Final de partida en Siria
Un poder que asesina tan met¨®dicamente como el r¨¦gimen de Damasco es un poder agonizante, acorralado. Ser¨¢ cuesti¨®n de d¨ªas o semanas, pero est¨¢ condenado. La guerra con Asad est¨¢ declarada
Es un reci¨¦n exiliado que me ha presentado Bernard Schalscha, este antiguo trotskista que, en el seno de la revista La R¨¨gle du Jeu, lleva ocho meses recopilando las informaciones que llegan desde Siria dando cuenta de la brutalidad de la represi¨®n en Homs, Hama y Qousseir. El hombre nos habla de la tortura. De los que caen ametrallados. De los entierros que los milicianos aprovechan para garantizarse un blanco seguro. Y de esas nubes de humo que forman como un velo de cresp¨®n negro por encima de las cabezas, que, incluso entonces, se niegan a doblegarse. Para ¨¦l, la cosa est¨¢ clara. Un poder que se conduce as¨ª, un poder que asesina tan met¨®dicamente, un poder que, cuando osas levantarla, te sumerge la cabeza en la sangre, tu sangre, es un poder agonizante, acabado, acorralado, condenado; ser¨¢ cuesti¨®n de d¨ªas o semanas, pero est¨¢ condenado.
El Asad ten¨ªa una oportunidad para salir del paso: la reforma. No la aprovech¨®. Ahora, se acab¨®
Su ca¨ªda es inevitable. En la historia del siglo XXI, esta ley ya tiene nombre: es el teorema Gadafi
Es un oficial superior del Ej¨¦rcito sirio. Es mayor que el anterior. Mucho mayor. Ya lleva varios a?os en Occidente. Con su complexi¨®n de antiguo atleta, el pelo rapado y la frente ligeramente abollada (?un rastro de viejas torturas?), recuerda a Gregorius, el boxeador de Noche en la ciudad, de Jules Dassin. Conoce el r¨¦gimen a fondo. Est¨¢ en contacto con otros oficiales, m¨¢s j¨®venes, que constituyen la columna vertebral del Ej¨¦rcito y, en este preciso momento, est¨¢n desertando. Tiene informaciones valiosas y recientes sobre el estado de desmoralizaci¨®n, la nueva indecisi¨®n y el comienzo del p¨¢nico entre los compa?eros que permanecieron fieles al r¨¦gimen y, de repente, ya no creen m¨¢s en ¨¦l. ?l tampoco tiene la menor duda sobre el desenlace. Para ¨¦l, la dictadura tiene los d¨ªas contados.
Rifaat el Asad, el propio t¨ªo de Bachar -y hermano de su padre, Hafez el Asad-, fue el fundador y arquitecto de la dictadura. Ya me hab¨ªa encontrado con ¨¦l una vez, en Londres, hace seis meses. Era el comienzo de la guerra de Libia. El comienzo del ba?o de sangre en Siria. Entonces, me impresion¨® su alucinante parecido con su hermano, de cuyo trabajo sucio se ocup¨® durante mucho tiempo, antes de distanciarse de ¨¦l: el mismo rostro largo y triste; el cr¨¢neo apepinado, casi hidrocef¨¢lico; a veces, un destello de c¨®lera en la mirada; una risa inesperada y algo diab¨®lica. Pero ya hace tiempo que rompi¨® con el r¨¦gimen. Desde su exilio londinense, ¨¦l y sus hijos est¨¢n en contacto con algunos tr¨¢nsfugas del sistema. Conoce mejor que nadie a esa camarilla alau¨ª que se apoder¨® de su pa¨ªs. Antes de alejarse convivi¨® con ella durante d¨¦cadas, por lo que la conoce desde dentro. ?l tambi¨¦n cree que Bachar, su sobrino, solo ten¨ªa una oportunidad para salir del paso: la reforma. No aprovech¨® su oportunidad. Ahora se acab¨®.
Estos tres hombres, por muy diferentes que sean, coinciden en un punto: un r¨¦gimen que dispara contra su propio pueblo, que lo considera carne de ca?¨®n, un r¨¦gimen que no conoce otro idioma para hablar con sus s¨²bditos que el de los cazas y la artiller¨ªa, ha perdido cualquier derecho y cualquier legitimidad para gobernar. En un plazo m¨¢s o menos breve, de acuerdo con un guion del que solo falta el ¨²ltimo acto y, por tanto, a¨²n no est¨¢ completamente escrito, su ca¨ªda es inevitable. En la historia del siglo XXI, esta ley ya tiene nombre: es el teorema Gadafi.
Estos tres hombres coinciden en un segundo punto: el creciente aislamiento del r¨¦gimen; la multiplicidad de voces que, cada vez con m¨¢s intensidad, se elevan desde las profundidades del mundo ¨¢rabe para conminarlo a rendirse; los socios de los Asad, sus "hermanos", todos aquellos que, en el seno de la Liga ?rabe, protegieron durante tanto tiempo al padre -y a los otros dictadores de la regi¨®n- empiezan a abandonar al hijo. El mundo ha cambiado, dicen ellos. Los derechos humanos y los derechos de los pueblos son, tambi¨¦n en esta parte del mundo, ideas nuevas. Y ha nacido una nueva potencia regional llamada Catar que, con sus maniobras, sus segundas intenciones y sus ambig¨¹edades, est¨¢ haciendo todo lo posible para impedir que los reg¨ªmenes m¨¢s sanguinarios se vean amenazados. ?Como en Libia? Pues s¨ª, como en Libia. El precedente libio, una vez m¨¢s. La misma fuerza, las mismas fuerzas producen los mismos efectos. ?C¨®mo es que los interesados no lo ven? ?Qu¨¦ clase de autismo le impide a Bachar comprender que la misma coalici¨®n que venci¨® a Gadafi y lo vencer¨¢ a ¨¦l ya est¨¢ cobrando forma?
M¨¢xime cuando mis tres interlocutores empiezan a ponerse de acuerdo en un ¨²ltimo punto. Hasta ahora era un tab¨²; la palabra que hab¨ªa que evitar pronunciar a toda costa. Incluso en Francia, hab¨ªa hombres -los conoc¨ª antes del verano, con ocasi¨®n del mitin de apoyo a los civiles sirios asesinados organizado alrededor de La R¨¨gle du Jeu- que afirmaban que prefer¨ªan morir antes que tener que proferirla. Esa palabra es "intervenci¨®n". O mejor a¨²n: "intervenci¨®n internacional". ?Por qu¨¦ no se ha hecho en Siria lo que se hizo en Libia? Hay varias razones para este doble rasero, para esta escandalosa injusticia. Y una en particular: al contrario que los libios, los sirios no lo hab¨ªan pedido. A menudo, incluso se negaron a hacerlo. Pues bien, esto tambi¨¦n est¨¢ cambiando. Y es la ¨²ltima raz¨®n por la que el r¨¦gimen de Damasco est¨¢ condenado.
Con Asad, la guerra est¨¢ declarada.
Traducci¨®n: Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva
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