010, superando al Banco Mundial (seg¨²n una investigaci¨®n reciente de Financial Times). Sus empresas p¨²blicas, espoleadas con la financiaci¨®n casi ilimitada de sus bancos y con los "intereses nacionales" como principal leitmotiv, se erigen en punta de lanza de la conquista.

Lo comprobamos a lo largo y ancho de 25 pa¨ªses del mundo en desarrollo a los que viajamos durante los dos ¨²ltimos a?os para entender y describir c¨®mo China se est¨¢ convirtiendo en la potencia hegem¨®nica del siglo XXI. Un periplo de m¨¢s de 235.000 kil¨®metros que nos ha llevado a la remota Amazonia ecuatoriana, donde China construye una presa; a los bosques amenazados de Mozambique, o a las aldeas pesqueras del r¨ªo Mekong para entrevistar a los protagonistas y afectados por la expansi¨®n china. Este viaje al coraz¨®n del mundo chino nos ha hecho testigos de excepci¨®n de una ascensi¨®n, la china, que se intuye imparable y poderosa. Y temible. En nuestras retinas perdura a¨²n la imagen de un buzo peruano en las aguas de la playa de San Juan de Marcona con bloques de arena infectada con mineral de hierro en sus manos, a causa de la irresponsabilidad medioambiental de la minera china Shougang. O el torso sudoroso de Celso, un obrero mozambique?o que frunc¨ªa el rostro al explicar las condiciones laborales deplorables que le imponen a ¨¦l y a sus colegas las constructoras chinas en la excolonia portuguesa. La carga emocional ha sido siempre muy intensa, no solo por los m¨¢s de 500 personajes entrevistados, desde expresidentes hasta contrabandistas, sino tambi¨¦n por los peligros a los que nos hemos visto expuestos, cruzando 11 fronteras por tierra, recorriendo carreteras imposibles con cunetas flanqueadas de veh¨ªculos siniestrados o sufriendo el hostigamiento de alguna de las peores dictaduras del planeta.

Un esfuerzo necesario para observar y comprender el despliegue de tent¨¢culos que, acelerado por los estragos econ¨®micos en EE UU y Europa, est¨¢ permitiendo a China acaparar activos, garantizar el suministro futuro de materias primas y ganar influencia en lugares tan dispares como Kazajist¨¢n, Arabia Saud¨ª o Costa Rica. Las cifras son reveladoras: el centro de estudios The Heritage Foundation estima que China ha invertido o cerrado contratos por m¨¢s de 260.000 millones de d¨®lares en ?frica, Asia y Latinoam¨¦rica desde 2005 hasta junio de 2011. El gigante est¨¢ desanudando a golpe de chequera el statu quo heredado de la ¨¦poca colonial y del fin de la guerra fr¨ªa, con el objetivo de devolver al pa¨ªs el aura que ten¨ªa hasta el siglo XIX. Preludio, sin duda, del futuro abordaje a Occidente y, quiz¨¢, de su ascensi¨®n como potencia global.

Un ejemplo paradigm¨¢tico de todo ello acontece en los confines del desierto de Karakum, en territorio del rec¨®ndito Turkmenist¨¢n. Al norte del r¨ªo Amu Daria, frontera informal de esta antigua rep¨²blica sovi¨¦tica con Uzbekist¨¢n, en medio de un paisaje lunar de dunas y veranos con el term¨®metro anclado en los 60 grados, se alzan cuatro asentamientos de la estatal China National Petroleum Corporation (CNPC). All¨ª viven un millar de trabajadores chinos y un centenar de turkmenos que remachan, ataviados con monos naranja y a ritmo militar, la construcci¨®n de una tuber¨ªa de 7.000 kil¨®metros de longitud. Una lombriz met¨¢lica por cuyo vientre circula ya el gas que alimentar¨¢ durante al menos treinta a?os las cocinas de Shangh¨¢i y las acerer¨ªas de Cant¨®n.

Financiada por los mandarines, que han concedido al pa¨ªs m¨¢s de 8.000 millones de d¨®lares en cr¨¦ditos, la infraestructura escenifica la irrupci¨®n de China en un territorio -el centroasi¨¢tico- que ha sido zona de tradicional influencia de Mosc¨². Hasta ayer, claro, porque el nuevo gasoducto elimina la dependencia hist¨®rica que Turkmenist¨¢n ten¨ªa respecto a la red de distribuci¨®n rusa para poder exportar gas. Los acuerdos de suministro se han triplicado en apenas dos a?os y para 2015 China recibir¨¢ 60.000 millones de metros c¨²bicos de gas, el equivalente a tres veces el consumo actual de Brasil.

