Las paradojas del perd¨®n
Una de las cartas que militantes de ETA encarcelados han enviado en los ¨²ltimos meses a v¨ªctimas de los atentados cometidos por ellos mismos (fechada el 27 de enero de 2011) est¨¢ redactada de la siguiente manera:
"Mediante estas l¨ªneas me dirijo a usted para manifestarle cu¨¢les son mis actuales circunstancias y posicionamientos. As¨ª pues, le dir¨¦ que actualmente me encuentro preso (...). Considero que quienes hemos tomado parte en este conflicto tenemos el deber moral y pol¨ªtico de implicarnos en la resoluci¨®n final del mismo. (...) Por mi parte reconozco el da?o y sufrimiento que causaron en personas como usted las acciones llevadas a cabo durante nuestra militancia en ETA. No soy insensible al dolor y sufrimiento que las mismas generaron; de ah¨ª mi compromiso sincero en tratar de ayudar a cerrar esas heridas y en que nadie m¨¢s sufra lo que ustedes han sufrido".
Muchas v¨ªctimas prefieren la frustrante justicia, la imposible venganza o el improbable olvido
A veces se revela como una humillaci¨®n y una ofensa a la memoria de las v¨ªctimas
El problema que plantea un estilo literario como este es si transmite autenticidad o si da la impresi¨®n de que intenta decir, sin mucho ¨¦nfasis, lo que conviene estrat¨¦gicamente aparentar, aunque sea falso. El dictamen es irremediablemente subjetivo.
El estilo jesu¨ªtico es habitual en los nacionalistas que a¨²n no han logrado el poder absoluto al que todo creyente aspira; los que lo han conseguido, por el contrario, suelen abandonar ya el disimulo para emplear un lenguaje potente, claro y directo, como lo era, por ejemplo, el de los nacionalistas alemanes, sovi¨¦ticos o espa?oles en torno a 1940. Con raz¨®n dice Francisca Lozano (Encuentros entre v¨ªctimas y terroristas, EL PA?S, 14 de octubre de 2011) que "la verdad se erige como una de las necesidades m¨¢s importantes de la persona que ha sufrido un delito extremadamente grave", una verdad que ella misma describe como "totalizadora, personal, emocional y profunda, expresada ante la v¨ªctima por un actor concreto: el terrorista causante de sufrimiento injusto e in¨²til".
La importancia de este hecho no parece estar muy clara en la demanda generalizada de que los agresores pidan perd¨®n. Se les exige a los sospechosos habituales que condenen claramente la violencia, pero no parece que se les exija la sinceridad profunda en esa condena verbalmente expl¨ªcita; basta con una declaraci¨®n expresa, al margen de lo que piense el que la haga.
No se les exige que cambien sus creencias: solo que afirmen en voz alta -aunque sea con la boca peque?a- que las han cambiado; que lo afirmen en p¨²blico, aunque al mismo tiempo, en privado, sigan diciendo: "Y sin embargo se mueve". Y aun as¨ª ellos se resisten a formular la condena, quiz¨¢ porque como dijo hace unos a?os el l¨ªder jesu¨ªtico Arnaldo Otegi -con claridad y franqueza poco usuales en un nacionalista que a¨²n no ha tomado el poder- "cuando nos exigen que condenemos la violencia de ETA, lo ¨²nico que pretenden es humillarnos". Cierto. Es muy humillante ser obligado a decir lo contrario de lo que se siente. Y es muy dif¨ªcil pedir realmente perd¨®n mientras se sigue pensando que eran justos los motivos por los que se hizo lo que se hizo.
Quiz¨¢ lo m¨¢s importante de lo que no suele decirse sobre la vivencia de las agresiones y la presi¨®n posterior para perdonarlas sea precisamente el oscuro papel que juega la humillaci¨®n en ambos actos del drama. Adem¨¢s del da?o material que pueda causar una agresi¨®n violenta, hay siempre en ella un profundo car¨¢cter humillante. Incluso cuando las heridas f¨ªsicas son inexistentes, la vivencia de la humillaci¨®n puede ser muy intensa -Carlos Boyero describ¨ªa recientemente la que sinti¨® al encontrar sus papeles y objetos personales manoseados por los ladrones que hab¨ªan saqueado su casa (EL PA?S, 14 de octubre de 2011)-. Por eso puede afirmarse que si toda agresi¨®n es humillante, todo agresor sinceramente arrepentido que pide perd¨®n a su v¨ªctima est¨¢ humill¨¢ndose de verdad ante ella y restablece de ese modo un equilibrio simb¨®lico de humillaciones y reparaciones que puede paliar en alguna medida el da?o emocional causado. Pero tambi¨¦n puede plantearse (aunque la hip¨®tesis es m¨¢s arriesgada) que al lograr que le pidan perd¨®n consuma el agredido la m¨¢s satisfactoria de las venganzas posibles.
