'Oto?o en Par¨ªs'
En el cincuentenario de la matanza de argelinos anticolonialistas en la parisina plaza de L'?toile, un filme de Jacques Panijel recupera su memoria. Reconocer la culpa de aquella odiosa redada honrar¨ªa a la Rep¨²blica
El pasado 17 de octubre, cuando sal¨ªa de una boca de metro en ?toile, ignoraba del todo que se cumpl¨ªan exactamente 50 a?os de un acontecimiento que marc¨® profundamente mi vida: la noche en la que la Plaza de la Estrella se tint¨® de amarillo y recre¨® en el ¨¢nimo de los all¨ª presentes una resucitada y siniestra ?toile jaune. Fue el titular de Le Monde, en un quiosco de la Avenida Friedland, el que reabri¨® las puertas de la memoria y me proyect¨® a 1961 en un vertiginoso salto atr¨¢s.
A fines de los cincuenta del pasado siglo asist¨ªa como un modesto aprendiz venido de un mundo subdesarrollado a las veladas de sobremesa en el domicilio de Marguerite Duras y de su pareja de entonces, Dionys Mascolo, en las que un grupo selecto de intelectuales de izquierda -Robert Antelme, Maurice Blanchot, Edgard Morin, Maurice Nadeau...- discut¨ªa de sus opciones de compromiso con la causa independentista argelina y con el n¨²cleo duro de sus activistas, los llamados porteurs de valises, disc¨ªpulos o colaboradores de Sartre y de la redacci¨®n de Les Temps Modernes. Como escrib¨ª en otra ocasi¨®n, figuraba entre ellos la novelista Madeleine Alleins: defensora apasionada de la lucha anticolonialista, pertenec¨ªa al entonces c¨¦lebre reseau Jeanson, un grupo clandestino de ideas marxistas o inspiradas por Frantz Fanon, que procuraba un sost¨¦n log¨ªstico a la Federaci¨®n del Frente de Liberaci¨®n Nacional argelina en la metr¨®poli. Sus miembros ocultaban dinero, armas, material de propaganda y a los militantes perseguidos por la polic¨ªa en sus domicilios y en los de sus amistades cercanas.
Perecieron un centenar y pico de manifestantes; docenas de ellos fueron arrojados al Sena
La prensa censurada de la ¨¦poca no pudo establecer un balance preciso de los cad¨¢veres rescatados
Un buen d¨ªa, Madeleine Alleins se present¨® en casa y nos pregunt¨® a Monique Lange y a m¨ª si est¨¢bamos dispuestos a custodiar temporalmente los fondos de la organizaci¨®n. Monique acept¨® sin vacilar y Madeleine Alleins acudi¨® d¨ªas despu¨¦s con un malet¨®n cargado de billetes que depositamos en el estante superior de una alacena junto a la puerta de entrada del piso de Rue Poissonni¨¨re. Por espacio de unos meses, la activista telefoneaba al despacho de Monique en Gallimard y le comunicaba en clave una cifra, que ella me transmit¨ªa a su vez y yo me encargaba de meter la cantidad indicada en un gran sobre y la entregaba a nuestro enlace a la hora fijada cuando sonaba puntualmente el timbre.
Concluida la custodia de los fondos de la organizaci¨®n, la causa independentista argelina no desapareci¨® de nuestro horizonte. Mientras el acoso a la inmigraci¨®n magreb¨ª, el toque de queda y las rattonades (incursiones violentas de las fuerzas del orden contra los norteafricanos) se extend¨ªan como una gangrena, las reuniones en los domicilios de Edgard Mor¨ªn o Robert Antelme manten¨ªan viva la llama del fervor anticolonialista. Maurice P¨¦ju -cuyo excelente libro sobre lo acaecido el 17 de octubre acaba de salir de forma p¨®stuma a la luz despu¨¦s de acumular melanc¨®licamente el polvo- era al parecer uno de los hombres de confianza del fugitivo Francis Jeanson e informaba a los simpatizantes de la estrategia pol¨ªtica del FLN. EI Manifiesto de los 121, encabezado por Sartre y Simone de Beauvoir -un llamamiento a la deserci¨®n de los militares franceses que suscribieron mis amigos m¨¢s pr¨®ximos, incluidas Monique y Florence Malraux- fue el detonante de una movilizaci¨®n intelectual que no ces¨® sino con la firma de los Acuerdos de Evian y el reconocimiento de la independencia de Argelia.