En los centros de poder chinos poco importan las excentricidades de un r¨¦gimen que, como el turkmeno, pugna seriamente con Corea del Norte por el t¨ªtulo de dictadura m¨¢s extravagante del planeta. En la capital china no interesan sus ¨ªndices de desempleo superiores al 60%, la construcci¨®n de edificios de m¨¢rmol italiano ni las estatuas doradas por la gloria del mandatario que proliferan por toda la naci¨®n a golpe de decreto presidencial. Menos a¨²n preocupa ad¨®nde van a parar los miles de millones de d¨®lares procedentes de la venta de gas en un pa¨ªs que la organizaci¨®n Transparency International sit¨²a como el sexto m¨¢s corrupto del mundo en una lista de 178. En Pek¨ªn, solo el hidrocarburo cuenta.

El rostro humano de la expansi¨®n china lo aportan obreros que, como Lei Hong, llevan tres a?os soportando estoicamente el sopor del desierto y las duras condiciones impuestas, a partes iguales, por la climatolog¨ªa y el r¨¦gimen del presidente turkmeno, Gurbanguly Berdymujamedov. "Se ha instaurado un toque de queda nocturno para los chinos y todos tienen que dormir en el campamento. Las autoridades han reaccionado al nacimiento de beb¨¦s con rasgos chinos en Farab [la ciudad m¨¢s cercana, a medio centenar de kil¨®metros] prohibiendo el contacto sexual entre locales y chinos", comenta Anatoly, nombre ficticio de un empleado turkmeno de CNPC que aporta su testimonio a condici¨®n del anonimato. Lei acepta esta vida de confinamiento y sacrificios a cambio de triplicar su sueldo, unos mil d¨®lares mensuales. "Quiero una vida mejor para mi hijo", explica este hombre menudo, mientras juguetea dando saltos sobre la l¨ªnea fosforito que cerca el campamento. "Es un repelente para serpientes. Se cuelan por la noche en las habitaciones y ya han mordido a dos compa?eros".

Para un pueblo cuya historia ha estado marcada por la aversi¨®n del Estado al contacto con el extranjero, el env¨ªo de cientos de miles de obreros chinos por todo el globo es una revoluci¨®n. La protagonizan los mismos h¨¦roes que acicalaron, con enormes sacrificios, los cimientos de la nueva China: los trabajadores migrantes (mingongs, en mandar¨ªn). Sacaron al pa¨ªs de la ruina del mao¨ªsmo con sus jornadas eternas en f¨¢bricas terribles a cambio de sueldos grotescos; ahora devuelven el halo internacional a su naci¨®n construyendo carreteras, iglesias y estadios de f¨²tbol en Ir¨¢n o la Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo. Solo en ?frica, las cifras oficiales -nada fiables, por debajo de lo real- hablan de 750.000 chinos residentes.

Esa cantera inagotable de mano de obra permite a Pek¨ªn ofrecer un tentador paquete como moneda de cambio para la extracci¨®n de recursos. El nuevo Mes¨ªas pone encima de la mesa financiaci¨®n blanda, tecnolog¨ªa y capital humano para erigir infraestructuras m¨¢s r¨¢pido y barato que nadie. Para acceder a estos proyectos llave en mano, el pa¨ªs receptor solo tiene que ceder sus minas a¨²n por explotar o abrir el grifo que haga fluir el oro negro que alberga el subsuelo. La ret¨®rica oficial china lo etiqueta como un trueque win-win (ganador-ganador), pero sus detractores lo tildan de neocolonialismo, por el expolio de los recursos sin crear valor a?adido.

Esta estrategia alcanza en Angola -segundo mayor suministrador de petr¨®leo a China- una dimensi¨®n sin parang¨®n. Una poblaci¨®n china que ronda los 200.000 efectivos se emplea como alba?iles, soldadores, electricistas, ingenieros y arquitectos para reconstruir las entra?as de un pa¨ªs que sufri¨® la guerra civil m¨¢s duradera de ?frica -27 a?os- y cuya econom¨ªa, impulsada por el aumento de los precios del crudo, registra tasas de crecimiento asi¨¢ticas. A 20 kil¨®metros al sur de la capital, Luanda, un proyecto representa mejor que ning¨²n otro la magnitud china en el resurgir de la excolonia portuguesa: el complejo residencial de Kilamba Kiaxi.

