Las noches al Sol
A una generaci¨®n poco conocedora del circo, el Cirque du Soleil le redescubri¨® hace d¨¦cada y media el arte redondo por excelencia. Lo novedoso de esta macroempresa canadiense es su manera de abordar la producci¨®n, pues en lo puramente circense sus espect¨¢culos se estructuran (como los de cualquier circo cl¨¢sico) en torno a una suite de n¨²meros, y la tradici¨®n de hilvanarlos con un eje tem¨¢tico, se remonta, cuando menos, al Circo del Salvaje Oeste de Buffalo Bill Cody, que se instal¨® en Barcelona en 1889 (dice la leyenda que alg¨²n sioux la palm¨® all¨ª).
El Cirque du Soleil simboliza un modelo empresarial de entender el arte circense, no solo a lo grande, a la manera de un P. T. Barnum, sino con un sentido multinacional que permite a sus productores tener en cartel 23 espect¨¢culos simult¨¢neamente en medio mundo, itinerantes y en sedes fijas (?seis de ellos en hoteles de Las Vegas!). De Zarkana dicen sus art¨ªfices que es una ¨®pera rock: hay un par de cantantes y varios m¨²sicos en escena, pero arropando nom¨¢s a una serie de troupes circenses que son la chicha de una funci¨®n sin hilo dramat¨²rgico apreciable.
ZARKANA
Autor y director: Fran?ois Girard. Directora de creaci¨®n: Line Tremblay. Escenograf¨ªa: St¨¦phane Roy. Vestuario: Alan Hranitelj. Coreograf¨ªa: Debra Brown. M¨²sica: Nick Littlemore. Luz: Alain Lortie. Dise?o de equipo acrob¨¢tico: Danny Zen. Maquillaje: Eleni Uranis. Dise?o acrob¨¢tico: Florence Pot. Producci¨®n: Cirque du Soleil. Madrid Arena. Hasta el 31 de diciembre.
Aunque la publicidad asegure que Zarkana habla de la historia de un mago y de su amada, su ¨²nico hilv¨¢n es la est¨¦tica fin de siglo y art d¨¦co. El enorme espacio esc¨¦nico del escen¨®grafo St¨¦phane Roy, cruzado por tres arcos que evocan con fantas¨ªa los de la embocadura de un viejo teatro de ¨®pera, hace mil gui?os a la orfebrer¨ªa modernista de Ren¨¦ Lalique, decorador del Orient Express, pero tambi¨¦n a los pasajes del terror, y los trajes dise?ados por el figurinista croata Alan Hranitelj emparentan a los personajes corales y a los clowns con las criaturas de Little Nemo in Slumberland, el c¨®mic art nouveau de Winsord McCay.
En un espect¨¢culo con tanto envoltorio, se echa de menos un programa de mano con los nombres de sus art¨ªfices: en eso Cirque du Soleil tambi¨¦n sigue al circo tradicional. Es una manera de poner todo el foco sobre s¨ª, y de cubrirse ante el posible relevo de alg¨²n artista. Sorprendentes, los malabares con rebote de Maria Choodu: contra el suelo, contra los escalones (mientras los sube de espaldas) o contra el piso, el fondo y el techo del interior de un armario sin paredes. Emocionantes, el doble mortal hacia delante con pirueta y el triple mortal hacia atr¨¢s con el cuerpo extendido que sobre la barra rusa ejecuta la excampeona de gimnasia art¨ªstica canadiense Carole Demers, centro del tr¨ªo acrob¨¢tico The White Crow.
Pero quien verdaderamente entusiasm¨® al p¨²blico del estreno es el ucranio Anatoly Zalevsky, medalla de oro de 1998 en el festival del Cirque de Demain, cuyo n¨²mero de equilibrio sobre manos, conciso, sin un gramo de ret¨®rica deportiva, roza lo extrahumano. En acci¨®n, el cuerpo de Zalevsky parece l¨ªquido y sin articulaciones. A pulso, consigue proezas aladas: nadie concilia la fuerza y la levedad como ¨¦l. La otra ovaci¨®n de la noche, merecida tambi¨¦n, para el n¨²mero de banquine (vuelos y acrobacias sobre pir¨¢mides humanas) que cierra el espect¨¢culo, en el que una joven es lanzada a pulso hasta la cuarta altura de la torre que forman sus compa?eros. Impresionantes tambi¨¦n, los saltos en el cable que uno de los Navas V¨¦lez pega sobre sus hermanos a seis metros de altura y sin red: estos colombianos se la juegan.
M¨¢s rotundo que Varekai, menos sutil que Corteo, Zarkana supone el debut para gira de un tipo de espect¨¢culo de grand¨ªsimo formato (en el Madrid Arena caben 5.000 almas) que Cirque du Soleil conceb¨ªa hasta ahora exclusivamente para sus sedes fijas de Las Vegas. Por su barroco despliegue de imaginer¨ªa escenogr¨¢fica, Zarkana hace pensar en el apabullante Viaje al centro de la tierra de Enrique Rambal o en un Cortylandia ideal. Las canciones, en un idioma inventado y a un volumen que se cuela por la piel, acaban sobresaturando, pero, pegas aparte, el conjunto deja buen sabor de boca.
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