Las prof¨¦ticas palabras de Obama
El 4 de junio de 2009, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, habl¨® en la Universidad de El Cairo. Dijo tener fe en que "todos los pueblos anhelan... decir lo que piensan y determinar c¨®mo son gobernados; confianza en el Estado de derecho y la administraci¨®n equitativa de la justicia; un Gobierno transparente y que no le robe a la gente". Estas, a?adi¨® Obama, no son solo ideas americanas, "son derechos humanos". "Los Gobiernos que protegen estos derechos son m¨¢s estables y seguros". "El poder", dijo por ¨²ltimo, "se mantiene con el consentimiento, no con la coerci¨®n".
En 2009, estas palabras -dichas en el Egipto de Hosni Mubarak- fueron tildadas de idealistas. Egipto, T¨²nez y Libia estaban dominadas por dictaduras personales, en el extremo opuesto de lo enunciado por Obama. Pero hoy, Mubarak, depuesto, es exhibido en una jaula. El dictador tunecino, Ben Al¨ª, ha huido. Y el s¨¢trapa libio, Muamar el Gadafi, es un cad¨¢ver expuesto a la curiosidad ciudadana en una tienda de pollos en Sirte.
T¨²nez, Egipto y Libia son pa¨ªses que, como Obama predijo en 2009, pueden decidir c¨®mo ser gobernados
Lo dicho por Obama hace dos a?os es hoy la realidad del ?frica del norte. No una realidad perfecta, como no lo fue la de M¨¦xico entre la ca¨ªda de Porfirio D¨ªaz (1911) y el Gobierno de L¨¢zaro C¨¢rdenas (1934). Pero una realidad irreversible. Por m¨¢s conflictos de sucesi¨®n que se den en Libia, T¨²nez y Egipto, el pasado no regresar¨¢. Habr¨¢, sin duda, nuevos conflictos, nuevas realidades, nuevos actores. Pero las dictaduras personales de Mubarak, Gadafi y Ben Al¨ª no se repetir¨¢n. ?Por qu¨¦?
Los cr¨ªmenes de Gadafi, durante un reinado de 40 a?os. Las cerca de 50.000 v¨ªctimas (acaso m¨¢s) de su terror, los hombres y mujeres asesinados, encarcelados, torturados, junto con el crecimiento espectacular de las fortunas privadas de Gadafi y su familia... El petr¨®leo hac¨ªa perdonables muchos cr¨ªmenes del dictador, aunque revelase la hipocres¨ªa de sus clientes.
La muerte del tirano fue horrible. Hitler se suicid¨®, convencido de que, si lo capturasen vivo, ser¨ªa paseado en una jaula. Stalin muri¨® en paz. Pero Mussolini, fusilado primero, fue colgado de los pies junto con su amante Claretta Petacci, en la Plaza Loreto de Mil¨¢n. Gadafi fue capturado en un t¨²nel de Sirte, befado, insultado mientras se defend¨ªa d¨¦bilmente: "?Qui¨¦nes son? ?Por qu¨¦ hacen esto?". Y, al tocarse la sangre en el rostro, "miren lo que han hecho".
?Se pregunt¨® alguna vez Gadafi: "Miren lo que he hecho yo"?. Tremendo ejemplo el de Gadafi, el d¨¦spota absoluto. Sobre esa Hubris, orgullo desmedido del poder que tan finamente analiza Carmen Aristegui en un reciente art¨ªculo, citando al excanciller ingl¨¦s David Owen: "Los actos de Hubris son mucho m¨¢s habituales en los jefes de Estado y de Gobierno, sean democr¨¢ticos o no, de lo que a menudo se percibe... el autoenga?o es un factor que desempe?a un papel notablemente grande en el Gobierno". El lector mexicano -y el latinoamericano- puede buscar y encontrar las comparaciones que guste. Sin excluir a nadie, creo que L¨¢zaro C¨¢rdenas, grande como era, jam¨¢s cay¨® en la tentaci¨®n del orgullo y abandon¨® la presidencia al cabo de seis a?os, para cumplir con la ley y con su propio car¨¢cter. En M¨¦xico, ?lvaro Obreg¨®n quiso romper la ley de la no-reelecci¨®n en 1928, y le cost¨® la vida.
Gadafi, un ejemplo siniestro del af¨¢n de perpetuarse en el poder, fue ejecutado por la muchedumbre en medio de la confusi¨®n y el odio. Muchos opinan que debi¨® ser juzgado, como Milosevic, en La Haya. Otros creen que Gadafi habr¨ªa organizado una h¨¢bil defensa que, adem¨¢s, habr¨ªa comprometido a los Gobiernos occidentales que, de una u otra manera, lo apoyaron. El tirano libio cay¨® por un movimiento de oposici¨®n apoyado por fuerzas a¨¦reas, sobre todo, de Francia y Reino Unido. La ausencia primordial de Estados Unidos en esta operaci¨®n le ha valido a Obama recriminaciones de derecha e izquierda. La derecha republicana le acusa de no haber intervenido con fuerza contra Gadafi. La izquierda dem¨®crata, de no haber buscado soluciones pac¨ªficas.
Barack Obama, simplemente, se ha situado en una nueva realidad que pocos norteamericanos pueden o quieren comprender. George W. Bush se lanz¨® a una guerra perdida en Irak. Obama ha retirado a sus tropas de Irak. No tiene all¨ª los intereses petroleros de Dick Cheney y compa?¨ªa. En Afganist¨¢n, la retirada es m¨¢s dif¨ªcil pero inevitable: Hamid Karzai no representa a nadie salvo algunos intereses locales. ?Y c¨®mo controlar a la corrupta y ambigua aliada fronteriza, Pakist¨¢n, refugio de rebeldes?
No son temas f¨¢ciles. Obama parece buscar soluciones nuevas, diferentes a las fracasadas acciones de su predecesor, y algo m¨¢s. En ocho a?os, Bush no pudo eliminar al jefe de Al Qaeda, Osama bin Laden. Obama lo cerc¨® y mat¨®, descabezando al movimiento. Es solo un ejemplo de nuevas situaciones a las que Obama, con inteligencia, busca nuevas soluciones. Y tiene que hacerle comprender a la opini¨®n pol¨ªtica norteamericana que los d¨ªas de la hegemon¨ªa han pasado para siempre. Que Brasil, China y la India emergen. Que corresponde a Francia e Inglaterra ocuparse de Libia, y no a Estados Unidos, que no tiene por qu¨¦ meter la mano en todos los pasteles.
Obama quisiera analizar cada situaci¨®n de acuerdo con los m¨¦ritos y dem¨¦ritos de cada una. Ya no caben las reacciones de violencia autom¨¢tica. La pol¨ªtica internacional de Obama parece dispuesta a analizar cada caso, actuar de manera distinta para situaciones diferentes, dejarles algunas tareas a los aliados de Estados Unidos, como en Libia, respetar los movimientos aut¨®ctonos, como los de Egipto y T¨²nez.
Y tiene la satisfacci¨®n de que las palabras pronunciadas en El Cairo en 2009, no fueron en vano, fueron prof¨¦ticas.
Carlos Fuentes es escritor mexicano.
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