En una extensi¨®n de 56 kil¨®metros cuadrados, una marabunta de 15.000 empleados a sueldo de la estatal china CITIC trajina entre cementeras y gr¨²as m¨®viles con el prop¨®sito de levantar la primera ciudad angole?a totalmente nueva desde la independencia, en 1975. A distancia, la obra inmobiliaria m¨¢s grande del planeta, cuyo presupuesto ronda los 10.000 millones de d¨®lares, se asemeja a un conjunto de inmensos panales cuyas abejas se arremolinan y revolotean sin descanso. En el coraz¨®n del proyecto, las cosas se ven desde otro prisma. Lin Bao camina decidido -y sin arn¨¦s- sobre el andamio de bamb¨² que lo sostiene a 20 metros de altura, desde donde comanda a un grupo de peones angole?os. Su estancia en el pa¨ªs -donde la presencia china es bienvenida por las autoridades, pero empieza a crear rencor entre los locales- es una simple transacci¨®n comercial. "Aqu¨ª gano m¨¢s que en China. Eso es lo que me trae aqu¨ª", remata.

Sus jefes, algo m¨¢s curtidos en el esgrima dial¨¦ctico con el extranjero, exponen su rango gracias a los walkie-talkies que cuelgan de sus cinturones. Pero las condiciones en las que trabajan y viven no son mejores: comparten junto a yeseros y lampistas las literas instaladas en el interior de contenedores de barco, sin m¨¢s lujo que una mosquitera y un peque?o lavamanos donde se amontonan los cepillos de dientes. El almuerzo se extiende lo que dure el cuenco de arroz con verduras. Cuando los plazos de entrega apremian, ni siquiera hay tiempo para sentarse a comer: se engulle el rancho en cuclillas para aportar algo de combustible al cuerpo y se vuelve al tajo. Nada que ver con los sueldos de cinco cifras, los todoterrenos de lujo y los apartamentos de m¨¢ximo confort que distinguen la vida del expatriado occidental.

"Los chinos nos sacrificamos m¨¢s, tanto en lo personal como en lo corporativo. Los occidentales invierten un d¨®lar y quieren ganar dos. Nosotros nos conformamos con ganar 10 centavos. Ello explica que los chinos triunfen donde los occidentales no pueden hacerlo", resume Zhang, responsable del proyecto que la estatal Feza Mining tiene en Likasi, una localidad de la provincia de Katanga, en pleno coraz¨®n minero de la Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo. Despu¨¦s de siete a?os de residencia en uno de los pa¨ªses m¨¢s conflictivos de ?frica, tiene claras sus lealtades: "Lo hago por responsabilidad con la empresa y lealtad a China", confiesa. Indudablemente, no todo es adaptaci¨®n al medio: la habitual inobservancia de m¨ªnimos est¨¢ndares laborales o medioambientales desempe?a un papel indiscutible en la cuenta de resultados de las empresas chinas.

El entorno para los negocios -recalca- es terrible: burocracia infranqueable, sobornos constantes, inseguridad jur¨ªdica y una log¨ªstica por tierra, mar y aire imposible que en un pa¨ªs con un tama?o casi cinco veces superior a Espa?a convierte el d¨ªa a d¨ªa en un infierno. ?Por qu¨¦ resistir? "Este lugar acoge las reservas de cobre y cobalto m¨¢s abundantes y de mayor calidad del mundo. Estamos aqu¨ª porque con esos minerales hacemos en China cables el¨¦ctricos, tinta, motores y bater¨ªas para m¨®viles y coches", insiste, mientras pasea a sus hu¨¦spedes por la precaria estructura de hierro que cobija los hornos de la fundici¨®n, ante la ap¨¢tica mirada de un guardia de seguridad con fusil de asalto al hombro.

Toda esa riqueza natural de la provincia de Katanga ha atra¨ªdo a cientos de sociedades chinas, tanto p¨²blicas como privadas, que han copado el sector en un lustro. El ansia por hacerse rico r¨¢pidamente trajo a este salvaje oeste africano -tierra de mafiosos, temibles militares, armas y contaminaci¨®n- a Gu, un intermediario en el negocio del cobre y el cobalto que a sus 30 a?os se declara millonario. Su f¨®rmula responde al patr¨®n cl¨¢sico por estos lares: compra barato a los productores locales, vende caro a sus clientes chinos y entre medias paga un soborno a las autoridades congole?as. "Tengo ya diez almacenes y exporto mil toneladas de mineral al mes", asegura, mientras da ¨®rdenes a sus empleados africanos, quienes, con el torso desnudo, deambulan por un precario almac¨¦n con pesados sacos de mercanc¨ªa sobre sus espaldas.

