El europe¨ªsmo ingenuo
El continente hizo una fr¨¢gil uni¨®n monetaria y ahora aborda la fiscal: ?cabe la pol¨ªtica? - Y, sobre todo, ?para qu¨¦? - El proyecto europeo parece hoy incompatible con la revoluci¨®n conservadora
El proyecto de la Europa unida no ha empezado a fracasar con la crisis del euro y de la deuda soberana. Tampoco con la ¨²ltima ampliaci¨®n, cuyo resultado principal fue devolver a la Europa del Este la condici¨®n de Europa central negada durante la guerra fr¨ªa y su caprichosa reordenaci¨®n geogr¨¢fica del mundo. Ni siquiera con el rechazo de la Constituci¨®n europea por parte de franceses y holandeses, del que poco despu¨¦s surgir¨ªa el vigente Tratado de Lisboa. En realidad, la incapacidad del proyecto de la Europa unida para resolver problemas como los que hoy amenazan su continuidad estaba latente en el n¨²cleo de ideas pol¨ªticas que ha propiciado algunos de sus m¨¢s recientes logros. Ese n¨²cleo de ideas pol¨ªticas, ese fundamento ¨²ltimo que inspir¨® el establecimiento de una moneda ¨²nica, la incorporaci¨®n de los pa¨ªses que quedaron bajo la ¨®rbita sovi¨¦tica o el intento de dotar a la Uni¨®n de una Carta Magna, presentaba invariablemente dos caras, por m¨¢s que un cierto europe¨ªsmo, un europe¨ªsmo a la vez ingenuo y declarativo, se obstinase en ignorar una de ellas.
El capitalismo que vio caer el tel¨®n de acero era distinto al de la guerra fr¨ªa
Hayek alert¨® de que los parlamentos ser¨ªan vistos como "ineficaces tertulias"
Las instituciones nacionales cedieron competencias para que no se ejerzan
La crisis obliga a avanzar en la pol¨ªtica fiscal, pero no la resuelve
Los pa¨ªses del Este desconf¨ªan de instituciones fuertes y comunes
La v¨ªa de la renacionalizaci¨®n parece la ¨²nica practicable
El hundimiento de los reg¨ªmenes comunistas fue saludado como el acontecimiento m¨¢s importante del final del siglo XX. Sin duda lo fue, pero a condici¨®n de subrayar que supon¨ªa el ep¨ªlogo de una ¨¦poca y no tanto el comienzo de otra distinta. El acontecimiento que, por su parte, marcar¨ªa ese comienzo fue la revoluci¨®n conservadora impulsada desde Londres y Washington, y propagada a trav¨¦s de las pol¨ªticas promovidas por las instituciones econ¨®micas internacionales donde aquellas dos capitales, aquellos dos Gobiernos dirigidos por Thatcher y Reagan, hab¨ªan hecho triunfar previamente sus puntos de vista. El comunismo se hundi¨®, y el espect¨¢culo hizo correr r¨ªos de tinta y atrajo sobre s¨ª todos los focos. El capitalismo que asisti¨® a ese hundimiento comenzaba a ser radicalmente distinto del que hab¨ªa hecho frente al comunismo desde la II Guerra Mundial, pero ni la tinta corri¨® en r¨ªos ni fueron abundantes los focos sobre esta transformaci¨®n, sobre esta crucial metamorfosis cuyas consecuencias se manifestaron con crudeza a partir del verano de 2007.
