Del 20-O al 25-O
Han bastado cinco d¨ªas para comprobar, una vez m¨¢s, que el mayor y m¨¢s profundo problema de Euskadi no es ni ha sido la existencia de ETA. El d¨ªa 20-O, en medio de la marea de emociones y sentimientos entremezclados, muchos cre¨ªan que al fin se recuperaba por todos la libertad y que el llamado "conflicto vasco" iniciaba un proceso irreversible de soluci¨®n definitiva. Nada m¨¢s lejos de la realidad. Cinco d¨ªas despu¨¦s, en el aniversario trigesimosegundo del Estatuto de Autonom¨ªa, se nos mostraba en toda su crudeza el verdadero conflicto vasco: la incapacidad para encontrar, de una vez por todas, un marco jur¨ªdico que permita la convivencia de los distintos sentimientos de identidad que coexisten en nuestra sociedad y el empecinamiento en posturas tan imposibles de conciliar que no permiten vislumbrar una soluci¨®n, seguramente ni en el corto y medio plazo, y probablemente tampoco m¨¢s all¨¢.
Mientras el nacionalismo independentista no sea una ideolog¨ªa caduca estaremos ante una interminable historia de fractura social
La independencia no representar¨ªa ninguna ventaja significativa que compensase los costos que se originar¨ªan
Hoy estamos m¨¢s lejos de lograr una soluci¨®n que en 1979, porque as¨ª lo ha querido el nacionalismo, y porque as¨ª lo ha facilitado la ceguera y la dejadez de quienes desde las instituciones del Estado deb¨ªan defender la Constituci¨®n y el Estatuto y amparar a los muchos ciudadanos que han sido asesinados, perseguidos, discriminados y extorsionados por creer en los valores democr¨¢ticos.
Era desolador escuchar al lehendakari presentar al Estatuto como un "punto de encuentro" de todos ante una audiencia con ausencias clamorosas, mientras en Gernika el PNV anunciaba una lege berria para el 2015, y el nacionalismo radical se esmeraba en patentizar su desprecio al Estatuto.
Era desesperante ver c¨®mo Zapatero culminaba su desastrosa gesti¨®n del proceso auton¨®mico, recibiendo a bombo y platillo a Urkullu para celebrar el fin de ETA, cuando, si quer¨ªa respetar la memoria hist¨®rica y contribuir a construir un relato veraz de lo sucedido en estas d¨¦cadas, antes que al PNV deber¨ªa haber recibido a los ciudadanos que primero se rebelaron contra ETA, a Gesto por la Paz, a Basta Ya, al Foro Ermua y, por supuesto, a las v¨ªctimas del terrorismo de ETA.
Podemos, como los conejos de la f¨¢bula, seguir discutiendo si los nacionalistas son galgos o podencos, radicales o moderados. Podemos seguir en el error de creer que existen unos nacionalistas buenos a los que premiar, como hace Zapatero, para contener a los malos. Podemos seguir perdiendo el tiempo y el rumbo creyendo que cabe concertar con ellos una f¨®rmula de engarce definitivo de Euskadi en la Espa?a constitucional en base a un Estatuto de Autonom¨ªa, por mucho que se mejore, o con un modelo federal del Estado. Porque mientras el nacionalismo independentista en Euskadi no sea una ideolog¨ªa caduca y minoritaria, estaremos ante una historia interminable de tensi¨®n y de fractura social.
Y solo hay una manera posible de conseguir que el independentismo pierda: demostrar a los ciudadanos, con datos y argumentos serios, comprensibles, referidos a la vida real y a los problemas que de verdad afectan al bienestar, que esa reivindicaci¨®n es, en la Europa y en el mundo del siglo XXI, inviable, innecesaria y equivocada.
A quienes van a decidir de qu¨¦ lado cae el fiel de la balanza les trae ya sin cuidado el discurso de los valores ciudadanos, de la solidaridad y del respeto al pluralismo. Si no fuera as¨ª, hace tiempo ya que el nacionalismo ser¨ªa minoritario. A esos ciudadanos se les confunde diciendo que la independencia es viable con ejemplos tan variopintos e inaplicables como el ¨²ltimo de Croacia, y que si la obtenemos se vivir¨¢ mejor. A estos ciudadanos se les enga?a afirmando que la independencia representar¨ªa un incremento sustancial de poder respecto del que ya disponemos, que garantizar¨ªa la soluci¨®n de los problemas globales que hoy existen. A esos ciudadanos se les miente descaradamente cuando se hace depender la permanencia del euskera y de la cultura vasca de la consecuci¨®n de un Estado propio.
A esos ciudadanos hay que explicarles que en el Derecho Internacional la autodeterminaci¨®n no es un derecho, sino un instrumento de correcci¨®n de situaciones concretas que nada tienen que ver con Espa?a, y su reconocimiento no es en modo alguno un requisito para la existencia de una democracia plena; que, por el contrario, del Derecho Internacional forma parte el principio de garant¨ªa de la integridad territorial de los Estados; que las normas de la Uni¨®n Europea no permiten la secesi¨®n de una parte de un Estado miembro con la continuidad autom¨¢tica de la escisi¨®n dentro de la Uni¨®n con iguales derechos; que en un mundo globalizado y en una Europa con la pol¨ªtica exterior, de defensa y monetaria comunes, con una capacidad normativa supraestatal ampl¨ªsima, con una tendencia irreversible a imponer tambi¨¦n pol¨ªticas presupuestarias y fiscales a sus miembros, la independencia no representar¨ªa ninguna ventaja tan significativa como para compensar los costos humanos, sociales y econ¨®micos que se originar¨ªan incluso en el escenario m¨¢s favorable y pac¨ªfico.
Encarar este debate, planteando estas y otras muchas cuestiones similares, obligando a los nacionalistas a confrontar datos reales, sin afirmaciones gratuitas o indemostrables, es la ¨²nica actuaci¨®n razonable y eficaz para superar un conflicto que de otra forma, me temo, no tiene una soluci¨®n que pueda contentar a la mayor¨ªa cualificada que, ante decisiones de esta naturaleza, se requiere. Si no lo hacemos ya, algo ir¨¢ yendo cada vez peor en Euskadi.
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