Como ¨¦l, miles de peque?os empresarios chinos han salido al nuevo mundo para hacer fortuna, muchos de ellos aventur¨¢ndose en cruzadas inveros¨ªmiles que en ocasiones han desembocado en historias repletas de ¨¦xito. Nos hemos cruzado con ellos en las plantaciones de caucho del norte de Laos, en las reservas madereras de la Siberia rusa o en el coraz¨®n de la Argentina rural, en busca de la soja que garantice la seguridad alimentaria de las generaciones futuras del gigante asi¨¢tico. Esas inversiones ofrecen ping¨¹es beneficios para las ¨¦lites locales, pero no comportan un derrame econ¨®mico para la poblaci¨®n, especialmente en los monocultivos. Son lugares donde los fajos de yuanes son sencillamente irresistibles en medio de la pobreza imperante, mientras todas esas materias primas sin procesar son clave para que el drag¨®n mantenga activos millones de empleos, aportando valor a?adido a esos recursos, antes de ser exportados como productos finales a Europa y EE UU.

En un tren desde Mandalay hasta Myitkyina, la capital del conflictivo Estado birmano de Kach¨ªn, coincidimos con Xiang, un buscavidas oriundo de Shangh¨¢i que se dirige a Hpakant, la capital mundial del jade imperial. "Un lugar muy peligroso, donde hay violencia, peleas y robos, adem¨¢s de ser territorio prohibido para los extranjeros", describe, para zanjar cualquier posibilidad de que le acompa?emos. Dos veces al a?o se las apa?a para llegar hasta all¨ª, comprar jade en bruto y sacar la mercanc¨ªa de contrabando a trav¨¦s de un "canal seguro" hasta la frontera china en Yunnan. "En Birmania, comerciar con jade por la v¨ªa legal implica pagar muchos impuestos", advierte descarado. En sus inicios, explica, ¨¦l mismo iba a bordo del cami¨®n que hac¨ªa la ruta de 200 kil¨®metros hasta China, arriesg¨¢ndose a la c¨¢rcel o jug¨¢ndose la vida en cada control militar, porque el desembolso de entre 2.000 y 3.000 euros en cada uno de ellos no siempre le garantizaba impunidad.

Con casi 40 a?os, Xiang es el primer eslab¨®n en China de un negocio del jade que, en las joyer¨ªas de Hong Kong o Shangh¨¢i, ofrece productos acabados de la gema talism¨¢n china a un mill¨®n de euros la pieza, para regocijo de la clase opulenta. Lugares donde no llega el eco del drama que, con la complicidad de la dictadura birmana, se vive en Hpakant: un desastre medioambiental, unas condiciones laborales pr¨®ximas a la explotaci¨®n, la adicci¨®n a la hero¨ªna de decenas de miles de mineros y una prostituci¨®n y sida desatados. Al calor de los jugosos beneficios que brinda la gema verdosa, el oro o los recursos madereros, entre uno y dos millones de chinos se han asentado en el norte de Birmania en los ¨²ltimos a?os, seg¨²n The Economist.

Otros lo hicieron d¨¦cadas atr¨¢s en lugares m¨¢s remotos -adem¨¢s de ¨¦tnica y culturalmente menos pr¨®ximos-, como Am¨¦rica Latina o la propia ?frica. Los chinos del sur (Cant¨®n, Fujian) fueron los pioneros en emigrar, huyendo de la pobreza, el caos pol¨ªtico, la guerra civil y las barbaridades de Mao Zedong, todos ellos azotes sucesivos de la poblaci¨®n china desde finales del siglo XIX. As¨ª apareci¨®, de Per¨² a Indonesia, el fen¨®meno de los chinos de ultramar: comunidades de ciudadanos de etnia china repartidos por todo el planeta que, pese a perder la nacionalidad originaria, mantienen el ADN de su lengua y cultura como si fuera un tesoro. En total, fueron entre tres y siete millones los que, desde el siglo XVII hasta inicios del XX, lo dejaron todo en busca de una nueva vida. Ellos iniciaron una estirpe que, pese a la diferencia generacional, comparte con los nuevos emprendedores chinos un mismo fin: su deseo por prosperar y abrazar el bienestar econ¨®mico.