Resulta sorprendente, y a la vez ilustrativo, comparar los argumentos con los que se trat¨® de justificar la necesidad de la planificaci¨®n econ¨®mica durante los a?os veinte y treinta del pasado siglo, y los que, a partir de los ochenta y noventa, se emplearon para exigir que el Estado se retirase de la gesti¨®n de la econom¨ªa. En un caso y en otro se omit¨ªa que tanto la planificaci¨®n como la desregulaci¨®n eran simples programas pol¨ªticos, y se presentaban, en cambio, como inevitable resultado de los avances tecnol¨®gicos. Camino de servidumbre, la obra en la que Friedrich von Hayek anticipaba que la planificaci¨®n econ¨®mica acabar¨ªa por destruir la democracia y que, interpretada en esta clave expl¨ªcita, sirvi¨® de inspiraci¨®n a la revoluci¨®n conservadora, puede leerse tambi¨¦n en otra clave, desde la que la revoluci¨®n conservadora mostraba ya en sus comienzos los peligros que resultar¨ªan devastadores casi tres d¨¦cadas despu¨¦s. Para acceder a esa otra clave, bastar¨ªa con sustituir el t¨¦rmino planificaci¨®n por el de desregulaci¨®n en las p¨¢ginas de Camino de servidumbre.
"Se cultiva deliberadamente el mito", escribi¨® Hayek, "de que nos vemos embarcados en la nueva direcci¨®n
[la planificaci¨®n econ¨®mica en su argumento, la desregulaci¨®n en una hipot¨¦tica versi¨®n actual], no por nuestra propia voluntad, sino por los cambios tecnol¨®gicos". A consecuencia de ello, a?ade, "los Parlamentos comienzan a ser mirados como ineficaces tertulias, incapaces de realizar las tareas para las que fueron convocados". Y todav¨ªa precisa: "Crece el convencimiento de que la direcci¨®n
[de la planificaci¨®n econ¨®mica en su argumento, de la desregulaci¨®n en la hipot¨¦tica versi¨®n actual]
tiene que quedar fuera de la pol¨ªtica y colocarse en manos de expertos". En consonancia con estas y otras observaciones siempre referidas a la planificaci¨®n, pero que tambi¨¦n podr¨ªan aplicarse a la desregulaci¨®n, Hayek terminar¨ªa considerando como "uno de los m¨¢s tristes espect¨¢culos" el hecho de "ver a un gran movimiento democr¨¢tico favoreciendo una pol¨ªtica que tiene que conducir a la destrucci¨®n de la democracia y que, mientras tanto, solo puede beneficiar a una minor¨ªa".
El proyecto de la Europa unida no qued¨® al margen de la transformaci¨®n, de la crucial metamorfosis que experiment¨® el capitalismo durante las mismas fechas en las que el comunismo se hund¨ªa. En la formulaci¨®n de Jean Monnet, la Uni¨®n surgir¨ªa de la progresiva cesi¨®n de soberan¨ªa realizada por los Estados miembros que se incorporasen al proyecto, de modo que las instituciones europeas acabar¨ªan desempe?ando las funciones que llevaban a cabo las instituciones nacionales. El sobrentendido, la humilde obviedad que lat¨ªa bajo la estrategia sugerida por Monnet era que las instituciones nacionales ten¨ªan, en efecto, funciones asignadas. Con el triunfo de la revoluci¨®n conservadora, con el triunfo de la ortodoxia seg¨²n la cual la desregulaci¨®n era resultado de los avances tecnol¨®gicos, no de la aplicaci¨®n de un programa pol¨ªtico, aquel sobrentendido, aquella humilde obviedad, qued¨® en entredicho. En materia econ¨®mica, aunque tambi¨¦n en otras materias, las instituciones nacionales deb¨ªan ceder competencias a las instituciones europeas ajust¨¢ndose a la estrategia de Monnet. Pero deb¨ªan cederlas, no para que las instituciones europeas ejercieran las funciones que ten¨ªan asignadas las instituciones nacionales, sino para que dejaran de hacerlo, ajust¨¢ndose en este caso a la ortodoxia impuesta por la revoluci¨®n conservadora.