Pero vuelvo a lo sucedido el 17 de octubre. D¨ªas antes, lleg¨® a nuestros o¨ªdos la noticia de que el FLN preparaba una respuesta pac¨ªfica masiva al toque de queda impuesto a la poblaci¨®n argelina y que abarcaba de hecho a la de T¨²nez y Marruecos (en la noche colonialista todos los moros son pardos). Alguien, no recuerdo qui¨¦n, nos puso al corriente de que la fecha fijada era ese 17 de octubre cuyas im¨¢genes de fantasmal violencia se grabaron en mi memoria con cruel nitidez.
En compa?¨ªa de un corresponsal argentino de France Presse, fuimos primero a pie a la plaza de la ?pera, tomada totalmente por la polic¨ªa: hileras de agentes con casco antidisturbios y armados de cachiporras canalizaban el flujo incesante de los magreb¨ªes que sub¨ªan disciplinadamente la escalera de la boca del metro y los empujaban al interior de los furgones que cortaban el tr¨¢fico en todas las avenidas circundantes.
Al poco, nos lleg¨® el aviso de que la concentraci¨®n masiva de quienes desafiaban el toque de queda sin otras armas que su dignidad y coraje se situaba en l'?toile. All¨ª, en las vastas aceras de la rotonda que rodea la plaza propiamente dicha, batallones compactos de norteafricanos con los brazos cruzados tras la nuca, ofrec¨ªan un espect¨¢culo que retrotra¨ªa a las im¨¢genes de las redadas nazis durante la Ocupaci¨®n. Resueltos, impert¨¦rritos, barridos crudamente a brochazos por los focos gir¨®vagos de la polic¨ªa, aguardaban el momento de ser introducidos a culatazos en los coches celulares hacia un destino desconocido. Entre los testigos de la tropel¨ªa, divis¨¦ a algunos periodistas y colaboradores de l'Express, France Observateur y Les Temps Modernes. Lo que entonces ignor¨¢bamos es que la polic¨ªa, siguiendo las instrucciones del prefecto Maurice Papon, iba a entregarse a una org¨ªa sangrienta en la que perecieron un centenar y pico de manifestantes. Docenas de estos fueron arrojados al Sena sin que la prensa censurada de la ¨¦poca pudiera establecer un balance preciso de los cad¨¢veres rescatados. La matanza permaneci¨® enterrada en la memoria colectiva no obstante la labor de historiadores como Jean Luc Einaudi, de novelistas como el autor de Meurtres pour m¨¦moire y de cineastas como Rachid Bouchareb, cuya pel¨ªcula desdichadamente no he visto.
Con motivo del cincuentenario de esos atropellos, varios filmes documentales denuncian hoy la barbarie llevada a cabo en nombre de la supuesta misi¨®n civilizadora europea en ?frica y el Magreb: apaleamiento a muerte de manifestantes inermes; ejecuciones de un balazo a quemarropa; apriscamiento de los detenidos en el Palacio de los Deportes; reedici¨®n del Vel d'Hiv...
Con 50 a?os de retraso, Francia recobra la memoria y bochorno de aquellas brutalidades gracias al filme Oto?o en Par¨ªs de Jacques Panijel, cuya difusi¨®n, como la del libro de P¨¦ju, no ha sido posible hasta ahora. A quien tenga oportunidad de verlo, sus im¨¢genes de insostenible violencia se superponen a la belleza serena de l'?toile, con sus palomas, turistas y paseantes ociosos, una Estrella, repito, que por espacio de unas horas se ti?¨® de amarillo. Y no est¨¢ de m¨¢s recordar que fue el mismo Maurice Papon, el prefecto de polic¨ªa de infame memoria, quien facilit¨® el traslado de resistentes y jud¨ªos de Burdeos a Par¨ªs durante la Ocupaci¨®n nazi y cuyo destino final fue a menudo el de los campos de exterminio.
La historia reitera sus ciclos: los verdugos son a veces los mismos y solo las v¨ªctimas cambian. Reconocer la culpa de aquella odiosa redada honrar¨ªa a una Rep¨²blica cuyos proclamados valores son una libertad, igualdad y fraternidad de universal validez.
Juan Goytisolo es escritor.
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