Una Uni¨®n 'menospreciada' por sus l¨ªderes
Italia acaba de sufrir un tipo distinto de contagio. En su primer discurso como primer ministro ante el Senado italiano, Mario Monti advirti¨® de que "el fin del euro desintegrar¨ªa el mercado ¨²nico, sus reglas, sus instituciones, y nos har¨ªa retroceder adonde est¨¢bamos en los a?os cincuenta". Es la misma t¨¢ctica absurda del miedo -si fracasa el euro, fracasa toda Europa- que han utilizado los grandes dirigentes europeos, desde Dur?o Barroso y Van Rompuy hasta los gemelos Merkozy.
El argumento, por supuesto, es falso. El mercado ¨²nico, el logro econ¨®mico m¨¢s extraordinario y duradero de Europa, funciona independientemente de la pertenencia o no al euro. Diez de los 27 Estados miembros no tienen la moneda ¨²nica y, en el caso de algunos, su divisa ni siquiera est¨¢ vinculada al euro. Es cierto que los tipos de cambio fijos facilitan el funcionamiento del mercado. Y la desintegraci¨®n del euro crear¨ªa un aut¨¦ntico caos en ese mercado. Pero, mientras no nos empe?emos en convertir esa posibilidad en una profec¨ªa autocumplida, la existencia del mercado ¨²nico no depender¨¢, como no ha dependido nunca, de que algunos o todos sus miembros posean una moneda ¨²nica.
Unir el destino del euro a la existencia de la UE coacciona a los adversarios y a la opini¨®n p¨²blica
?Por qu¨¦ quieren convencernos de todas estas tonter¨ªas? Unir el destino del euro a la existencia de la Uni¨®n Europea proporciona una poderosa herramienta para coaccionar a los adversarios y a la opini¨®n p¨²blica en general. Los que defienden este argumento est¨¢n utiliz¨¢ndolo para impulsar posturas y estrategias que, a veces, parecen incluso contradictorias entre s¨ª.
Aparte de que es mentira, es una t¨¢ctica insensata, un pacto faustiano, profundamente da?ino, cuyas consecuencias nos perseguir¨¢n mucho tiempo al margen de la suerte que corra el euro.
Uno de los grandes triunfos de las ¨²ltimas d¨¦cadas en todos los Estados miembros menos uno (Reino Unido) ha sido que la integraci¨®n europea ha pasado de ser algo que Europa hace a algo que Europa es. De ser un proyecto pol¨ªtico diferenciado a ser un marco en el que se debaten y refutan proyectos pol¨ªticos diferenciados. Se discute sobre la forma de Europa y su futuro, pero no sobre su existencia. Y la idea de que un pa¨ªs se vaya (o, todav¨ªa m¨¢s grotesco, de que lo echen) ser¨ªa como el desmembramiento de un Estado.
Pero ahora todo eso ha cambiado. Con sus palabras, los propios custodios de la construcci¨®n europea han puesto en tela de juicio todos los avances de percepci¨®n que hab¨ªa costado a?os cultivar. Han suprimido un activo que no se puede medir en euros y c¨¦ntimos y han hecho que Europa retroceda a la interpretaci¨®n conceptual de "qu¨¦ gano yo con esto" propia de los brit¨¢nicos, una interpretaci¨®n coyuntural y siempre contingente. La pasta de dientes ya se ha salido del tubo; no podemos volver a meterla.
En el proceso, tambi¨¦n han asestado un golpe detr¨¢s de otro a la cacareada y presunta solidaridad social de Europa y, m¨¢s en general, sus fundamentos idealistas, al unir el argumento en favor de que Europa asuma riesgos al inter¨¦s nacional ("as¨ª protegeremos nuestros bancos", etc¨¦tera) y presionar y persuadir a los ciudadanos para que acepten la idea de "m¨¢s Europa" por el temor a que "no hay otra opci¨®n".
En un plano m¨¢s profundo, el lema "sin euro, no hay Europa" invierte tambi¨¦n otro largo proceso en el posicionamiento del proyecto europeo, que era el de transformarlo de una estructura pol¨ªtica, vinculada sobre todo a lo material y lo econ¨®mico, en una interpretaci¨®n m¨¢s amplia de Europa con ra¨ªces humanas y culturales.
Esa visi¨®n m¨¢s amplia, a la que se podr¨ªa y se deber¨ªa haber apelado precisamente en un momento de crisis econ¨®mica, tambi¨¦n ha sufrido una serie de goles en propia meta, el ¨²ltimo de los cuales fue marcado -y tal vez no deber¨ªa extra?arnos- al antiguo comisario de pol¨ªtica de la competencia.
No nos enga?emos: la desintegraci¨®n del euro, si se produce, ser¨¢ terrible y acabar¨¢ con muchos argumentos aceptados incluso por quienes consideran este final inevitable y, es m¨¢s, quienes lo consideran aconsejable. Ahora bien, si se produce, la Uni¨®n actual necesita ser m¨¢s fuerte y estar m¨¢s preparada que nunca. Las palabras pronunciadas alegremente para defender prioridades inmediatas han causado un da?o inmenso, aunque no siempre visible. Nos encontramos ante otra forma de contagio que es preciso detener.
J. H. H. Weiler es catedr¨¢tico de Derecho y director del Jean Monnet Centre for International and Regional Economic Law & Justice en la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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