La necesidad de recuperar la vida cotidiana
El punto final de la violencia de ETA debe ser el principio de una regeneraci¨®n moral. Las nuevas generaciones nos van a exigir superar las heridas del pasado y afrontar los retos del futuro
El comunicado de ETA del 20 de octubre sobre el fin definitivo de la violencia ha llegado tarde, pero ha llegado. No ha habido una explosi¨®n de alegr¨ªa popular (no pod¨ªa haberla tras los desenga?os precedentes y tras la estela de dolor generado durante m¨¢s de 40 a?os), pero s¨ª una esperanza cautelosa ante un futuro que est¨¢ a¨²n por escribir.
El Pa¨ªs Vasco -una sociedad con un alto nivel de vida- ha llegado de una forma acumulativa a un deterioro grave de la convivencia. La situaci¨®n de terrorismo prolongado ha afectado a toda la sociedad. M¨¢s all¨¢ de la tragedia de las m¨¢s de 800 v¨ªctimas y de la de quienes han abandonado el Pa¨ªs Vasco por motivos pol¨ªticos, ha habido varios miles de personas amenazadas a causa de su profesi¨®n, su compromiso pol¨ªtico o su valent¨ªa moral para denunciar la intolerancia. La condici¨®n de amenazado repercute negativamente en el bienestar emocional. Las v¨ªctimas se han visto obligadas a modificar su vida cotidiana en diversas formas: no disfrutar de intimidad (al vivir con escoltas), no poder acudir a lugares calientes, aislarse en casa (o sentirse forzadas a salir fuera) los fines de semana y romper con h¨¢bitos de vida regulares, lo que supone un gran coste de energ¨ªa.
Hay que ser optimista. Aprender a convivir en libertad es una tarea apasionante
No puede obligarse al verdugo a pedir perd¨®n ni a la v¨ªctima a concederlo
La dictadura del terror ha calado tambi¨¦n en las personas no amenazadas, que han subordinado, con honrosas excepciones (ah¨ª est¨¢ la espl¨¦ndida labor de Gesto por la Paz o de Basta Ya), los aldabonazos de la conciencia a la comodidad de la convivencia. Muchas de ellas no han estado de acuerdo con el terrorismo, pero se han callado, siempre que no haya afectado a alguno de los suyos. A nivel psicol¨®gico, al no poder vivir en la permanente tensi¨®n de los asesinatos y las extorsiones a otras personas y tener que prestar atenci¨®n a los requerimientos de la vida diaria, se han activado en los ciudadanos mecanismos de defensa contra esa perversi¨®n de valores. As¨ª, se ha minimizado la evidencia, se ha deformado la cruda realidad (eso es un problema de otros) y se han inhibido los sentimientos de compasi¨®n, alej¨¢ndose de las v¨ªctimas, para que todo ello les permitiera vivir con tranquilidad.
Muchos empresarios, aun rechazando el terrorismo pero conscientes del uso que se iba a dar a su dinero, no han tenido empacho en pagar a ETA para salvaguardar su bienestar y el de sus familias. Las excepciones (?c¨®mo olvidar la carta p¨²blica dirigida a ETA del empresario Juan Alcorta en 1980, a?o en el que hubo 98 asesinatos?) merecen toda nuestra admiraci¨®n. A su vez, el resquebrajamiento de la ley ha propiciado la existencia de ciertos epifen¨®menos, como el terrorismo de Estado o el recurso a la tortura, que resultan ¨¦ticamente repudiables en una sociedad democr¨¢tica. Tampoco aqu¨ª se puede mirar a otro lado.
En definitiva, se ha asumido demasiado f¨¢cilmente que cada uno se ocupe de lo suyo y que cada cual se las arregle como pueda. Ha habido en estos a?os un tono de cautela en el hablar y hasta en el mirarse los unos a los otros. Esta ley del silencio ha generado una profunda desconfianza y un embotamiento de la sensibilidad, cuando no una degradaci¨®n moral, que envilece a la condici¨®n humana.
Sin embargo, la sociedad vasca puede y debe salir de este atolladero. Todas las personas y los grupos humanos cuentan con un mecanismo adaptativo de supervivencia. Por muy terrible que haya sido la experiencia vivida, siempre cabe la posibilidad de cerrar las heridas. No se trata de olvidar lo inolvidable (tarea, por lo dem¨¢s, imposible), sino de recuperar la capacidad de hacer frente a las necesidades del presente y de mirar al futuro con esperanza. El punto final de la violencia de ETA debe ser el principio de esta regeneraci¨®n moral.
