La ruta del doble ¨¦xito
No es ins¨®lito pero tampoco muy com¨²n el que una novela reciba una buena acogida por parte de la cr¨ªtica y tambi¨¦n del p¨²blico lector. Los enamoramientos es uno de estos casos y, una vez manifestada mi alegr¨ªa, tratar¨¦ de desglosar las razones de este doble ¨¦xito.
Nacido en 1951, con una dilatada (por temprana, su primera novela apareci¨® en 1971, Los dominios del lobo) carrera literaria a sus espaldas, un s¨®lido prestigio nacional e internacional e incontables premios en su haber, Javier Mar¨ªas acomete la escritura de Los enamoramientos despu¨¦s de haber concluido la trilog¨ªa de Tu rostro ma?ana, una obra tit¨¢nica que seguramente tiene que haberle producido la sensaci¨®n de haber saldado de una vez por todas cualquier debate sobre su capacidad y sus m¨¦ritos, de no tener que demostrar nada ni a los dem¨¢s ni a s¨ª mismo; quiz¨¢ tambi¨¦n la sensaci¨®n de haber agotado el capital productivo y las expectativas, de que todo cuanto pudiera hacer en el futuro no contribuir¨ªa en nada a su prestigio. Ignoro si fueron ¨¦stas las circunstancias que acompa?aron la escritura de la novela, pero tanto si lo fueron como si no, el resultado es que Los enamoramientos parece una novela escrita sin presi¨®n externa ni interna, con absoluta libertad, una de las m¨¢s claras y redondas de su autor, tal vez, por usar un t¨¦rmino coloquial, la m¨¢s suelta. S¨®lo as¨ª se explica que haya podido adoptar sin aparente esfuerzo ni artificio una voz femenina y la haya mantenido sin fisuras a lo largo de cuatrocientas p¨¢ginas. Y lo mismo ocurre con la trama de esta singular historia, a la que me referir¨¦ enseguida.
Los enamoramientos
Javier Mar¨ªas
Alfaguara. Madrid, 2011
408 p¨¢ginas. 19,50 euros
Libro electr¨®nico: 12,99 euros
Las novelas de Mar¨ªas, como sus personajes, tienen varios rostros y admiten varias lecturas, en todos los sentidos
Antes, sin embargo, quisiera detenerme en el t¨ªtulo, que, a mi modo de ver, y de una forma muy t¨ªpica de su autor, aclara y despista por partes iguales. Porque la novela no habla del amor, sino del enamoramiento. Y aunque nada se dice taxativamente al respecto, cabe la posibilidad de que el enamoramiento del t¨ªtulo no se refiera a la turbulenta historia pasional que ocupa la parte central de la novela, sino a la atracci¨®n inicial, la que la protagonista contrae, casi como una infecci¨®n, respecto de la pareja todav¨ªa an¨®nima que coincide con ella por motivos triviales o, al menos, f¨¢ciles de imaginar en un mundo de h¨¢bitos triviales. Y es este enamoramiento el que lleva a Mar¨ªa Dolz, apodada no sin iron¨ªa La Joven Prudente, a inmiscuirse en un asunto que en circunstancias normales s¨®lo le habr¨ªa afectado de un modo tangencial y pasajero y cuyo car¨¢cter oscuro, por no decir siniestro, resulta evidente desde el principio para el lector y tambi¨¦n para ella.
Nada es convencional en la novela. El suceso desencadenante es un hecho violento de una gratuidad que roza lo inveros¨ªmil, un homicidio tan brutal como absurdo que choca con las convenciones no ya del g¨¦nero de la novela policial, sino de cualquier novela, un crimen sin m¨®vil cuyo autor es conocido en todo momento y cuya culpabilidad nunca es puesta en duda. Y es precisamente esta dislocaci¨®n de la l¨®gica literaria y tambi¨¦n de la l¨®gica real la que mueve al escritor y a la protagonista del escrito a no dejar pasar el suceso como uno m¨¢s de los hechos terribles pero ajenos que ocurren en la periferia de lo cotidiano. Un desconocido muere, otro aparece por causas razonables. "Fue entonces cuando decid¨ª acercarme a ella", dice la protagonista como si con esta frase justificara abrir la puerta a un mundo de misterios y peligros.