Ejemplo visible de ello se vive en el centro de Maracay, a 100 kil¨®metros al oeste de Caracas. Entre aceras atiborradas de peatones que transitan junto a inmensas fotograf¨ªas de Hugo Ch¨¢vez emerge el coraz¨®n comercial de la localidad, tomado literalmente por los chinos. No hay negocio de electr¨®nica, productos del hogar, ferreter¨ªa, ropa o quincaller¨ªa diversa donde el apellido Fung -el m¨¢s corriente en la localidad cantonesa de Enping- no presida la entrada. Almacenes de precio imbatible y surtido infinito que atrae a locales y for¨¢neos.

Fung Xi Mao es el art¨ªfice y pionero de ese desembarco. Lleg¨® a Venezuela en 1947, cuando resid¨ªan ¨²nicamente 3,5 millones de personas -frente a los 28 millones actuales- y el pa¨ªs latinoamericano era tierra de oportunidades, recuerda, todav¨ªa con rastros de su lengua materna en el espa?ol con el que se expresa. "Pas¨¦ una semana sobrevolando el Pac¨ªfico para llegar: de Hong Kong a Manila y Honolul¨², y de ah¨ª a San Francisco, Managua y Caracas".

Alcanzar la oficina de Fung Xi Mao, situada en el ¨²ltimo piso de una de sus tiendas, da cuenta de las dificultades que afrontan los chinos lejos de su patria, donde son v¨ªctimas de la inseguridad o la xenofobia. Un empleado interroga a los visitantes y confirma a trav¨¦s del interfono que el se?or Fung espera una visita. Al subir las escaleras, una puerta de rejas de hierro es el ¨²ltimo escollo. Unas medidas que justifica uno de sus colaboradores, aduciendo que en esta ¨¦poca cualquier precauci¨®n es poca, no solo porque la delincuencia venezolana se ha disparado a niveles dram¨¢ticos desde que Ch¨¢vez tom¨® el poder, sino porque el objetivo del hampa es ahora la comunidad china. Una parte de los 180.000 chinos que se estima residen en Venezuela est¨¢n volviendo a su pa¨ªs de origen ante la ola de atracos y secuestros expr¨¦s que sufren en medio de un clima de impunidad total.

Pero sus dificultades se remontan a mucho antes, justo al momento de poner el pie en la tierra prometida. "Durante los primeros a?os dorm¨ªa en un cafet¨ªn, donde trabajaba 12 horas diarias y ganaba 100 bol¨ªvares al mes [unos 15 euros]". Las fotograf¨ªas que cuelgan de las paredes de su oficina, en las que sale inmortalizado con expresidentes venezolanos y otras personalidades, dan fe de que aquellos a?os quedaron definitivamente atr¨¢s. "Un amigo me prest¨® 12.000 bol¨ªvares, mont¨¦ una quincaller¨ªa y luego una distribuidora. Importaba de China cien contenedores al a?o", apunta. A base de sacrificio personal, intuici¨®n para los negocios y un talento ¨²nico para bajar los costes pudo prosperar con -precisamente- las mismas armas que los emigrantes chinos de hoy.

Con sus beneficios diversific¨® sus negocios: una f¨¢brica de juguetes, una cadena de supermercados, un canal de televisi¨®n y, finalmente, la construcci¨®n. As¨ª logr¨® convertirse en millonario, jefe del clan y, en paralelo, en el principal soporte crediticio de la comunidad china de la regi¨®n. "Durante estos a?os muchos chinos me han pedido dinero prestado. Todos me lo han devuelto, ni uno solo me ha fallado. Con la palabra basta. En China la palabra es como un documento", dice solemnemente.

A imagen y semejanza del propio Fung, la expansi¨®n mundial del made in China ha sido el factor que ha catapultado a la riqueza a millones de compatriotas, dentro y fuera de las fronteras del Imperio del Centro. La entrada de China en la Organizaci¨®n Mundial del Comercio (OMC), cuyo d¨¦cimo aniversario se cumple en diciembre, no solo redujo dr¨¢sticamente las barreras arancelarias a los productos chinos, sino que fue tambi¨¦n el espaldarazo definitivo para apuntalar al gigante como el centro productor mundial. Los datos hablan por s¨ª solos. El comercio de China con el resto del mundo se ha multiplicado por seis: de los 510.000 millones de d¨®lares en 2001, a los 2,97 millones en 2010. Todo ello es especialmente visible en los mercados centroasi¨¢ticos, como el mayor de Almaty, en Kazajist¨¢n, que acoge 60.000 puntos de venta y sirve de base para la reexportaci¨®n al resto de Asia Central, donde algunos expertos apuntan que entre el 60% y el 80% de las mercanc¨ªas de primera necesidad provienen del Imperio del Centro.