El euro y el Banco Central Europeo nacieron marcados en buena medida por esta contradicci¨®n entre la estrategia inicial para construir la Uni¨®n y la ortodoxia econ¨®mica que abraz¨® el capitalismo mientras el mundo estaba pendiente del hundimiento del comunismo. Atenazados por ella, los Estados que se incorporaron a la moneda ¨²nica cedieron las competencias de sus bancos centrales a otro de ¨¢mbito europeo que, por su parte, no hered¨® la totalidad de las funciones que llevaban a cabo los primeros, sino que las redujo al exclusivo control de la inflaci¨®n. Si a ello se une que, siempre de acuerdo con la estrategia sugerida por Monnet, la pol¨ªtica fiscal qued¨® en manos de los Estados miembros a la espera de que un nuevo impulso la cediese a las instituciones comunes, entonces se comprenden en su exacta dimensi¨®n las actuales dificultades para hacer frente a la crisis del euro y de la deuda soberana. Ni el Banco Central Europeo puede realizar una pol¨ªtica monetaria con todos los instrumentos que le son propios, salvo que recurra a una interpretaci¨®n laxa de su mandato o adopte iniciativas no contempladas por ¨¦l, ni las pol¨ªticas fiscales de los Estados miembros son suficientes para taponar las v¨ªas de agua abiertas en la moneda com¨²n.
Como qued¨® de manifiesto en el Consejo Europeo celebrado el 8 y 9 de diciembre, la Uni¨®n se encuentra en ese punto cr¨ªtico donde resolver una emergencia como la crisis de la deuda exige avanzar en la pol¨ªtica fiscal com¨²n, pero avanzar en la pol¨ªtica fiscal com¨²n no resuelve una emergencia como la crisis de la deuda. Es preciso hacerlo todo, todo al mismo tiempo y, adem¨¢s, contando con todos.
Es indudable que la ampliaci¨®n hacia el Este a?adi¨® dificultades a la compleja toma de decisiones entonces vigente en la Uni¨®n, a esa necesidad de hacer todo o casi todo contando con todos que, despu¨¦s del ¨²ltimo Consejo Europeo, podr¨ªa haber comenzado a quebrar con respecto al euro al haber quedado fuera Reino Unido. Pero a?adi¨® algo tal vez m¨¢s decisivo y a lo que, sin embargo, no se le prest¨® tanta atenci¨®n como a la necesidad de disponer m¨¢s sillas en las reuniones o crear m¨¢s cargos en las instituciones comunes. Los pa¨ªses de la ampliaci¨®n se incorporaron al proyecto de la Europa unida desde una experiencia pol¨ªtica que era sim¨¦trica, si no directamente contradictoria, con la de los que ya formaban parte de la Uni¨®n. Si estos, habituados a la democracia, ve¨ªan en las instituciones comunes un punto de llegada, de manera que cuanto m¨¢s fuertes fueran esas instituciones, m¨¢s consolidado estar¨ªa el proyecto de la Europa unida, los pa¨ªses de la ampliaci¨®n, marcados por el totalitarismo sovi¨¦tico, desconfiaban de las instituciones fuertes y mucho m¨¢s si eran comunes.
Despu¨¦s de la ortodoxia econ¨®mica impuesta por la revoluci¨®n conservadora, esta disparidad en la experiencia pol¨ªtica de los pa¨ªses que forman parte de la Europa unida, traducida a su vez en discrepancias sobre lo que deber¨ªa ser la Uni¨®n en el futuro, fue el segundo gran obst¨¢culo al que se enfrent¨® la estrategia sugerida por Monnet. Un ¨¦xito como el euro se hab¨ªa quedado a medias por la limitaci¨®n de las funciones asignadas al Banco Central Europeo y la ausencia de una uni¨®n fiscal, y un ¨¦xito como incorporar al proyecto de la Europa unida a los pa¨ªses que padecieron bajo la ¨®rbita sovi¨¦tica, devolvi¨¦ndoles la condici¨®n de Europa central que les neg¨® la guerra fr¨ªa, acab¨® ralentizando la integraci¨®n pol¨ªtica e incluso reforzando las posiciones contrarias a ella.