Nada m¨¢s t¨ªpico de la tem¨¢tica de Javier Mar¨ªas a lo largo de toda su obra: no el azar, sino una elecci¨®n, s¨®lo a medias voluntaria, hecha a partir del azar. Algo que sintetiza a la perfecci¨®n el c¨¦lebre principio de Coraz¨®n tan blanco: "No he querido saber pero he sabido". Esta elecci¨®n azarosa lleva a la protagonista de Los enamoramientos a un estado de ¨¢nimo obsesivo, que le ciega pero al mismo tiempo le impulsa a indagar y penetrar en la verdad m¨¢s opaca. De esta indagaci¨®n surge el descubrimiento de algo que no es tanto enga?o como doblez. No hay enga?o por parte de las personas, sino de las apariencias tras las que se ocultan. Y si hay enga?o, este enga?o no va destinado a quien indaga, aunque en definitiva su descubrimiento le afecte de un modo profundo. Tal es el caso de Mar¨ªa Dolz, La Joven Prudente, que, en contra de lo que parecer¨ªan indicar sus largas reflexiones, act¨²a de un modo absolutamente irreflexivo y a quien s¨®lo la acci¨®n va relevando su sentido y sus consecuencias.
A este tema, que recorre toda la obra narrativa de Javier Mar¨ªas, se une otro no menos recurrente: la obstinada persistencia de los muertos en la vida de los vivos; no s¨®lo en el recuerdo, donde tienen reservado un alojamiento hecho de afecto y de pesadumbre pero circunscrito al territorio de la memoria, sino en todos los aspectos de la realidad cotidiana de los vivos, donde ejercen un influjo decisivo sobre la conducta y las emociones de ¨¦stos.
Como en un juego de espejos, se insertan en la novela dos referencias literarias: el asombroso y b¨¢rbaro episodio de la fallida ejecuci¨®n en Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas, y la maravillosa novela corta de Balzac El coronel Chabert. Las dos historias refieren casos de amor desmedido y en ambas uno de los protagonistas de la pareja amorosa regresa de un m¨¢s all¨¢ falso desde el punto de vista cl¨ªnico, pero no por ello menos real para el que permaneci¨® en el mundo de los vivos.
Todo lo que acabo de decir es, por supuesto, una interpretaci¨®n personal, no una clave para la lectura de Los enamoramientos. Las novelas de Javier Mar¨ªas, como sus personajes, tienen varios rostros y admiten varias lecturas, en todos los sentidos del t¨¦rmino. ?Qu¨¦ ha sucedido exactamente? ?Qu¨¦ hay de verdad en lo que los personajes han acabado revelando? ?Qu¨¦ saben cuando dicen saber y qu¨¦ ignoran cuando pretenden no saber? Para obtener este efecto, Mar¨ªas recurre a su habitual estilo. En esta ocasi¨®n, la contenci¨®n es mayor que en otras novelas, quiz¨¢ porque el tema es m¨¢s pat¨¦tico y m¨¢s doloroso. Dosifica el sentido del humor y lo utiliza con sordina, incluso en el habitual y esperado cameo del profesor Rico. En cambio no faltan las digresiones y el an¨¢lisis minucioso y matizado de las emociones que lleva el relato m¨¢s all¨¢ de la simple peripecia argumental. Como es habitual en ¨¦l, Mar¨ªas no escribe de un modo lineal ni ortodoxo: desparrama el texto, de tal modo que la narraci¨®n no circula por canales bien trazados, sino por un cauce natural, accidentado, a lo largo del cual se producen meandros, remolinos y desbordamientos, sin perder nunca el rumbo ni el control ¨²ltimo del discurso. Esta mezcla de caos y rigor requiere un envidiable dominio de la t¨¦cnica narrativa, como demuestra el recurso al medido anacoluto como recurso literario, que tanto escandaliza a maestrillos e inspectores, pero que tan bien refleja la percepci¨®n de la realidad sobre la marcha, una percepci¨®n precipitada, a la vez sagaz y contradictoria, en la que intervienen la inteligencia, las emociones, los prejuicios y las limitaciones de un modo complementario y antag¨®nico. Todo pertenece, en palabras del autor al "vagoroso universo de las narraciones, con sus puntos ciegos y contradicciones y sombras y fallos, circundadas y envueltas toda en la penumbra o en la oscuridad, sin que importe lo exhaustivas y di¨¢fanas que pretendan ser, pues nada de eso est¨¢ a su alcance, la diafanidad ni la exhaustividad".
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