La protesta contin¨²a pese al pacto entre Hermanos Musulmanes y militares
Los principales movimientos pol¨ªticos maniobran ante las elecciones mientras la violencia se instala en Egipto
La plaza de Tahrir es territorio revolucionario, en sus alrededores se libran terribles batallas campales y los hospitales improvisados rebosan de heridos. Desde Tahrir, en el centro de El Cairo, la situaci¨®n parece id¨¦ntica a la que en febrero forz¨® la dimisi¨®n de Hosni Mubarak. Desde fuera, sin embargo, las cosas se ven distintas. El Consejo Militar que gobierna Egipto y los Hermanos Musulmanes, el partido m¨¢s potente y organizado, han establecido una alianza t¨¢cita para que, pese a la violencia, se celebren elecciones a partir del pr¨®ximo lunes y para que el pa¨ªs se adentre en una nueva fase.
Los manifestantes de Tahrir exigen que el mariscal Mohamed Tantaui se vaya (el grito constante en la plaza es "?fuera, fuera, fuera!") y que el Ej¨¦rcito entregue el poder a un Gobierno civil de unidad nacional. En eso est¨¢n de acuerdo. Las elecciones, en cambio, son tema de debate. Unos quieren posponer las parlamentarias, cuyo inicio est¨¢ previsto para el lunes y cuyo complejo mecanismo deber¨ªa desarrollarse hasta enero; otros exigen que se anticipen las presidenciales; y hay quien no quiere hablar de elecciones porque considera que conducir¨¢n a una reedici¨®n de la dictadura.
Los islamistas se sienten ganadores y no quieren aplazamientos
La multitud de la plaza exhibe una furia que puede hacerse cr¨®nica
Frente a la rabia de Tahrir, donde se considera que la revoluci¨®n fue secuestrada desde el mismo momento en que cay¨® Mubarak, en el ¨¢nimo de muchos egipcios pesan el des¨¢nimo y la fatiga. Diez meses despu¨¦s del 25 de enero, fecha de la manifestaci¨®n con que comenz¨® el proceso, pocas cosas han cambiado. A la pobreza, la brutalidad policial y la ineficacia burocr¨¢tica se han sumado, sin embargo, la incertidumbre, la ca¨ªda del turismo y el desorden p¨²blico. "Que ocurra algo, que ocurra ya y que nos dejen respirar", dec¨ªa Sidi Sabah, un zapatero de Zamalek. En esa zona de El Cairo, como en la mayor parte de la ciudad, el ambiente ayer era de normalidad.
Quienes m¨¢s confianza tienen en el futuro son los Hermanos Musulmanes y sus simpatizantes, muy numerosos en Egipto. Los islamistas se sienten ya ganadores de las elecciones y no quieren ni aplazamientos ni sorpresas. Si para dominar el proceso constituyente deben aliarse con los militares y soportar su tutela durante un tiempo, est¨¢n dispuestos a hacerlo. Lo ¨²nico que temen es que un quiebro del destino, tal vez una prolongaci¨®n indefinida de la dictadura militar justificada por el caos callejero (hay quien intuye la mano de agentes infiltrados tras el caos), les prive de convertirse en la fuerza hegem¨®nica.
Los Hermanos Musulmanes se ven obligados a desenvolverse de forma ambigua. Bendicen el retorno a Tahrir, pero no participan en ¨¦l; critican la supervivencia del r¨¦gimen mubarakista, ahora representado por la c¨²pula militar y por los miles de miembros del r¨¦gimen que acuden a las elecciones como candidatos liberales o independientes, pero se declaran dispuestos a pactar; lamentan la brutalidad policial, pero no comparten los objetivos de los manifestantes.
Dentro del creciente caos, la mayor inc¨®gnita afecta a los militares. El mariscal Tantaui y el resto de los generales simularon ser neutrales en enero y febrero, y los egipcios decidieron creerse la patra?a. Ese juego, ahora, resulta grotesco. En su discurso del martes, vago y temeroso, Tantaui volvi¨® a esconderse tras una presunta inocencia del Ej¨¦rcito. La poblaci¨®n, tanto la que protesta como la que tiende a la resignaci¨®n, sabe perfectamente que es ¨¦l quien da las ¨®rdenes. Aunque las elecciones presidenciales se celebren en julio del a?o pr¨®ximo y acto seguido el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas ceda el poder, como prometi¨® Tantaui el martes, cuesta imaginar que se sostenga hasta entonces el fantasmag¨®rico montaje que se improvis¨® en febrero para cubrir el vac¨ªo de Mubarak. El Gobierno civil de t¨¦cnicos ha dimitido y no parece probable que pueda formarse un Gobierno provisional m¨¢s o menos capaz y a la vez dispuesto a someterse en todo a los militares.
Ninguna perspectiva induce al optimismo. La multitud de Tahrir exhibe una furia que puede hacerse cr¨®nica, convirtiendo la violencia urbana en algo cotidiano. Y la polic¨ªa fomenta la furia. Ambos bandos, manifestantes y antidisturbios, se agreden con todo lo que pueden en la calle de Mohamed Mahmud, acceso a la sede del Ministerio del Interior. Pero frente a las piedras y los c¨®cteles molotov que lanzan los j¨®venes, los antidisturbios disparan un gas lacrim¨®geno inusualmente potente (ya ha causado muertos por asfixia), balas de goma y cartuchos de perdigones, y cuando se hacen con un manifestante lo apalean con un ensa?amiento atroz. Quienes sufren uno de esos encuentros con los polic¨ªas vuelven en cuanto pueden a la carga, vendados, cojos, ensangrentados, con un claro ¨¢nimo de venganza. Tanto la Comisi¨®n de Derechos Humanos de la ONU como Amnist¨ªa Internacional han condenado la actuaci¨®n de las fuerzas de seguridad egipcias.
Los ¨¢nimos arden. Los recuentos de v¨ªctimas mortales en los cinco ¨²ltimos d¨ªas oscilan entre 33 y 38, aunque numerosos m¨¦dicos estiman que la cifra real es m¨¢s elevada y solo se conocer¨¢ cuando amaine la violencia. Lo cual no parece inminente.
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