Aprender a convivir en libertad es el reto m¨¢s inmediato. A ello va a ayudar un manejo adecuado de los tiempos. El lenguaje debe ser utilizado con precisi¨®n. Carece de sentido, por ejemplo, hablar de reconciliaci¨®n entre las v¨ªctimas y los verdugos porque solo se pueden reconciliar aquellas personas en las que ha habido una buena relaci¨®n anterior y esta se ha deteriorado. Y este no es el caso de las v¨ªctimas. Con ellas no hay que hablar de sentimientos, sino de justicia. No se trata de elaborar un mapa del dolor, sino de reparar, all¨ª hasta donde sea posible, el da?o causado. No se puede soslayar ni distorsionar el pasado porque la memoria de las v¨ªctimas debe convertirse en una exigencia permanente de deslegitimaci¨®n de la violencia. La aplicaci¨®n de la justicia, con la flexibilidad requerida en cada caso, y el cumplimiento de las leyes son requisitos necesarios para restablecer una convivencia en libertad. La impunidad de los verdugos aviva el dolor de las v¨ªctimas, mientras que el amparo de la ley y la ausencia de nuevas v¨ªctimas tienen un efecto bals¨¢mico sobre ellas.
La reconciliaci¨®n debe referirse a la reanudaci¨®n de la relaci¨®n deteriorada entre sectores sociales enfrentados (nacionalistas y no nacionalistas) o entre fracciones del mismo sector (nacionalistas moderados y nacionalistas radicales). La existencia de un terrorismo prolongado ha envenenado la convivencia, incluso en el seno de las familias, y, por ello, la reconciliaci¨®n tiene pleno sentido en este contexto.
M¨¢s problem¨¢tica es la necesidad del perd¨®n. Pedir perd¨®n y perdonar es bueno para el bienestar emocional de los agresores y de las v¨ªctimas, respectivamente. Pero no puede ni debe ser obligatorio para el verdugo solicitar el perd¨®n ni concederlo a la v¨ªctima. El perd¨®n afecta a la esfera personal y tiene que transmitir autenticidad; cuanto m¨¢s discreto sea, m¨¢s aut¨¦ntico es. Lo que hay que exigir al agresor, m¨¢s all¨¢ de las muestras de arrepentimiento subjetivas, es el reconocimiento del da?o causado y las obligaciones objetivas que ello puede llevar aparejadas (resarcimiento econ¨®mico, compromiso con la no-violencia o alejamiento de las v¨ªctimas). Es decir, la reinserci¨®n debe ser un proceso activo e individual que denote una actitud positiva por parte del agresor y que no sea meramente el resultado de un indulto generalizado.
Hay muchas personas, vinculadas al nacionalismo radical, que se han mostrado durante a?os intolerantes con quienes no compart¨ªan sus postulados pol¨ªticos y que han ejercido una aut¨¦ntica dictadura del terror, especialmente en los municipios peque?os. A estas personas hay que recuperarlas para la sociedad y ense?arles h¨¢bitos democr¨¢ticos. Lo fundamental es eliminar el odio del coraz¨®n. La mordedura de una v¨ªbora no mata; lo que mata es el veneno (odio) que deja dentro. Ello va a requerir tiempo porque sus conductas de intransigencia est¨¢n sobreaprendidas. Hay ah¨ª una responsabilidad pedag¨®gica de la izquierda abertzale para reconducir a la democracia a sus cachorros y la necesidad de una actuaci¨®n firme del conjunto de la sociedad para cortar de ra¨ªz cualquier brote de intolerancia. La familia y la escuela deben implicarse activamente en este proceso de educaci¨®n para la convivencia.
Desaparecida ETA, los conflictos van a expresarse y resolverse por v¨ªas democr¨¢ticas. En realidad, en el Pa¨ªs Vasco no hay un conflicto pol¨ªtico, sino muchos conflictos, que, como en todas las sociedades, deben solucionarse con las leyes. En otros lugares (Quebec, Flandes, Escocia o Gales) hay tambi¨¦n problemas de identidad nacional, pero all¨ª no se ha matado a la gente disidente ni se ha secuestrado ni extorsionado a los empresarios.
Hay que ser razonablemente optimistas. Reaprender a convivir en libertad, con respeto (no solo tolerancia) a los diferentes, es una tarea apasionante. Las nuevas generaciones nos van a exigir superar las heridas del pasado y afrontar los retos del futuro. Es algo que se lo debemos a todas las v¨ªctimas. Nos va mucho en ello.
Enrique Echebur¨²a es catedr¨¢tico de Psicolog¨ªa Cl¨ªnica en la Universidad del Pa¨ªs Vasco, autor de Superar un trauma y coautor del Manual de victimolog¨ªa.
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