Pradera, el gigante listo
Javier Pradera era un tipo alto, corpulento, desgarbado. Pero su mayor altura no era f¨ªsica: era su agilidad mental, sus ojos vivos, su sonrisa mal¨¦vola. Te recib¨ªa en su despacho, en Alianza, se levantaba a medias, te daba la mano, murmuraba algo que no siempre se entend¨ªa del todo, y te miraba atentamente. Le propon¨ªas alg¨²n libro, tuyo o de otros, y te dec¨ªa de inmediato s¨ª o no. Hab¨ªa captado la idea al instante, la hab¨ªa evaluado, hab¨ªa decidido. Luego comentaba algo de la situaci¨®n pol¨ªtica, del ¨²ltimo nombramiento, de la ¨²ltima medida gubernamental. Observaba cosas que a uno no se le hab¨ªan ocurrido. Incluso aquellas veces en que iniciaba las frases, pero no las terminaba sino con un "es una de esas cosas que... ?no? ?eh?". Y hab¨ªa insinuado algo que uno comprend¨ªa y que, de nuevo, era inteligente. ?l, entretanto, esperaba, mirando atentamente, con su media sonrisa. Hilaba fino. Sal¨ªa uno de su despacho con la sensaci¨®n de entender mejor el entorno pol¨ªtico.
Ni?o del franquismo, hijo y nieto de "ca¨ªdos", yerno de uno de los autores del Cara al sol, y sin embargo estudiante rebelde y adherido al Partido Comunista en los cincuenta. Separado de este ¨²ltimo tras el affaire Claud¨ªn-Sempr¨²n, se meti¨® en el mundo de la edici¨®n. Fue un hombre clave en el desarrollo del libro de bolsillo, en Alianza, y luego en la l¨ªnea editorial de EL PA?S. Tuvo poder, en el mundo cultural espa?ol del ¨²ltimo medio siglo. Orient¨® y dirigi¨®, desde la sombra, lo que los espa?oles pensamos y le¨ªmos durante varias d¨¦cadas. Para muchos de nosotros fue una especie de hermano mayor, que nos guiaba, nos animaba (o no) a trabajar en tal o cual tema.
Cuando dej¨® el mundo editorial, se convirti¨® en articulista y columnista. Escrib¨ªa, como siempre hab¨ªa hecho, pero ahora firmando. Y lo hac¨ªa de manera m¨¢s formal, insistiendo en los aspectos jur¨ªdicos de los problemas, evitando iron¨ªas o cotilleos. Nunca me pareci¨® tan dotado para la escritura seria o el discurso formal como para la observaci¨®n r¨¢pida, el juicio agudo, la insinuaci¨®n de tono humor¨ªstico. En estos terrenos era una de las personas m¨¢s listas que he conocido. Columnistas, habr¨¢ otros. Conversadores, lo dudo.
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