M¨¢s evidente a¨²n es la huella del made in China en el Dragon Mart de Dub¨¢i, que con sus 15.000 metros cuadrados es el mayor mercado mayorista de productos chinos del mundo y sirve de centro distribuidor para Oriente Pr¨®ximo y ?frica. La producci¨®n china, que en la ¨²ltima d¨¦cada ha arrasado en no pocos pa¨ªses industrias enteras como el textil o el calzado, continuar¨¢ inexorablemente su avance. A ello contribuir¨¢ el deshielo en el ?rtico que, como consecuencia del calentamiento global, permitir¨¢ en quiz¨¢ una d¨¦cada que las mercanc¨ªas chinas accedan a los mercados europeos y a la Costa Este de Estados Unidos en la mitad de tiempo que necesitan hoy. La nueva ruta mar¨ªtima, que ser¨¢ navegable varios meses al a?o, permitir¨ªa reducir la traves¨ªa en m¨¢s de 6.000 kil¨®metros.

Todo ese despliegue chino por el planeta supone, por supuesto, un coste social y ecol¨®gico acorde con la magnitud del fen¨®meno. El impacto medioambiental tiene en la localidad siberiana de Dalnerechensk, en el extremo este ruso, un inequ¨ªvoco exponente. En una estaci¨®n ferroviaria que huele a resina fresca y a le?a reci¨¦n cortada, varias locomotoras con medio centenar de vagones cargados de troncos de maderas nobles de los bosques siberianos esperan luz verde para enfilar hacia Suifenhe, ciudad china al otro lado de la frontera. A diario, 3.000 metros c¨²bicos de madera cruzan desde all¨ª al gigante asi¨¢tico desde que, en 1998, el Gobierno chino prohibiera la tala en su territorio por las continuas inundaciones. Desde entonces, uno de los ecosistemas m¨¢s diversos del mundo est¨¢ en peligro de muerte.

Anatoli Lebedev, ingeniero, intelectual, exdiputado regional, explorador del ?rtico y exagente del KGB reconvertido en activista medioambiental en defensa de los bosques de Primorsky, lo vincula a la imparable demanda china, pero responsabiliza del drama a las autoridades rusas y a las pr¨¢cticas de corrupci¨®n y desmanes de ambos pueblos. "La mercanc¨ªa es talada en su mayor¨ªa ilegalmente, pero entra en el circuito legal despu¨¦s del correspondiente soborno. Certificados de origen, especie y cantidad, licencias de corte y exportaci¨®n. Todo. Nada es imposible si se barajan las cantidades adecuadas", apunta este hombre de modales exquisitos y 73 a?os. Despu¨¦s de d¨¦cadas de subordinaci¨®n china al vecino sovi¨¦tico, ahora las tornas han cambiado y en ese territorio vasto pero rec¨®ndito de Rusia los chinos y, sobre todo, su dinero son quienes marcan ahora las reglas del juego. Excepto la tala, controlan el resto del negocio maderero verticalmente. Y por tanto son los que m¨¢s se lucran.

El medio ambiente paga el precio de las ambiciones de unos y otros. La tala indiscriminada ha dejado un bosque muy fragmentado, reduciendo dr¨¢sticamente las poblaciones de especies nobles -como el roble-, lo que ha provocado un drama ecol¨®gico en cadena, como si a un castillo de naipes se le hubiera extra¨ªdo una carta que lo sostiene. Ello ha llevado al borde mismo de la extinci¨®n al ejemplar m¨¢s emblem¨¢tico de la fauna aut¨®ctona: el tigre siberiano. "Ha desaparecido la bellota, que es clave para la alimentaci¨®n del jabal¨ª. Estos buscan como consecuencia nuevos h¨¢bitats, lo que lleva al tigre a cambiar tambi¨¦n su comportamiento y h¨¢bitos alimenticios", explica Nikol¨¢i Salyuk, ge¨®logo y activista con 25 a?os de residencia en la zona. "Por naturaleza, el tigre caza solo. Pero ahora a veces caza en grupo o ataca a los perros en los asentamientos humanos. Yo he sido incluso testigo de episodios de canibalismo", remata.

'La silenciosa conquista china', de Juan Pablo Cardenal y Heriberto Ara¨²jo, se publica el pr¨®ximo 27 de octubre en la editorial Cr¨ªtica.

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