?Qui¨¦n manda aqu¨ª?
Nadie est¨¢ satisfecho en Europa. Ni los ciudadanos ni los pol¨ªticos; ni los pa¨ªses grandes ni los peque?os; ni los m¨¢s pr¨®speros ni los m¨¢s pobres. Y, sin embargo, todos se saben atados a un mismo destino. Como se ha visto por las recientes declaraciones de David Cameron, incluso el Reino Unido y otros no pertenecientes a la Eurozona se sienten afectados por las decisiones del eje central europeo. Son tantas las interdependencias que, en pocos a?os, la UE ha conseguido convertirse en una uni¨®n de cooperaci¨®n forzosa. Pero, sobre todo, ha logrado acentuar la percepci¨®n de que, lejos de fortalecer el poder de cada uno de los Estados gracias a su acci¨®n conjunta, los ha disminuido pol¨ªticamente. Incluso a la mism¨ªsima Francia. Solo Alemania parece levantar la cabeza. Aunque ah¨ª tambi¨¦n se lamentan de tener que tirar del carro que arrastra a tantos bueyes perezosos.
En esta precampa?a, nadie est¨¢ explicando el sentido de los sacrificios acordados por la UE
La crisis nos ha cambiado el guion. Siempre pensamos que las cesiones de poder estatal ir¨ªan hacia las instituciones centrales de la UE, no hacia los Estados m¨¢s poderosos econ¨®micamente. Y no deja de ser una iron¨ªa que haya sido precisamente Berlusconi, el alumno m¨¢s gandul, quien mejor supiera exteriorizar la nueva situaci¨®n de aut¨¦ntica soberan¨ªa limitada. O que nuestro h¨ªper-dem¨®crata Zapatero se vanagloriara de la satisfacci¨®n que encontr¨® entre los diputados alemanes la reforma constitucional expr¨¦s con la que nos deleitaron los dos grandes partidos el ¨²ltimo verano. Como si hubiera que celebrar con j¨²bilo todo gesto de sometimiento al nuevo poder del dinero. Seguramente nos hubiera ido peor si no la hubi¨¦ramos hecho, pero al menos no hay que ufanarse de ello. El mundo al rev¨¦s, la orgullosa Espa?a bajando la cabeza, la voluble Italia haci¨¦ndose la ofendida.
La parte buena de todo esto es que al fin sabemos qui¨¦n manda en realidad. La mala es que no sabemos bien c¨®mo se manda. La reuni¨®n del ¨²ltimo Consejo Europeo nos desvel¨® algunas claves. Para empezar, el nuevo poder se refugia en el m¨¢ximo oscurantismo tecnocr¨¢tico. El ciudadano que quiera hacerse una idea de las opciones que hubo sobre la mesa no solo tiene que haber pasado por un curso de alta econom¨ªa financiera; tambi¨¦n tiene que estudiar a fondo una ingente cantidad de datos y hacer un considerable esfuerzo de s¨ªntesis para saber cu¨¢les eran las opciones posibles que se somet¨ªan a la decisi¨®n. Solo as¨ª puede acceder a una opini¨®n sobre lo ocurrido y puede enjuiciar pol¨ªticamente a quienes all¨ª nos representaban. Si uno de los presupuestos de la democracia es la "comprensi¨®n ilustrada" (R. Dahl) por parte de los ciudadanos de los asuntos que se ventilan en el espacio de la pol¨ªtica, me temo que en este caso, el que m¨¢s afectar¨¢ a nuestras vidas a partir de ahora, casi todos estamos en tinieblas. Nos tendremos que fiar de lo que expliquen los expertos.
Siempre nos quedar¨¢ la duda, sin embargo, de saber hasta qu¨¦ punto detr¨¢s de esas supuestas decisiones t¨¦cnicas no se escond¨ªan tambi¨¦n claros intereses nacionales de algunas de las partes. O si no hab¨ªa otros medios disponibles a la acci¨®n pol¨ªtica distintos de los que se pusieron sobre la mesa, que se concretaron en una nueva deificaci¨®n de la austeridad fiscal. A los ciudadanos se nos pone cara de tontos cuando las decisiones pol¨ªticas fundamentales se nos presentan exclusivamente en t¨¦rminos cient¨ªfico-t¨¦cnicos, cuando se nos cierran las alternativas posibles. Sentimos que sobramos y que, de ser esto as¨ª, no tiene mucho sentido que nos reclamen despu¨¦s nuestro pronunciamiento democr¨¢tico sobre qui¨¦n ha de ejercer el liderazgo.
Visto desde la precampa?a electoral espa?ola la cosa tiene bemoles, ya que Europa est¨¢ completamente ausente del debate. Nadie nos est¨¢ ofreciendo un relato cre¨ªble que nos permita acceder al sentido de los nuevos sacrificios ni a los complejos entresijos de las decisiones que los fundamentan. Lo que se nos hurta es la posibilidad y la esperanza de que en alg¨²n momento podamos llegar a ser un agente activo en la UE, y no meros subalternos que siguen las ¨®rdenes de los que en realidad mandan. Hasta el pasado mi¨¦rcoles est¨¢bamos dispuestos a hacer sin rechistar los deberes que nos impon¨ªan. Nos embargaba el sentimiento de culpa por nuestras irresponsables acciones pasadas, que, en efecto, fueron muchas. Ahora, nos sentimos preteridos, y no solo nos enfurece el no haber sido capaces de anticipar los desajustes de la econom¨ªa, tambi¨¦n el no haber aspirado a un mayor protagonismo en Europa. ?A ver si aprendemos de una vez!
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