En cualquier caso, este vertiginoso asunto es un pantano resbaladizo en el que las hip¨®tesis inciertas se mezclan continuamente con los hechos constatados. Lo que est¨¢ tenebrosamente claro es que la ch¨¢chara sobre el perd¨®n nos salpica por todas partes mientras muy pocos se detienen a preguntarse con rigor qu¨¦ significa pedir perd¨®n.
En la bibliograf¨ªa acad¨¦mica sobre el asunto suelen encontrarse dos posturas que, muy apretadamente resumidas, pueden esquematizarse as¨ª:
Seg¨²n los partidarios del perd¨®n (que cuentan con numerosas simpat¨ªas y apoyos) su efecto es terap¨¦utico para el que lo demanda y el que lo otorga, devuelve el car¨¢cter humano a quien antes era una bestia execrable, restaura los lazos destruidos en la comunidad rota por la violencia fratricida. La nobleza esencial del perd¨®n beneficiar¨ªa ps¨ªquicamente a ambas partes al restaurar entre ellas un lazo humano que sustituye al rencor existente entre dos seres que no se reconoc¨ªan como personas sino que se consideraban mutuamente como extra?os hostiles, como miembros de otra especie animal amenazante. Quien se negara a perdonar (seg¨²n esta teor¨ªa) se condenar¨ªa a permanecer en un infierno de odio y resentimiento, se encerrar¨ªa a s¨ª mismo (con su agresor) en un laberinto de reminiscencias amargas que los atar¨ªa a ambos al pasado que los tortura y les llevar¨ªa, tarde o temprano, a repetirlo, siguiendo el ciclo de agresiones y venganzas. La rumiaci¨®n obsesiva de la tragedia pasada supondr¨ªa entregar a ella el presente y el futuro. Por el contrario, el perd¨®n les liberar¨ªa a ambos del lastre que los hunde en el dolor, les permitir¨ªa cicatrizar las heridas, cerrar el pasado, limpiar el presente y liberar el futuro.
Frente a estas apolog¨ªas del perd¨®n se alza otra tesis, que despierta muchas menos simpat¨ªas. No ve el perd¨®n como un acto terap¨¦utico de reconciliaci¨®n, armon¨ªa y generosidad, sino como algo ¨¦ticamente condenable, injusto para la v¨ªctima, amargo para el que perdona e irresponsable por dejar impune la brutalidad. Si tan beneficioso y terap¨¦utico fuese para las v¨ªctimas perdonar -argumentan algunos-, ?qu¨¦ tendr¨ªa de altruista y virtuoso? Si la sociedad civilizada tiene que ser equitativa, ?puede dejar la culpa impune y retribuir el mal con bien? Si a la madre de la adolescente violada y asesinada por el Rafita de turno la presionamos para que le perdone, ?no estaremos realizando un acto psicol¨®gicamente err¨®neo y ¨¦ticamente indigno, impidi¨¦ndole que exprese y elabore la rabia espont¨¢nea que siente de forma leg¨ªtima, oblig¨¢ndola a acatar el desprecio del agresor hacia la v¨ªctima y reafirmando la barbarie que el crimen supuso? Desde esta perspectiva, el perd¨®n se revela, en determinadas ocasiones al menos, como una humillaci¨®n p¨®stuma y una ofensa adicional a la memoria de las v¨ªctimas. (Nietzsche ya dio argumentos muy potentes para sospechar que el prestigio del perd¨®n quiz¨¢ sea una de las herencias envenenadas que nos leg¨® el cristianismo).
La deliberaci¨®n prudente y serena entre los argumentos a favor y en contra del perd¨®n es una asignatura pendiente. Mientras no sea estudiada a fondo, es muy peligroso adoptar posturas tajantes sobre tan vidrioso asunto. Y para empezar a entenderlo es necesario un profundo an¨¢lisis de las oscuras vivencias de humillaci¨®n que se ocultan tras cada una de las etapas de la agresi¨®n, la justicia, el arrepentimiento y el perd¨®n.
Hay pocas dudas de que una aut¨¦ntica demanda de perd¨®n puede ser un gran paso en la buena direcci¨®n. Pero un perd¨®n jesu¨ªticamente solicitado y reticentemente concedido (con presiones externas) puede cerrar en falso las heridas y contribuir a infectarlas. Por eso no es insensato responder con dudas a afirmaciones demasiado rotundas. Y por eso no es raro que muchas v¨ªctimas rechacen (abierta o ¨ªntimamente) seudodemandas de perd¨®n y prefieran la frustrante justicia, la imposible venganza o el improbable olvido.
Jos¨¦ L¨¢zaro es profesor de Humanidades M¨¦dicas en la UAM y autor de Vidas y muertes de Luis Mart¨ªn-Santos. Es miembro del patronato de la Fundaci¨®n de Estudios sobre la Violencia FIVE.
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