Si, de acuerdo con la ortodoxia impuesta por la revoluci¨®n conservadora, los Estados deb¨ªan ceder competencias a la Uni¨®n para que esta se abstuviera de ejercerlas, y, de acuerdo con la experiencia pol¨ªtica de los pa¨ªses de la ampliaci¨®n, las instituciones comunes no deb¨ªan ser ni demasiado comunes ni tampoco demasiado fuertes, la v¨ªa de la renacionalizaci¨®n del proyecto de la Europa unida no solo quedaba abierta, sino que, adem¨¢s, aparec¨ªa como la ¨²nica practicable.
Y fue seguramente la renacionalizaci¨®n, el v¨¦rtigo de los Estados miembros ante nuevas cesiones de soberan¨ªa tras el establecimiento de la moneda ¨²nica, lo que acab¨® propiciando el fracaso de la Constituci¨®n europea. El rechazo de franceses y holandeses en sendos referendos oblig¨® a abandonar un texto del que se cantaron todas las alabanzas en cuanto s¨ªmbolo de la vocaci¨®n europe¨ªsta, pero del que en ning¨²n caso se se?al¨® su naturaleza jur¨ªdicamente monstruosa. La Constituci¨®n europea era cualquier cosa menos una Constituci¨®n; en realidad, se trataba de un artefacto enteramente extra?o a la tradici¨®n del derecho europeo. En ¨¦l se daba cabida, no a una norma suprema, sino a un entero ordenamiento jur¨ªdico, desde las disposiciones de mayor rango a las de menor, sin olvidar las intermedias. No aprobar la Constituci¨®n fue un grave contratiempo porque hizo descarrilar el proyecto de la Europa unida de las v¨ªas procedimentales que se hab¨ªan previsto, obligando a una improvisaci¨®n de la que procede gran parte de las insuficiencias actuales. Pero, de haberla aprobado, puede que las cosas no hubieran ido mucho mejor, puesto que la Constituci¨®n, ese artefacto enteramente extra?o a la tradici¨®n del derecho europeo, habr¨ªa instaurado un sistema excepcionalmente r¨ªgido en el que las disposiciones m¨¢s elementales estar¨ªan fijadas por m¨¢s de una veintena de referendos y mayor¨ªas parlamentarias nacionales.
Un cierto europe¨ªsmo, un europe¨ªsmo a la vez ingenuo y declarativo, se ha limitado a celebrar la moneda ¨²nica, la ampliaci¨®n hacia el Este e, incluso, la Constituci¨®n, por m¨¢s que solo sobreviviera parcialmente en el Tratado de Lisboa, como hitos en la ejecuci¨®n del proyecto de la Europa unida. Se trata de ese europe¨ªsmo que, ante cualquier problema, ya sea la inmigraci¨®n, la hambruna en Somalia, la emergencia de China como potencia mundial, la guerra civil de Libia o, por qu¨¦ no, la crisis de la deuda soberana, se limita a reclamar una pol¨ªtica europea como si invocase un b¨¢lsamo de Fierabr¨¢s. Una pol¨ªtica europea, muy bien. Pero, aparte de europea, ?en qu¨¦ consiste?, ?cu¨¢l debe ser su contenido? Aqu¨ª es donde la estrategia sugerida por Monnet se da por tercera vez de bruces con la ortodoxia impuesta por la revoluci¨®n conservadora, la misma que ha llevado a la crisis y la misma desde la que ahora se intenta resolverla. La cara amable mientras se consolidaba esta contradicci¨®n es que la Europa unida sigui¨® avanzando; la otra cara, la cara que un cierto europe¨ªsmo, un europe¨ªsmo a la vez ingenuo y declarativo se ha negado a ver, es que, al mismo tiempo que la Europa unida avanzaba, m¨¢s y m¨¢s tropiezos iba cosechando en su singular calvario, y m¨¢s y m¨¢s fr¨¢giles se iban revelando el n¨²cleo de sus ideas pol¨ªticas y su fundamento ¨²ltimo.
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